8 de febrero de 2010

¿Las peluqueras oyen bien?

Yo tengo mis dudas. Me explico:

Ya soy mayorcita y son muchas las peluquerías que he recorrido a lo largo de mi vida. Sin embargo, sigo teniendo siempre el mismo problema.

Cuando me decido a ir, que es muy de tarde en tarde porque cojo un berrinche cada vez que voy, llevo muy preparado desde casa lo que tengo que decirle, del color, del corte y del peinado, para que no se me quede ningún cabo suelto del que tenga que arrepentirme después.

A mí me gustaban las peluquerías de antes, en la que te encontrabas siempre a la misma peluquera y ya conocía tus gustos. No había que decirle casi nada. Pero como ahora cada seis meses las cambian, nunca sabes con quién vas a encontrarte y, cada vez, es como si fuera la primera con la consiguiente zozobra por el resultado de tu cabeza que, además, casi siempre coincide con la necesidad de estar más guapa porque tienes algún compromiso. Bueno, pues es cuando más fea te encuentras, que luego en las fotos te acuerdas mucho de la peluquera.

Entro en el salón y a la pregunta "¿Qué se va a hacer la señora?", contesto con una cara de resignación, como si me llevaran al patíbulo: "Teñir, mechas, cortar y peinar". Y aquí empieza mi calvario. Me traen el catálogo de tintes, que nunca quedan como en esas mechitas que nos enseñan. ¡Qué va! Quedan mucho más oscuros. Elijo a sabiendas de que tendré problemas al final, y dejo que la señorita peluquera me haga en la cabeza algo así como un despiece de pelos recién metidos los dedos en un enchufe, que poco a poco van tomando un color feísimo, pero me aguanto mientras me miro al espejo, qué remedio me queda, y me digo a mí misma si esa que se ve ahí soy yo o es un zombi. ¡Qué poco favorecen los tintes! Tantas cosas que se inventan para la belleza de las mujeres y, sin embargo, nos tienen en las peluquerías con un aspecto absolutamente infame. Y digo yo, ¿por qué razón no pondrán una iluminación con "flus", para que nos veamos menos la cara de disgusto y las ojeras? En el fondo todas pensamos: "A ver si ésto no va a tener remedio y me voy a quedar así".
Previamente al tinte, me han dado por las raíces que están cerca del rostro, vaselina o algo similar para que no se me manche la piel. Otro encanto añadido.
Y vienen las mechas "¿Doradas o blanquitas, señora?" "Pues me gustaban blanquitas, pero con el pelo tan oscuro que me ha quedado, pareceré una cebra, así que déjemelas doradas. Y por favor, quiero sólo unas poquitas por encima y ya está".
Y empezamos con el papel albal, y me va haciendo paquetitos con el pelo, que parezco la caja del fiambre con tanto envoltorio, aunque siempre es preferible al gorro que nos ponían antes, como si fueran a hacernos un electroencefalograma, que nos sacaban las mechas con un ganchillo y terminábamos con la cabeza medio horadada. Ahora que caigo, si yo sólo quería unas pocas, ¿por qué razón me llenan la cabeza?
Por fin paso a lavarme, me desenrollan el aluminio y ya tengo preparada la respuesta del champú y del baño suavizante, porque seguro que me lo preguntan.
Me voy con la toalla al sillón frente al espejo y, descubro que las mechas ni se notan, pero estoy tan cansada, que ya ni protesto. Y además, tengo alrededor de la cara un cerco cenizo, que acrecienta mi parecido con Drácula. Me lo intentan quitar, pero se me ha agarrado bien el tinte a la piel, lo cual quiere decir que la vaselina, la puede mandar a tomar por saco la próxima vez.
Y llegamos al plato fuerte: "¿Señora, cómo quiere el corte?"
"Me corta un dedo de las capas, y me respeta el largo, y el flequillo me lo corta nada más que un poquito, que me gusta más bien largo".
Y empieza a cortar, como si no me hubiera oído, a lo que le digo: "¿No está cortando mucho?" "Qué va, es que tiene las puntas castigadas y necesito sanearlo" "Ya, pero yo no quiero que lo sanee, sino que me corte lo que le he dicho"
Y sigue cortando como si no te hubiera oído, y ves cómo te caen al suelo los mechones de tres dedos, por lo menos, que mira que cortan bien las tijeras de las peluquerías.
Con resignación, porque te haces el ánimo de que es imposible que te hagan caso, te miras al espejo y ves que te ha cortado, como mínimo, el doble de lo que querías, pero no dices nada porque ¿para qué? Es inútil.
Entonces vuelve con las tijeras y empieza a igualar, que igualando igualando, te dejan sin pelo en un plis plas. "Oiga, que se está usted pasando" "Pero qué exagerada es la señora..."
Total, que con el corte, se te han roto los esquemas.
"Vamos a peinarla. ¿Dónde lleva la raya la señora?" "Pues ni en medio ni al lado".
Pido que me lo peinen liso, pero me dice que es una pena, que con el corte tan bonito que me ha hecho, no se me va a ver si me lo peina liso y,  rendida, le digo que haga lo que quiera, pero que me lo deje natural y que no me dé arriba mucho volumen.
Empezamos con el secador y el cepillo. Como por detrás no me veo, pues no sufro.
Pero de frente todo cambia y me encuentro rarísima, con un tupé arriba, justo el que no quería tener y, ella, con voluntad, intenta chafármelo, pero ya no hay remedio porque lo que en la peluquería se levanta, ya no hay quien lo agache.
Me corta el fleco "¿Para dónde lo lleva, señora?" "Pues más a la derecha, pero quiero alguna mechita por la izquierda y por el centro".
Y aprovechándose de que tengo los ojos cerrados, corta sin piedad y me quedo con un flequillo a media frente, que no tiene nada que ver con lo que he pedido. Me recuerda al de mi foto de comunión, que me lo debieron cortar con una regla.
Pago religiosamente la factura y vuelvo a casa por sitios poco transitados para no encontrarme con ningún conocido. Cual fugitiva, ando rápida por las zonas en penumbra, para evitar que puedan verme.
Cuando llego a casa, entro hasta el baño como si me persiguieran, cojo la ducha y me mojo el pelo. ¡Qué descanso! Cojo el secador y me lo apaño como tengo costumbre. Cuando salgo, mi marido me dice "¡Pues te han dejado muy bien!". Los hombres siempre igual de sagaces.
Menos mal que voy de tarde en tarde.