31 de julio de 2011

¿Quién maneja mi barca? Olé y olé...


Una anécdota real que me han contado dos amigas esta tarde. Vamos a cambiar los nombres de las protagonistas: les pondremos Pilar y Ángeles.
Hace unos años, el marido de Ángeles compró una barquita a la que le puso un motor fuera borda y con la que paseaba en sus ratos libres, comprobando ella lo fácil que resultaba gobernar esa pequeña embarcación, ya que sólo tenía que dirigirla con la caña del timón, cosa que se le antojó casi de párvulos, por lo que le propuso a Pilar dar un paseo en ella un día en el cual su marido no se encontraba en su casa. Les acompañaría su niña de tres años, claro está provista de chaleco salvavidas y unos manguitos por si lo primero no fuese suficiente. Imaginemos la estampa de la niña, ya que entonces los chalecos salvavidas eran bastante aparatosos, con todo bien inflado dentro de la minibarca.
Después de comer, con el último trago de café en la boca, cogieron el coche y se dirigieron a casa de un familiar en busca del motor. Por fin, muy seguras de sí mismas llegaron al puerto.
P_. ¿Tú estás segura de que sabes llevarla?
A_. Por Dios hija, si está tirao.
A_. Pilar, monta a la niña que vamos nosotras a poner el motor.
P_. ¿Y ésto cómo se pone?
A_. Dejamos la barca ya de culo, venimos las dos con él y lo colgamos.
P_. Eso parece fácil. Ya veremos si la sabemos sacar.
Colocaron la barca, y cuando estaban acercando el motor, el levante le dio la vuelta y la puso de cara.
A_. ¡Caguen toooooo!
P_. Venga, pónla tú otra vez y yo sujeto el motor.
La colocaron de culo de forma correctísima, pero el airecillo estaba empeñado en joderles la maniobra y otra vez lo mismo.
A_. ¡Agárrala, que se da la vuelta otra vez!
P_. ¡A ver si se me va a marear la niña!
Y la pobre niña toda inflada y con cara de resignación, las miraba sin fiarse un pelo ni de su madre ni de su tía.
Por fin y tras largos sudores (recordemos: verano, en la siesta del día), lograron poner el motor a la barca y pasaron así a la siguiente fase: subirse a ella.
¡Chupao!
A_. Yo me monto y tú empuja la barca para sacarla, das un salto y te subes.
P_. Vale.
Y Pilar empezó a empujar, pero llegó un momento en el que no hacía pie y bastante tuvo con mantenerse ella a flote, mientras veía alejarse unos metros la embarcación.
A_. ¡Pilaaaaaaaaaar! ¿Dónde estás?
Silencio.
A_. ¡Pilaaaaaaaaaaaaaaar!
P_.¡Estoy aquí! ¡Vuelve por mí!
Otra vez para atrás.
A_. ¿Pero chica, por qué no te has subido?
P_. Mira, cállate, que no hacía pie y por más que lo intentaba no podía.
A todo ésto otra vez en la orilla.
A_. Venga, vamos a probar otra vez ¡Empuja!
A_. ¿Estás empujando?
Silencio.
La niña_. ¿Dónde está mi mamá?
A_. ¡Pilaaaaaaaaaaar! ¿Dónde estás?
Y de pronto aparecieron ocho dedos en el "culo" de la barca y se oyo:
P_. Glubstoy glubquí
Ni más ni menos que agarrada a la popa y con el motor en marcha.
A todo ésto ya habían pasado más de dos horas desde que salieron de la casa hacia el puerto.
P_. Espera, que voy a probar otra forma de subir.
Se colocó a babor, puso un codo y luego el brazo izquierdo, y echó también arriba la pierna izquierda. Ahora faltaba voltear la otra parte.
Como estaban por al lado de otras barquitas, hizo la misma operación con el brazo y la pierna derechos, pero... los metió en otra barca, con lo cual se encontró con el cuerpo en el agua, la parte izquierda a babor en una y la parte derecha a estribor en otra. Juro que es verídico.
Como el levante movía las embarcaciones, cuando se juntaban, Pilar se hundía, y cuando se separaban afloraba a la superficie. Y la niña inflada, atónita. Para arriba y para abajo, como en la feria, pero con agua.
Por fin pudo subir a la de su amiga y con el motor en marcha, se dispusieron a salir del puertecillo, pero la caña no resultó tan fácil de manejar como Ángeles creyó, y barca que veían, barca contra la que iban. Los coches de choque a su lado, una tontería.
Así estuvieron un buen rato, hasta que decidieron volver y renunciar a su paseo, pero no era nada sencillo, y tuvieron que hacerlo agarrándose a las otras pequeñas embarcaciones para poder llegar al puerto.
A todo ésto ya se les fue la tarde y juraron que nadie se enteraría de semejante odisea, pero no contaban con la niña, que lo soltó en cuanto vio a su padre, y ya se enteraron todos.
Tengo que reconocer que oyéndolas contarlo, me he reído muchísimo imaginándomelas en esta situación.
La pintura es de Aldebarán.