6 de marzo de 2011

De Alcazaba a Palacio Real


Escribir algo sobre el Palacio Real de Madrid, intentando transmitir al lector en cuatro imágenes su magnitud y su belleza, es poco menos que imposible, pero ayudada de uno de mis libros que es una verdadera joya: "España" la riqueza artística del Palacio Nacional, de 1935, lo voy a intentar.
Siempre he dicho que viendo un palacio de borbones, vistos todos, y de hecho, cuando este pasado verano estuve en Versalles, me ratifiqué en esa opinión. También escribí que no tenía nada que envidiarle nuestro Palacio Real de Madrid, como así es.
En el extremo de la parte occidental de la ciudad, sobre el mismo solar que ocupa el actual Palacio, hubo desde los siglos IX al XIV una Alcazaba, utilizada por los moros como fortaleza y vigilancia de los caminos que conducían a Toledo.
A mediados del siglo XIV, el rey Don Pedro I de Castilla comenzó las obras de reedificación que continuó Enrique II y fueron ampliadas por Enrique IV, el cual mandó decorarlo para residir en él durante las largas temporadas que pasaba en Madrid.
Los Reyes Catolicos vivieron aquí durante un año.
En 1537 Carlos V ordenó a sus arquitectos Covarrubias y Vega otras reformas, con las cuales se despojó al viejo Alcázar de su aspecto de fortaleza y en 1561, al establecerse la corte en Madrid con Felipe II, se realizaron otras mejoras proseguidas por sus sucesores (Felipe III, Carlos II y Felipe V), valiéndose para ello de los arquitectos Juan de Herrera, Juan Gómez de Mora, Alfonso Carbonell, Juan Bautista Crescente y Marqués de la Torre.
A comienzos del siglo XVIII, después de lograda la transformación tantas veces deseada, se malograron por completo los esfuerzos realizados y las cuantiosas sumas invertidas, porque el tan remendado Alcázar fue totalmente destruido por un voraz incendio, en la noche del 24 de diciembre de 1734.
La versión "oficial" fue que dos criados borrachos alimentaron una de las chimeneas (de alguien que no estaba residiendo en el Palacio) más de lo debido, y a salirse el fuego, prendió en muebles y alfombras; sin embargo, Felipe V odiaba este Palacio por ser tan austero y tan distinto de lo que conocía hasta entonces, que era Versalles. De hecho no vivía allí, y se había trasladado al Retiro, llevándose antes, qué casualidad, muchas de las obras de arte que había en el Alcázar, con la excusa de que podrían sufrir algún deterioro durante las obras de acondicionaminento que se estaban haciendo.
La noche del incendio los madrileños confundieron el alboroto de las campanas con los maitines, y cuando se percataron de lo que pasaba se fueron hacia allí, pero los guardias, temiendo saqueos, no abrieron las puertas hasta que fue demasiado tarde.
Luego, desde las ventanas, se arrojaron los cuadros, muebles, joyas y objetos de arte que se pudieron salvar. El oro se fundió por el calor y mucho después, entre las cenizas aparecieron multitud de piedras preciosas que fueron llevadas en carros hasta el Retiro. Se logró salvar también el diamante llamado "El Estanque", de 100 kilates, la famosa perla "La Peregrina" y, entre otros cuadros, Las Meninas de Velázquez, que estaba en la habitación del Rey. Ni el diamante ni la perla son ya joyas de la corona española, pero nuestras reinas las lucieron tanto por separado como montadas en un rico joyel, en sus retratos más famosos: María Tudor, Isabel de Valois, Margarita de Austria, Isabel de Borbón, etc.
Sin lugar a dudas, al que más benefició el incendio fue a Felipe V, y nadie se explicó entonces la rapidez con que se extendió el fuego. Como pasa muchas veces, nunca sabremos la verdad sobre lo ocurrido.
El 7 de enero de 1737 se empezó la total demolición del incendiado Alcázar, y sobre su emplazamiento mandó Felipe V edificar el actual Palacio Real, justamente considerado como un magno ejemplar de su estilo.
Por diversas razones se redujeron las dimensiones del grandioso proyecto del arquitecto Juvara, que pretendía que la edificación llegase hasta la Plaza de España. Al morir, le sustituyó el también italiano Juan Bautista Sachetti, considerado el mejor arquitecto de Europa.
Aprobadas las nuevas trazas, el 6 de abril de 1738 se colocó en el centro de la fachada del mediodía, a cuarenta pies de profundidad, la primera piedra del edificio, que bendijo el Arzobispo de Tiro don Álvaro Mendoza.
Según consta en el acta que se conserva en el archivo general del palacio, el Marqués de Villena, en nombre del rey colocó en ella una caja de plomo que contenía monedas de oro, plata y cobre, procedentes de las fábricas de Madrid, Segovia, Méjico y Perú y una inscripción en piedra que dice así:

AEDES MAUROUM QUAS HENRICUS II COMPOSIUT
CAROLUS V AMPLIFICAVIT PHILIPPUS III ORNAVIT
IGNIS CONSUMPSIT OCTAVO KALENDAS JANUARI
ANNO MDCCXXXIV TANDEM PHILIPPUS V
SPECTANDAS RESTITUD AE TERMECTATT
ANNO MDCCXXXVIII

(Ya no me acuerdo nada del latín, pero más o menos viene a decir que en ese lugar moró Enrique II, que lo amplió Carlos V, que lo enriqueción Felipe III, y la fecha en la que se incendió, reinando Felipe V. Y al final, el año que comienza la construcción del nuevo)
La construcción del palacio cuya obra empezó Felipe V, se terminó reinando Carlos III en 1764, y su coste ascendió a la entonces fabulosa suma se 75 millones de pesetas, sin contar el mobiliario y la decoración.
Posteriormente, durante varios reinados se han construido las prolongaciones que cierran la plaza de armas y se han efectuado otras obras que han realzado la belleza del monumento.
Pertenece al estilo neoclásico y su planta es cuadrangular con resaltos en sus cuatro ángulos y un gran patio central. Las características de su construcción son : el espesor de sus muros, la solidez de sus bóvedas hechas de ladrillo y piedra, y la grandiosidad del conjunto, embellecido por su situación.
Por su emplazamiento, dado el gran desnivel de la parte norte y poniente (se puede apreciar en la primera foto), la cimentación hubo que llevarla a gran profundidad, con enormes basamentos en talud que forman su pedestal.
Sobre la cornisa, coronando las fachada estaban las estatuas de todos los reyes de España, que ahora adornan el Retiro y la Plaza de Oriente. Parece ser que el peso era excesivo, aunque según cuentan, Isabel de Farnesio, madre de Carlos III, soñó que bajaban, y entre todos la expulsaban de España. Entonces le pidió a su hijo que los quitara de allí. ¿Leyenda o realidad?
Tiene dos puertas principales: en la fachada este, La Puerta del Príncipe, por donde salió para ir al exilio el infante Francisco de Paula, y cuyo llanto encendió la ira de los madrileños que marcharon hacia la Puerta del Sol, empezando así la guerra contra los franceses.
La otra puerta es la de La Armería, a su vez con cinco entradas, la del centro la principal, que da a la Escalera Real, y sobre la que se puede ver el escudo de los borbones, el reloj y San Felipe. El reloj recorre las constelaciones.
El Salón del Trono se encuentra justo arriba de esta puerta.
En la fábrica de este edificio se empleó piedra de granito y blanca de Colmenar, y solo la madera necesaria para las puertas y ventanas, que son en gran parte de caoba.
Los techos son emplomados, para protegerlo de los incendios.
Las habitaciones del palacio se dividen en oficiales y privadas. Las llamadas Saleta, Antecámara y Cámara, determinaban las categorías de los que tenían acceso a ellas. En la Saleta eran recibidas (previa concesión de audiencia) todas las clases sociales.
En la Antecámara, verdadera pieza de etiqueta, cuyo jefe era el mayordomo de servicio, solo tenían acceso los títulos nobiliarios, Diputados, Senadores, Generales, los que poseían grandes cruces, Caballeros de las Órdenes, Maestrantes, Magistrados de los Tribunales Superiores, Oficiales Mayores de Alabarderos y Jefes de Carrera de la Escolta Real.
A la Cámara sólo tenían acceso los Gentiles-hombres, las damas de la reina, Embajadores, Cardenales, Capitanes Generales, Ministros, Presidentes del Consejo, Comandante General de Alabarderos, Jefe del Cuarto Militar y los Ayudantes del Rey.
En tan poco espacio no se puede detallar la extraordinaria riqueza que acumula cada uno de sus salones.
El tapizado de sus paredes con riquísimos terciopelos, damascos y sedas de Talavera y Valencia, sus monumentales arañas de plata y cristal de roca y las de bronce y cristal de la Granja y del Retiro, la riqueza y variedad de su mobiliario, la maravillosa colección de tapices considerada como la más soberbia y selecta, sus famosos techos y cuadros obra de afamados pintores y el Relicario (solamente un clavo de la Cruz, tiene 11.000 brillantes)
Esculturas, orfebrería, la colección de Stradivarius, la Sala de Porcelana, los relojes, la armería... todo es suntuoso e impactante.


La Capilla Real, con el cuadro de Rafael Mengs "La Anunciación".

El Comedor de Gala. Alfonso XII unió las tres salas pertenecientes a Mª Amalia de Sajonia para formar el comedor. El suelo es de parquet, el único en todo el Palacio. Quince arañas de cristal y tibores chinos.
Cuando fuimos a verlo, preguntamos cómo era la mesa, sin el mantel, y ante nuestro asombro, nos enseñaron unas tablas con algo parecido a las borriquetas, pero mejor hechas. Como el mantel es largo, pues no se ven, y se amplía o reduce la mesa según las necesidades.

La famosa Sala de Gasparini: decorada por él, es una estancia muy armoniosa, con suelos de mármol de diversos colores (valorado en 1.935 en 500.000 pesetas), paredes bordadas en plata y sedas, y los techos con técnica de porcelana.
Ahora se utiliza para tomar el té.

El salón de Columnas. Aquí se encuentra la mesa en la que se firmó el tratado de España a la CEE.
Hasta tiempos de Alfonso XII, era el Comedor de Gala, pero como su esposa María de las Mercedes fue velada en esta estancia, el Rey no quiso que volviera a servir para este fin.
También fue el lugar donde estuvo el cadáver de Franco.
Hay una serie de esculturas en bronce procedentes del antiguo Alcázar, que representan a los planetas y que fue un regalo a Felipe IV.
También bustos provenientes asimismo del Alcázar, que pertenecieron a los jardines de Felipe II, y que representan a emperadores romanos.
Las lámparas son de cristal de la Granja y las alfombras de la Real Fábrica de Tapices.
La escultura que se ve al frente es de Carlos I. Una réplica (Carlos I venciendo al furor), se encuentra a la entrada del Museo del Prado, por la puerta de Goya.
El Salón del Trono. En las escaleras, hay cuatro leones, símbolo de la monarquía española, de bronce dorado, pertenecientes a una mesa del Alcázar, y distribuidas a ambos lados, diez estatuas de bronce de tamaño natural, y sobre las consolas los catorce bustos provenientes de las ruinas de Herculano.
La bóveda la pintó Tiépolo a los 70 años, y es una alegoría de España y sus posesiones. Las paredes son de seda roja, con una greca superior en plata.
Las lámparas son las más antiguas del Palacio. Eran del Alcázar y son de cristal de Murano.
Hay dos tronos y cuando se cambia de Rey, se cambia de silla.
Los Reyes nunca se sientan en el trono.
Espero que os haya dejado con la miel en los labios, y visitéis esta joya que tenemos en Madrid.
Merece mucho la pena.
No ha sido mi intención abordar esta entrada recreándome de forma exaustiva en las salas o escaleras, sino más bien la he querido centrar en el aspecto histórico del edificio, aunque es difícil dejar de citar algunos datos.
El Palacio se encuentra en la calle Bailén, frente a la Catedral de la Almudena.