23 de septiembre de 2010

Ginecólogo a la fuga


Hoy voy a contaros algo que me sucedió hace unos años, pero que se quedó grabado en mi mente por lo anómalo del caso. ¡Como para olvidarlo!


Cuando mis niñas eran pequeñas, una tarde al salir del cole nos fuimos a casa como de costumbre, y cuando estaba preparandoles la merienda tocaron a la puerta. Hay que decir que entonces no existía ese recelo a la hora de abrir, y la mirilla era algo que ni se utilizaba, porque no se daban casos de atracos ni de robos como ahora.
Pues abrí la puerta con total naturalidad, y me encontré a un joven bien vestido, bien peinado (entonces se peinaba la gente), con un carné en la mano, y saludándome de forma muy educada.
Para meteros en situación, haceros a la idea del escenario de los hechos: con la nocilla en la mano, y las tres niñas a mi lado incordiándome, mientras trataba de prestar atención a lo que me decía.
_. Buenas tardes Señora. ¿Sería tan amable de atenderme un momento? Es muy importante lo que tengo que decirle.
_. Muy buenas. Diga, diga.
_. Vió usted la tele anoche?
_. Pues no. Estaba muy cansada y cuando acosté a las niñas me fuí a la cama.
_. ¿Entonces no vió lo del virus?.
_. ¿Qué virus?
_. Mamá, mamá, quién es este señor? A mí no me gusta la nocilla, yo quiero salchichón.
_. ¡Calla niña! ¿Qué virus dice usted?
_. ¡Vaya, no lo vió! Pues es un virus que anda suelto por la zona norte de Madrid y que ataca los genitales de las mujeres, y de las niñas también, claro, que veo que tiene usted unas cuantas.
_. Mire señor, es la primera noticia que tengo.
_. Ya, ya lo veo. Por eso la facultad de Ginecología nos ha mandado a los que estamos en el cuarto año de carrera a hacer reconocimientos domiciliarios. Si no tiene inconveniente, paso adentro para empezar.
_. Oiga, yo antes de que usted nos reconozca, tendría que hablar con mi marido, ya que pertenece a Sanidad, y preguntarle sobre el particular.
_. ¿Duda de mi palabra, señora?
_. ¡Ni mucho menos! Además le agradezco su interés, pero no está en mi ánimo someterme a ningún reconocimiento domiciliario sin avisar a mi marido. Tenga en cuenta que está a punto de llegar y no sé cuál podría ser su reacción. ¿No me lo podría hacer él?
(Naturalmente lo primero que pensé es que estaba delante de una persona perturbada, pero mi reacción no podía ser extrema, ya que estaba con mis tres niñas, y no sabía por dónde podría salir el individuo en cuestión. Pensé en cegarlo a base de nocilla, en echarlo a punta de lanza, que en casa hay unas cuantas, en darle un sartenazo, incluso medí el espacio entre mi rodilla y sus huevos por si hacía falta, todo ello sin perder la compostura).
_. Señora, su marido no puede hacerle lo que le puedo hacer yo. No tiene comparación.
_. No lo dudo, pero no acabo yo de decidirme.
_. Puede preguntar a su vecina de abajo, que la he dejado lista en diez minutos.
_. No me hace falta. Con su palabra me basta, pero espero que respete mi decisión de que sea mi marido el que me haga ese reconocimiento. Además, está a punto de llegar.
En ese momento, se enrabietó y dió un paso atrás, momento que aproveché yo para cerrar la puerta y poner la cadena como una posesa. Además, de pedir a todos los santos, que mi marido no viniera aún.
Estuvo dando gritos en la escalera, hasta que por la mirilla vi que se marchó.
En ese momento apareció mi vecina, diciéndome que estaba detrás de la puerta escuchándolo todo, por si se me ocurría dejarlo entrar. Estaba fuera de sí.
El "ginecólogo" había llamado a su puerta y cuando se identificó, ella se confundió creyendo que era alguien que venía a hablarle de los piojos, pues en el colegio, les habían advertido de unas charlas. Así, que cuando el tío se terminó de presentar y le propuso el reconocimiento, ella creyó que le iba a mirar la cabeza para ver si tenía piojos y se los estaba contagiando a sus hijas, y le dijo: "Pase, pase usted. ¿Aquí mismo?" "No, mejor túmbese en el sofá" "¿Pero me va a ver los piojos en el sofá?" "No señora, le voy a hacer un reconocimiento ginecológico y necesito que los dos estemos cómodos" "¿Quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee?"
Mi vecina, que era una gallega de armas tomar, cogió la escoba y lo sacó a escobazos de la casa.
Bueno, pues como el buen hombre se paseó por buena parte de los edificios de la calle, nos enteramos luego de que hubo algunas mujeres que sí se dejaron reconocer, aunque se corrió un tupido velo sobre el asunto. Como para ir contándolo. Bastante tuvieron las pobres.
Desde entonces, miro siempre cuando alguien llama.