18 de febrero de 2009

¡Arranca, por tu madre! (El Asnam 1)


Conferencia desde Argelia: “Cariño, que estas Navidades no podré ir, pero hay un acuerdo para que os vengáis y las pasemos juntos”... Así empezaron unas Navidades “diferentes” para mí. Mi marido estaba en El Asnam, ciudad destruida por un terremoto, enviado por la empresa en la que trabajaba. Una ciudad carente de cualquier tipo de comodidad, y donde los españoles echaban de menos muchas cosas habituales, que allí eran consideradas auténticos lujos. Vivían en casas prefabricadas y eran atendidos por mujeres del mismo pueblo, muy pobres, y que recibían con agrado cualquier regalo en forma de ropa o comida, que viniera de España.
Llegamos en sesenta minutos a un mundo, del que nos separaban cuatrocientos años. Llevábamos dos días, cuando…
_.Mañana tenemos que ir a casa de la femme de menaje, una señora muy agradable, viuda, que dice estar muy agradecida por las cosas que le hemos traído los españoles, y que tiene gusto de invitarnos a cenar.
_. ¿Y cuántos seremos?
_. Tres matrimonios, el jefe de obra, el médico y dos técnicos.
Al día siguiente, estábamos puntuales en la casa de la mujer. Con la hospitalidad que caracteriza a los árabes, nos ofreció su casa y nos presentó a su hijo y a una sobrina, recientemente repudiada por el marido. La casa ofrecía un ambiente festivo y sobre la mesa destacaban los manjares que íbamos a degustar de inmediato: primero las pastas, el café y el té, luego el cordero con ciruelas, después el postre, y nuevamente café y té con pastas.
Nada más empezar, pegaron una patada a la puerta y aparecieron dos policías, avisándonos de que estábamos todos detenidos. Las pastas se nos quedaron petrificadas en la garganta, la viuda empezó a dar gritos, el hijo muerto de miedo y la sobrina directamente al suelo desmayada. _. ¡¡¡Que está embarazada de tres meses!!!! Le decía la mujer a los polis. Y éstos sin parar de decirnos que todos a la comisaría detenidos._. ¿Pero qué hemos hecho para que nos detengan? Dijo el jefe de obra. Y entonces el policía mayor, con aires de superioridad, nos miró como a gusanos y nos explicó que los vecinos nos habían denunciado. La repudiada seguía en el suelo con convulsiones, que hubo que atenderla, el hijo se escondió y la mujer intentaba en vano que los polis la escuchasen y cada vez gritaba más agudamente, que aquello era insoportable, además del jaleo que había en la calle.
Por fin, nos explicaron que no habíamos sacado el permiso de la comisaría para visitar a la viuda, ya que al morir su marido, ésta pasaba a ser propiedad del Estado y sólo se la podía visitar con un permiso especial. Entonces tres españoles acompañaron a los de la patada en la puerta y se fueron a la comisaría a por el papelito en cuestión.
La situación que se nos planteó al quedarnos solos fue de lo más surrealista: la viuda diciéndonos que empezáramos el cordero. La repudiada, recreándose en las convulsiones, que eran mentira, y el hijo salió del escondite y nos decía que no nos preocupáramos que no iba a pasar nada. Pues menudo ejemplo daba él. A todo ésto, empezamos a oír unos ruidos raros que iban a más y resulta que los amables vecinos, que antes nos habían ya denunciado, estaban apedreando el tejado. Cerramos las ventanas y la puerta como pudimos, porque la casa que tenía era de chichinado y como nos tiraran una piedra algo gorda, hacía un agujero en el techo y encima nos daba. Todo lo que al principio habíamos evitado ir al servicio, ahora hacíamos cola. Las piedras iban a más, lo mismo que nuestro miedo, y más de uno pensamos que de allí no saldríamos vivos. Entonces tocaron a la puerta, ahora con delicadeza, pero cualquiera abría._. Abre tú._.Yo no, abre tú._. No, que abra ella._. Que no abran que nos cortan los huevos._. Pero habrá que saber quién es._ .Será un vecino con un pedrusco para terminar ya con nosotros. De pronto oímos la voz del policía, que se nos antojó casi celestial. Abrimos y nos dijo que podíamos seguir cenando, porque ya se había pagado la multa y sacado el permiso para estar allí. Con su compañero, llegaron los tres españoles que se habían marchado con ellos, y como si nada hubiera sucedido, nos dispusimos a cenar. El café, el té y las pastas… como que no nos entraba con facilidad.¿Y el cordero?... ¡Madre mía el cordero!!!!!!!!!... que encima era de ese madurito, pero por no disgustar a la mujer le hicimos los honores. Y luego el postre de miel, almendras, sémola y dátiles, y más café y té. Por cierto, la repudiada, para haberse llevado tanto susto, hay que ver todo lo que se metió al cuerpo la muchacha.
Por fin terminamos de cenar y nos dispusimos a salir. Abrimos la puerta…¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!! e inmediatamente la volvimos a cerrar. ELLOS seguían allí: ¡¡LOS VECINOS!!! Y con unas caras... Volvimos a llamar a la policía explicándoles la situación y hala, otra vez a casa de la viuda. Se pusieron en la puerta mientras fuimos saliendo. A mí me recordó esas bodas en las que los novios pasan por debajo de los sables de los militares, pero en esta ocasión éramos nosotros escurriéndonos entre la fila de vecinos que había abierto la policía para que pudiéramos pasar. Al cerrar el coche dijimos ¡¡¡¡¡ARRANCA POR TU MADRE!!!!!!!!!!!Y salimos de allí por piernas.
Vaya nochecita que pasamos, a vueltas con el cordero, las almendras, el café y los dátiles. Lo mismo salían por arriba que por abajo. Fue la noche de las cisternas en el campamento. Al otro día llegó la señora y nos preguntó si nos había gustado la cena.
_. Estuvo deliciosa y lo pasamos muy bien.
_. Pues cuando quiera, repetimos.
_. No sabe cómo lo siento, pero es que volvemos a España y ya no nos da tiempo.
Por la tarde volvió muy misteriosa y me entregó un paquetito. Le di las gracias y cuando lo abrí, era... ¡¡¡¡¡¡¡CORDERO!!!!!!!!!!!!!!