8 de mayo de 2009

Al otro día


Al otro día, con luz, empecé a ver las cosas de otra forma: la casa daba a dos calles, de forma que por la parte delantera era un primero y por la trasera un tercero.
La calle que discurría por debajo del balcón, se veía muy transitada y una pequeña galería de tiendas ocupaba una especie de soportales, aunque no podía distinguir bien los productos que ofrecían ya que los letreros que exhibían estaban escritos en árabe.
La parte trasera daba directamente a un vertedero, contribuyendo a las lindas vistas que se divisaban desde mi cocina. Vuelvo a repetir que la casa estaba en una zona residencial.
Aparte de leche, galletas y queso, no había nada más en la casa, por lo que me dispuse a hacer la lista de la compra, antes de ir a uno de los supermercados estatales que abundan en la capital argelina.
Mi lista era más o menos así:
Aceite de girasol
Tomate frito y natural
Coca colas
Vino
Gaseosa
Colacao
Nocilla
Huevos
Pollo
Ternera
Azúcar
Mermelada
Café
Ajos
Cebollas
Plátanos
Manzanas
Patatas
Cebollas
Pimientos
Judías verdes
Lentejas
Judías blancas
Arroz
Harina
Y muchas más cosas.

Cuando volví se me había caído ya el alma a los pies porque no encontraba de nada. El super tenía las estanterías a tope, pero de cosas repetidas y muy poca variedad.
Para coger un kilo de plátanos, tuve que guardar cola casi una hora, porque se arremolinaban familias enteras para conseguirlos.
El aceite era de colza, la coca cola no era tal, el tomate frito era concentrado, nada de colacao, ni de nocilla, ni de huevos, ni patatas, ni ajos… y me preguntaba qué comía la gente allí.
Me llamó la atención que la mayoría de los productos eran de una Sociedad Nacional (la sonaleche, el sonachocolate, la sonalejía, ), y de sólo una variedad. El yogur era yogur y punto, y así todo lo demás.
Al pasar por el corredor para entrar de nuevo en casa, me di cuenta de la cantidad de cacas de gatos que había. En mi vida había visto tantas juntas. Llegar a mi piso era un jinkana.
Fui a saludar a mi vecina, una argelina casada con un pied noir, madre de tres hijos, y me contó algo de cómo conseguir la comida. También me ayudó mucho María, una española que llevaba ya allí unos años cuando llegamos nosotros.
Ese día nos dedicamos a tener localizados algunos servicios como farmacia, correos, médico, colegio de las niñas, panaderías, carnicerías, etc.
Me quedó claro que en la ferretería se vendían los lácteos y en la bodega los cuadernos y las cosas del cole.
Sobre las ocho de la tarde cenamos, y bajamos la basura. Me quedé a cuadros: docenas de gatos se apiñaban en la puerta y apenas podíamos pasar. Los conté y había nada menos que 84 animalitos comiéndose el pan que la gente les llevaba.
Perros no había ni uno porque parece ser que a Mahoma le mordió uno, pero gatos… todos los del mundo y encima protegidos por la gente. Luego me enteré de que de vez en cuando pasaba un camión en la noche y los gaseaban. Pero en dos semanas ya eran otra vez tropecientos.
Nos acostamos temprano porque a partir de las ocho de la tarde ya no había nadie por la calle y la actividad empezaba muy pronto por la mañana.
Pues a la cama con el cabecero tan enorme, que cuando miraba para arriba parecía que tenía sobre mí la catedral de Burgos, con tanta torrecita.
Y nos quedamos en silencio… pensando… ya dormitando... y de pronto la catedral de Burgos empezó una especie de taconeo.
¡UN TERREMOTO!
Salté de la cama con el susto padre y esperamos a ver qué pasaba, pero no pasó nada más.
._No te preocupes cariño, que esto aquí es normal. Duerme tranquila. Hasta mañana.