13 de febrero de 2014

Una mano por aquí, otra mano por allá


Esta mañana he estado pensando que la evolución de la especie humana, muy coherente siempre en sus cambios, ahora anda retrasadilla.
Se han quedado mis nietos a dormir esta noche en casa y esta mañana, claro está, los he llevado al colegio.
Al abrir la ventana... ¡Horror! ¡Está lloviendo! Ahora tendremos que ir bregando con los paraguas, además de hacerlo con el resto de "complementos" hasta el cole, que no está precisamente cerca.

Cuando por fin estamos arreglados, me pongo el bolso por bandolera para que me moleste menos.
- Abuela, ¿has cogido el elefante? -es el muñeco de dormir de Marina, que viaja más que el baúl de la Piquer.
- Sí, pero mejor cógelo tú, y así llevo yo menos cosas.
- No puedo. Me estoy comiendo todavía el bocadillo -doy fe porque a pesada en el desayuno, me la juego.
Como ya tenemos que irnos, cojo la bolsa con el elefante, que ya podía haber elegido para dormir algo más pequeño, por ejemplo, un barriguitas.
- Abuela, ¿dónde está mi avión, que me lo quiero llevar? -Dani pide su avión hecho de piezas de construcción, grande, bien grande; cuando lo hicimos la noche anterior dijo que el suyo era el más grande del mundo y, yo añado también, el más inestable; nos pasábamos más tiempo arreglándolo que jugando.
Bueno, pues Dani ya está listo con su abrigo, su capucha y su avión en la mano.
- Abuela -dice Marina- yo llevo el paraguas azul para mí sola, que ya soy mayor.
- No Marina, que yo tengo ya cuatro años y también soy mayor -Daniel no está por la labor de salir sin paraguas, y ha decidido llevar el avión en una mano y el paraguas en la otra.
Por el bien de la vista de los alcobendenses, logro convencerlo para que vaya de mi mano, cubriéndose con el mío.
¡Se me olvida la otra bolsa! La ropa sucia, el jarabe, juguetes, cosas que se dejó su madre...
Hale, ya estamos en la calle: Marina con el paraguas cogido de arriba con una mano y con el bocadillo en la otra. En una rebolera paragüil  engancha la capucha de Daniel.
- Por favor, cariño, ve un metro por delante de nosotros, que peligran los ojos de tu hermano.
Me pongo el bolso en bandolera, que hoy pesa especialmente, cojo con una mano las dos bolsas y con la otra... ¿la mano de Dani o el paraguas? ¡Me falta un brazo con su mano correspondiente! ¿Cómo la Naturaleza, tan sabia ella, nos ha hecho solo con dos extremidades superiores? Entonces me he dado cuenta de que según la evolución de la especie humana, acabaremos a este paso con cuatro brazos, por pura necesidad.
Con la izquierda cojo la bolsa del elefante, la de efectos varios y  el paraguas, eso sí, inclinado hacia Dani, que se coge de mi mano derecha. Jolín cómo pesa mi bolso.
Cuando llevamos unos cincuenta metros, con más incidentes que una carrera de obstáculos...
¡A tomar por saco el avión!
- Abuela, se le han caído las alas y la cola -me lo decía con una carita...
- No te preocupes. Coge tú el paraguas mientras yo lo arreglo. ¡Marina! Para, que a tu hermano se le ha caído el avión. Ya está. Cariño... ¿por qué no lo guardamos en esta bolsa, y así no se moja? Es sobre todo para que no se estropee.
El infante, después de sopesar pros y contras de una decisión tan importante, accede por fin a que lo meta en la bolsa, de mala manera porque no cabe.
Un paso de cebra.
- Abuela, dame la mano -qué risa tía Felisa.
- A mí también, abuela -yo me miro a ver si por un milagro me sale alguna mano más, pero una tiene las que tiene. Les calo bien las capuchas, cierro los paraguas, los cojo de la mano como puedo, cruzamos y rápidamente recomponemos el cuadro procesional que formamos.
Así hasta el colegio, y menos mal que no hacía viento. No me quiero ni imaginar que hubiéramos tenido que ir sujetando los paraguas para que no se volaran.
Pues eso: que estoy convencida de que en el futuro tendremos algún brazo más.
Por cierto, mi bolso pesaba porque llevaba dentro, aparte de las cosas normales  que llevamos todas ¡Dos paraguas plegables! Como está varios días lloviendo, cojo uno, cojo otro, los guardo...