4 de enero de 2014

El Danubio azul... la la... la la...


Este año, como tantos otros, me levanté el día de Año Nuevo con la legaña pegada y muerta de sueño (yo, no la legaña), fui a la cocina, me preparé el desayuno y ¡hala! A ver el concierto. Y como todos los anteriores, decidí que de este no pasaba el mirar la forma de estar allí presente, así que me encomendé a San Google, que me mandó la página oficial de la Filarmónica de Viena, y como todavía no había empezado el evento, me entretuve mirando las condiciones y los precios.
Yo pensaba que si era por sorteo, casi seguro que no habría que pagar.
Al principio creí que me había equivocado de página y estaba en una de inmobiliarias, pero no.
Primero tienes que inscribirte en el sorteo, hasta el 23 de enero, y luego, si eres agraciado, tienes que decidir, según lo abultado de tu bolsillo, la categoría de la entrada a comprar, pero vamos, que por menos de 500 euros no te hagas el ánimo, porque las que son más baratas o no se ve un pimiento, o estás de pie. Luego están ya las que andan por los 1.000.
Por eso yo el próximo año, pienso sacar la parte positiva de verlo por la tele.
Estas pobres almas que vemos tan emperifolladas en sus butacas, lo primero se habrán tenido que pegar un buen madrugón, y alguna de ellas que no habrá podido ir al servicio correctamente, porque ya se sabe que fuera de casa al intestino le da como cosilla probar inodoros nuevos, tendrán una lucha interna entre la pena de que se acabe el concierto con el pastón que vale, y el descanso de escuchar la Radetzky y poder acceder a las toilettes. Además, la media de edad es más bien alta, y las próstatas son implacables, incluso en Viena.
Habrán desayunado poco, porque llevan cinco años esperando a que les toque y, el vestido entra ya a malas penas. A mí, el pijama me viene igual con cinco kilos más que menos, así que desayunaré por todo lo alto, o mejor todavía, con lo que me ahorro encargaré un desayuno a domicilio por aquello de empezar bien el año.
De los trescientos que están de pie al fondo de la sala, ni hablo. En cambio yo, estaré toda allonguée en el sofá.
Entre  polka y polka puede entrarles sueño a los "agraciados", pero quedaría fatal un ronquido y se pellizcan sin misericordia, no vayan a salir en la tele justo cuando más a gusto duermen, con la boca abierta. Yo, si duermo bien, y si ronco mejor.
Qué ganas nos entran de marcarnos un baile con el Danubio Azul, cosa prohibida en la sala a no ser por la pareja que cierra el ballet. Yo, en cuanto oiga los primeros compases, me preparé y esperaré a que me feliciten el año. Luego cogeré una sábana y cual ninfa de los bosques, correré grácilmente por el salón, parándome de vez en cuando de puntillas, e inclinando mi delicado torso hasta tocar los labios del Capitán, con una pierna en alto (la mía, no la del Capitán), quien alargando su mano me cogerá y, con gesto firme me lanzará en pirueta hacia el comedor, donde giraré y giraré hasta las últimas notas de la pieza, y por fin me fundiré con el manchurrón de la alfombra que habrán dejado mis nietos.
Rápido al sofá, que viene lo más divertido.
¡Atención! Comienza la Marcha Radetzky. Tarará, tarará, tarará,ta ta... Tarará, tarará, tarará, ta ta... Y se tendrán que contener muchas veces aunque les apetezca dar palmas, porque es algo que canta mucho y porque el Baremboim de turno te puede fusilar con la mirada. Pero yo haré las palmas que me vengan en gana, como si quiero estar toda la pieza dale que dale, o chocar tapas de cacerolas. Ventajas de estar una en su casa.
¡Se acabó el concierto! El Capitán vendrá con un ramo de rosas traídas del mismo San Remo, y nos felicitaremos mutuamente el nuevo año.
Que seáis todos muy pero muy felices, y hasta el próximo.