21 de febrero de 2016

Barcelona-Estocolmo. Cádiz


Salimos del puerto de Barcelona, y tras un día de navegación, con un tiempo maravilloso, llegamos a Cádiz. 
No era la primera vez que la visitábamos, pero la comodidad del atraque en plena ciudad, la amabilidad de sus gentes y lo que habíamos disfrutado antes paseando por sus calles, nos animó, y mochila al hombro nos fuimos a patear la ciudad.



El Ayuntamiento, en la Plaza de San Juan de Dios. Un lugar precioso, con tintes habaneros. 


La misma plaza. Cuando  venimos nos gusta sentarnos en esta cafetería a tomarnos unas cervezas y dulces típicos, como el Pan de Cádiz, mientras disfrutamos del ambiente tan bueno que hay a todas horas por aquí.


Plaza de San Antonio, con la Iglesia de San Antonio al fondo, y posando... pues mi Antonio, jajaja,
En esta plaza se da el pregón del Carnaval y hay varios palacios con una fachadas muy bonitas.


Plaza de Topete, llamada también de las Flores. Al fondo, el edificio de Correos.


Catedral de la Santa Cruz, llamada por los gaditanos "la nueva", aunque su nombre es de la Santa Cruz sobre el Mar, o Catedral del Agua, por su cercanía al mar. Es de estilo barroco. 
Afectada por el mal de la piedra, a veces hay que cuidar con redes que no se desprendan trozos de los que se desmoronan, y que pueden herir a los viandantes.
Su cripta se encuentra bajo el nivel del mar y allí hay enterrada gente ilustre, como Manuel de Falla o José María Pemán.


Aquí era obligatorio hacernos la foto. Esta bollería está en la Plaza de la Catedral.


En la misma plaza se encuentra la Iglesia de Santiago.

Antigua puerta romana, que da acceso al Arco de los Blanco, en la calle del Silencio.


Arco de los Blanco. Se llama así por la familia que edificó aquí una capilla. Al fondo se ve el café teatro Pay Pay. En los años 40, cuando Cádiz estaba repleto de marineros, este lugar era un sitio de encuentro para divertirse y desfogarse un poco con actuaciones que escandalizaban a los puritanos de la época. Luego cayó en el olvido, y en julio de 2001 volvió a abrir sus puertas como centro cultural donde tienen cabida actos musicales, cuentacuentos y otros espectáculos.


Por el paseo marítimo, llamado Campo del Sur, llegamos hasta La Caleta, la playa más conocida y más pequeña de Cádiz.


Flanquean la playa, por un extremo, el Castillo de San Sebastián, que protegía el frente norte de Cádiz, y que está unido a tierra por un malecón, para poder seguir utilizándolo con marea alta.
En el otro extremo se encuentra el Fuerte de Santa Catalina.


Preciosa foto del balneario que hay en esta playa, con el mar al fondo. Me hubiese encantado estar leyendo tras esos cristales.


Balneario de Nuestra Señora de la Palma Real. Ahora es el Centro de Arqueología Subacuática del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico.
De verdad, que es una belleza.


Marea baja en La Caleta, con el Castillo de San Sebastián al fondo.


Club Marítimo de Cádiz.


Castillo de Santa Catalina, en el otro extremo de La Caleta. Era un fuerte y luego prisión. Esta vez no entramos porque ya lo habíamos visto en otra ocasión.



De allí nos fuimos al Parque Genovés y nos encontramos con este drago, de 130 años, y un perímetro en su tronco de 4'70 metros


Un árbol que me encantó, en el Parque Genovés.


Y llegamos así a una de mis plazas favoritas, la del Mentidero. Aquí tuvo lugar la segunda lectura de la Carta Magna, pero tengo que reconocer, que lo que me trae hasta aquí son las cervezas con tortitas de camarones, que me chiflan. La llamaban del Mentidero porque aquí se reunía la gente a contar chismes, casi siempre falsos.


Bar El Serrallo, donde ocupamos una mesita al aire libre.


¡Ay, mis tortitas de camarones! Y la cerveza, que a estas horas ya nos pedía el cuerpo a gritos.


Una vez ya repuestos de bebida y comida, emprendemos el regreso al barco por las callejuelas que dan a la Alameda Apodaca.


La Alameda Apodaca son unos jardines que rodean un paseo marítimo, con unos ficus enormes, que a veces necesitan muletas de hormigón para sujetar sus ramas. Aquí yo, en medio de uno de ellos.
Estos ficus tan enormes fueron traídos de Australia por una monja misionera, que tuvo la idea de plantar aquí unos esquejes. El clima y los cuidados hicieron el resto.


En uno de los jardines nos encontramos con "esto", que no sé qué es, pero lo dejo aquí por si alguien lo sabe y me lo dice.


De regreso al puerto pasamos por la Plaza Argüelles, que fue el diputado que redactó el preámbulo de la Constitución de 1812 (la Pepa).


Frente al puerto, monumento a la Constitución de 1812. Tiene forma de hemiciclo y están representadas diversas escenas de las Cortes constituidas ese día. El sillón vacío que hay de frente, casi encima de donde estoy yo, es por la ausencia del monarca en la Guerra de la Independencia.


Y ya, al barco a comer. Como puede verse, estaba atracado en el centro de la ciudad.
Zarpamos hacia Lisboa.