27 de mayo de 2011

Odio comprar ropa y zapatos




¡¡¡NO LO SOPORTO!!!!!!

Mi peor plan es ir de compras, pero me da lo mismo ropa que calzado. Lo demoro hasta que se estropea lo que repito como si fuera un uniforme, y ya in extremis tengo que sucumbir a las tiendas, donde se me nota la desgana a la legua. Me horrorizan los probadores, aunque no tenga la señorita pelma al lado preguntándome qué tal me veo.Porque esa es otra, la manía de algunas dependientas de perseguirte, que casi te acosan queriéndote convencer de lo requetemonísimo que te queda el modelito aunque te falten dos tallas, pero como no tiene más grande, pues te miente la muy víbora. Tengo por norma no volver a entrar en las tiendas donde haya sufrido esta manía persecutoria. Yo no necesito a nadie detrás de la cortina porque me aceleran, y encima de que me repatea probarme ropa, tengo que ir a toda pastilla descartando y eligiendo prendas antes de que vuelva.

Es una estrategia equivocadísima. Con el gusto que da (es un decir) entrar al probador de forma anónima, dejando al salir el montón en el mostrador, sin decirte nadie nada.

Lo que más pereza me da son los pantalones, porque las partes de arriba, pues enseguida me las pongo y me las quito, pero lo de abajo... primero las botas o los deportivos, luego el vaquero que entre el sudor y el cabreo se me pega a los muslos como un condenado. Luego a ponérmelos otra vez, y a atar los cordones de los deportivos. Y ya si es un vestido lo que tengo que probarme, me lo meto, me miro al espejo (que dicho sea de paso, hacen gorda), no me gusto, pero claro es que voy con los pantalones puestos por pereza. Me los bajo por la rodilla pero me sigo viendo rara. Me los quito, y entonces es mucho peor porque se me quedan al aire las piernas muy poco morenas (vamos a ser benévolas), rematadas con los calcetines, con lo cual estropeo cualquier cosa que me ponga. Entonces me entra el agobio comercial, como yo le llamo y me salgo sin comprar nada, y me digo a mí misma que todavía puedo sacarle partido a alguna prenda que ande rodando por el armario. Cualquier excusa es buena para salir corriendo.

Eso sí, cuando veo algo mono, aunque no sea de mi talla me lo compro... pá cuando adelgace, y así tengo bastantes prendas en el armario esperando el milagro. Tengo algunas de hace lo menos diez años, todavía con la etiqueta puesta, pero quién sabe si algún día me las podré poner cuando vuelva la moda y no tendré que ir a comprarlas.

También me ocurre que cuando por fin cargo con algo, entonces me da muchísima pereza estrenarlo y lo dejo de un año para otro. Este año por ejemplo he estrenado los zapatos que me compré hace dos, y tengo otros, que yo creo que este año tampoco ven la calle. Así el año que viene me alegraré de no tener que ir a comprarlos, porque lo de los zapatos también lo llevo fatal. Según el podólogo, tengo unos pies fenomenales, pero es un suplicio para mí meterme a una zapatería y por supuesto entro siempre en las que no tienen dependientas plastas.

Me llevan de cabeza los tacones... ¡Me encantan! Pero para tenerlos en el armario guardados porque aguanto poco tiempo con ellos puestos. De vez en cuando los veo y los encuentro monísimos. Pero me sigo poniendo unos que tengo ya muy domados, que compré hace la tira de años.

Mañana tengo una fiesta familiar y estrenaré un par que me compré el año pasado, con taconazo de diez centímetros.

Será un día especial, porque también estrenaré vestido. Voy a ir niquelá, pero el domingo volveré a mis camisetas, mis vaqueros (por cierto, me dijo mi niña que unos que estrené eran así como antiguos, pero no le dije nada de la fecha de la compra) y mis botines planos, que ya me ha dicho dos veces el zapatero que no tienen arreglo, pero yo confío en él y me los ha dejado como nuevos. Bueno, lo menos dos años me aguantan todavía.