Bienvenidos a El mirlo de papel

Soy Varech y ando por la Red desde hace un tiempo, lo cual me produce a veces quebraderos de cabeza aunque la mayoría de las ocasiones me satisface.

29 de abril de 2009

Vuelta de Tan Tan


Pasaron los días y llegó la hora de volver a casa.
Por la mañana, las femmes de ménage me habían obsequiado con vestidos y objetos típicos saharauis, que les agradecí por los sincero de sus sentimientos.
Me despedí del personal de la obra y en un taxi, esta vez con un conductor menos arriesgado, emprendimos viaje por carretera hasta Agadir, mi marido, que una vez que me dejara en el aeropuerto se volvería a Tan Tan, un compañero que vendría conmigo hasta España y yo.
Montamos en el avión y todo fue normal.
Hicimos escala en Casablanca y cuando llegamos a la sala de embarque para coger el avión que nos traería de regreso a Madrid me dijeron que no podía embarcar porque mi billete no estaba OK. ¡No podía estar pasándome eso a mí!
Mi compañero habló con el personal de aeropuerto pero no pudo hacer nada y cuando despegó su vuelo, me quedé allí sin saber qué hacer. No llevaba dinero, ni comida, por lo que tenía que salir de allí como fuera y no se me ocurrió más que montar un numerito.
Me fui al hall, me senté sobre mi maleta y empecé a llorar a gritos para atraer la atención del público, cosa que conseguí. Inspiré toda la lástima del mundo contando entre sollozos (en francés, menos mal) que por una equivocación mi billete no estaba OK, pero que yo tenía que estar esa noche sin falta en Madrid, ya que mientras yo había permanecido en Marruecos, mis hijas, pequeñitas muy pequeñitas, habían estado con unos familiares y que también ellas iban ya camino de Madrid. Que yo no podría recogerlas en el aeropuerto y estarían solas esperándome, con el miedo que les daba estar solas, sobre todo una que recibía tratamiento psicológico y que temía que hiciera alguna barbaridad si pasaban las horas y no me veía.
La lié tan gorda, que vinieron responsables del aeropuerto a hablar conmigo, y les repetí la historia, con lo que conseguí a los pocos minutos un billete para el siguiente vuelo que saliera de Casablanca con destino Madrid.
Al llegar a Barajas cogí un taxi que me llevó a mi domicilio donde me estaban esperando mi suegra y mis niñas, contentísimas de verme y deseando que les contara las anécdotas de mi viaje. A veces hay que echarle a la vida un poco de cara, y en este caso el fin justificó los medios. Era mentira lo que dije, pero me valió para estar esa noche en casa y no alargar una situación tan incómoda.
Y aquí terminó mi aventura en Tan Tan, de tan gratos recuerdos. La foto pertenece a la entrada de la ciudad.

26 de abril de 2009

Blancanieves


Los reyes de un país lejano tuvieron una hija tan blanca como la nieve, y le pusieron de nombre Blancanieves (elemental, querido Watson).
Hete aquí que la madre, según costumbre de la época, palmó en el parto, volviendo a casarse su padre con una señora que era una víbora de mala persona. Guapa, pero mu mala.
Y la niña creció , tuvo su menstruación y se desarrolló que daba gusto verla, además de lo buena que era, al contrario que su madrastra, que viendo que Blancanieves era el centro de atención de todos los bailes a los que asistía, estaba que no le sentaba la camisa en el cuerpo y cogió un espejo que tenía para depilarse las cejas y le preguntó aquello que trascendió a través de los siglos: “Dime, espejito mágico, hay en todo el reino alguna mujer más guapa que yo? Y el espejo ni mu. Le repitió la pregunta, y ni mu. Llamó a su marido y éste le dijo que estaba desconectado. Lo conectó y entonces el espejo le dijo: “Mira, eres muy resultona, pero ya tienes tus añitos, que la menopausia no perdona. Blancanieves está bastante más buenorra que tú”.
Y entonces montó en cólera (donde montaba tanto la gente de antes) y llamó a un servidor al que ordenó matar a Blancanieves. Así, sin despeinarse siquiera.
El servidor se llevó a la moza al bosque y le explicó los planes que la malvada madrastra tenía para ella. Total, que la dejó allí entre los árboles y él se volvió al palacio.
Y la pobre se quedó sin saber qué hacer, porque en ese momento no estaba por allí Rapunzel, ni Caperucita, ni la Cenicienta, ni la Bella Durmiente, que ese día no les tocaba pasar por el bosque, y se sintió sola. Pensó que tenía que tomar una solución, porque tenía hambre y además necesitaba una ducha, pues aunque princesa, las glándulas sudoríparas las tenía al cien, como todas las adolescentes, así que empezó a andar hasta encontrar una casita diminuta y se dirigió allí.
Forzó la puerta, entró y encontró la mesa puesta con platitos y cubiertos pequeños y unas pechugas cordón bleue en una bandeja. Se sentó en el suelo, porque las sillas eran muy pequeñas para albergar el hermoso trasero con que la naturaleza le había dotado, y se comió todo lo que encontró. Después le entró sueño y juntando cuatro de las siete camas minúsculas que había en una habitación, se echó la siesta plácidamente.
Y aquí tenemos otra princesa confiada, creyendo que todo el monte es orégano.
Bueno, pues resulta que era la casa de unos enanos muy buenos (pero no tontos), que se habían ido a trabajar y volvían a casa a comer y a echarse un ratito. Cuando llegaron encontraron la puerta abierta y les extrañó, porque siempre la cerraban al salir, aunque dejaban todas las ventanas abiertas para que se airease la casa, cosa comprensible dado el tufo que desprendían las botas de los siete durante la noche.
Se dieron cuenta de que se habían comido todas sus viandas y también montaron en cólera, sin explicarse lo sucedido. Cuando el mayor de ellos fue a hacer pis porque ya tenía problemas de próstata, al pasar por la habitación dio un grito al descubrir allí tendida a una muchacha de uno ochenta (la midió a ojo), guapísima.
Llamó a los otros y juntos la contemplaron sin saber qué hacer. Entonces se retiraron a deliberar y acordaron lo que le iban a decir cuando se despertara.
Al abrir Blancanieves los ojos, encontró a siete enanos a su alrededor, con los ojos fuera de sus órbitas y poniéndose en pie dio un salto, pisando a uno de ellos que por suerte era mudo, y no pudo expresar de forma oral el recuerdo que le dio para su excelsa madre.
La niña les explicó su triste historia, y entonces a los enanitos se les encendió la bombilla: le damos casa y comida, y a cambio que trabaje para nosotros. Blancanieves aceptó, aunque no le gustaba ni un pelo el plan, pero no podía elegir, y firmó el contrato.
Por la mañana se iban a trabajar y dejaban una casa... las toallas por el suelo, los calzoncillos para lavar, los calcetines que andaban solos, toda la tapadera del water llena de gotas (a ver, siete y pequeños, que apenas llegaban, pues más fuera que dentro), la mesa del desayuno patas arriba y la cocina perdida de grasa.
Antes de marcharse acordaban la comida que tenía que hacer, buena y barata, que estaban en crisis y no era cosa de tirar el dinero. Le daban nada y menos para la cesta de la compra, y encima tenía que ir andando al super del bosque.
Volvían a mediodía muertos de hambre y se tiraban como fieras a la comida. “¡¡¡¡¡EHHHHHHH!!!!!!! Quietos”, les decía ella con una sonrisa encantadora. “Mis papás me enseñaron que antes de comer hay que lavarse las manos”. Gruñón mandó al rey a tomar por saco, Mudito pegó cuatro patadas en el suelo, Tímido se puso acogotado detrás de Bonachón, éste soltó una carcajada y miró a la muchacha como si fuera de otro planeta, Dormilón soltó un bostezo y dijo que o comía, o se iba a echar la siesta del borrego, Mocoso estornudó y llenó la sopa de tropezones, Perezoso sacó toallitas húmedas con tal de no ir al lavabo y por último uno dijo: “Es obvio, que nuestras manos están sucias, pero dado el tiempo que hace que no nos las lavamos, sin ningún perjuicio para nuestra salud, no veo la necesidad de quitar ahora las costras que los años han formado sobre ellas”.
“Habló el listo que todo lo sabe”, pensó para sí Blancanieves
Y la vida continuaba y todos eran felices, aunque unos más que otros, porque a la pobre muchacha la explotaban desde que amanecía.
Todo el día batallando con los enanos de las narices: ¿Has lavado mi ropa?, Echa esta carta al buzón, la casa tiene polvo, la comida está fría, dónde está mi sombrero, cómprame una revista, haznos una tarta, coge fresas y haz compota, recolecta hierbas medicinales… ¿Qué te pasa que ya no cantas? ¿No estás contenta con nosotros? ¿Pero dónde vas a estar mejor?. Y Blancanieves gritó: ¡¡¡¡¡¡CALLAD; ENANOS DE MIERDA!!!!!!! Y se quedaron todos petrificados porque no esperaban esa salida de tono por parte de una muchacha tan bien criada.
¡¡¡SE ACABÖ!!! A partir de ahora, ni guiso, ni plancho, ni lavo, ni hago compra, ni quito el polvo ni ordeno la casa. Lo vais a hacer vosotros, que yo me largo.
Viendo que se les escapaba el chollo, los enanitos se retiraron a deliberar y acordaron ayudar a la muchacha en las faenas domésticas.
Entre tanto, la madrastra seguía dándole la tabarra al espejo y cuando se enteró de que Blancanieves aún existía, montó otra vez en cólera, se disfrazó de vieja y se fue hacia la casita. Llamó a la puerta, pero no le respondieron y por una de las ventanas que estaba abierta apareció la niña, a la que dio mucha pena la viejecita y se entretuvo charlando con ella. Ésta sacó una manzana y se la ofreció, dándole Blancanieves un mordisco, consecuencia del cual quedó inconsciente. La bruja desapareció riendo(Qué joía).
Cuando los enanitos volvieron de trabajar, se la encontraron en el suelo y mudito hacía gestos ostentosos sobre la razón de su desmayo, creyendo que se le habría ido la mano con el porrón, pero poco a poco comprobaron que la cosa era seria: Sabio, que había hecho un curso de primeros auxilios, puso su dedo en la carótida de la niña y verificó: “Está muerta”
Todos lloraban a moco tendido, porque el roce hace el cariño, y porque a ver dónde encontraban ahora otra tonta para aprovecharse de ella.
Acordaron no enterrarla (sabia decisión) y la metieron en una urna de cristal que hicieron entre todos, pegando las paredes con silicona y allí la dejaron unas semanas.
Yo creo que no estaba muerta, sino descansando, y que entre las ropas se habría echado comida para no morirse de hambre. Seguro que cada vez que los viera llorando a su alrededor pensaría: “Jodeos enanos, que estoy descansando”.
Atraído por el olor de la silicona, un príncipe que paseaba por el bosque (faltaba más), llegó hasta la urna y al ver allí a la muchacha quedó prendado de su hermosura, y eso que iba sin peinar lo menos tres semanas y llevaba la diadema ya por el cogote.
No pudo contenerse y con su espada rompió la urna, con tan poco cuidado que llenó a Blancanieves de cristales, pero como total estaba muerta, qué importaba.
Entonces recordó que en algunas ocasiones, el aliento de la persona amada había devuelto la vida al otro y posó sus labios sobre los de ella. En ese momento es cuando se podía haber muerto porlo mal que olía la boca del doncel. Saltó de la urna antes de que se le ocurriera volver a besarla y como manda el cuento, se enamoró enseguida del príncipe.
Sí, sí… entre volver con los enanos, o estar en un palacio… yo tampoco me lo habría pensado mucho.
Blancanieves y su enamorado se fueron a ver a los enanos, que ya habían encontrado a otra muchacha perdida en el bosque (ese bosque era como la calle Preciados), y allí estaban repitiendo la historia.
Y como nuestra protagonista era tan buena, pero tan buena, se llevó a los enanos a vivir con ellos al palacio y todos fueron muy felices.
Y colorín colorado…

Ha pasado el tiempo y Blancanieves reivindica para su cuento:

1º.- Un padre que la busque cuando desaparezca.
2º.- Que los enanos tengan algunas nociones de las tareas domésticas.
3º.- Una habitación para ella sola, que estaba rodeada de voyeurs.
4º.- Camas tipo literas, para no tener que agacharse tanto al hacerlas, que tiene un pinzamiento.
5º.- Una lavadora de carga superior, por lo mismo del pinzamiento en la L5
6º.- Un forense que certifique su muerte, para que no la encierren en la urna estando viva.
7º.- Que el cristal sea de esos que al romperse forman como una red y no caen cristales sueltos.
8º.- Que alguien les dé a los enanos clases de tirar silicona, que apestaba la urna.
9º.- Que al príncipe no le huela el aliento.
10º.- No tener que llevarse los enanos al palacio, porque pierde intimidad con su esposo.

23 de abril de 2009

Libro de cosido mudéjar


Este libro está encuadernado y cosido en técnica mudéjar. La costura se realiza a la vez en las tapas y las hojas, y se ven en el lomo las puntadas.

Lo he hecho en piel, cuerda blanca y tela negra decorada.

22 de abril de 2009

Álbum familiar


Estoy muy orgullosa de mi trabajo en este álbum. He recopilado fotos, fechas y datos de las dos ramas de la familia de mi marido, así como de las mías. Ha sido arduo, pero me ha ayudado a conocerles mejor y me he divertido haciéndolo.
He escrito también un poco de historia para que mis hijas, nietos y los que vengan después puedan también saber quiénes han sido y el lugar que ocuparon en nuestra vida.
Estas páginas escritas no las he incluído, porque lo que me interesa poner aquí es el trabajo de scrapbooking.
Lo único que lamento es no haberlo hecho cuando muchas de las personas que aparecen aquí estaban vivas y me habrían aportado mucha más información.







19 de abril de 2009

Ceremonia del té.(Tan Tan 4)




En el desierto saharaui la ceremonia del té es algo que merece la pena disfrutar.
Ya he comentado que cuando me invitaron a comer, nos lo sirvieron y que tanto la bandeja, como los vasos, la tetera, la caja y el capuchón de ganchillo, me lo regalaron.
Los vasitos de la foto no son los originales, porque con los años se han ido rompiendo, pero todo lo demás sigo usándolo cuando les ofrezco un té a mis amigos.
La bandeja tiene tres pies, la tetera, aunque se vea pequeñita, tiene capacidad para seis vasitos, la caja es para contener el té y la yerbabuena para aromatizarlo.
Utilizan un tipo de azúcar llamado de pilón, que es muy dura y está en bloques, por lo que es necesario un martillito para partirla.
Se pone el té en la tetera, se echa agua y se agita para lavarlo, tirando ese agua a continuación.
Se añade una piedra de azúcar, yerbabuena y agua, y cuando hierve, se sirve en un vaso, levantando la tetera un poco para que al caer se oxigene, y se devuelve el contenido a su sitio. Así varias veces y por fin se vierte ya en todos los vasitos.
El primero es "Amargo como la vida", y doy fe de que lo es.
Cuando todos han terminado, se depositan los vasos en la bandeja, sabiendo cada uno cuál es el suyo.
Se vuelve a añadir a la tetera agua, azúcar y yerbabuena y se repite lo anterior.
El segundo es "Dulce como el amor", y está buenísimo.
Cuando se acaba, se vuelve a hacer lo mismo, y se sirve el tercero, que es "Suave como la muerte".
Como el tiempo es algo que sobra en estos sitios, se disfruta sorbiendo el té y charlando.
Se me olvidaba: el vaso se coge con el pulgar arriba y el dedo corazón abajo, para no quemarse.

18 de abril de 2009

Plaza Mayor

Aprovechando un día maravilloso de sol, nos fuimos a pasar la mañana a la Plaza Mayor de Madrid, lugar muy emblemático de la capital, donde se dan cita gentes de todo tipo y donde la diversión está siempre asegurada.
Esta plaza, desde el siglo XV era conocida como Plaza del Arrabal, por estar en los arrabales y se encontraba en la confluencia de los caminos de Toledo y Atocha.
Allí se estableció un mercado. Cuando Felipe II trasladó a Madrid la Corte, encargó a Juan de Herrera el proyecto, y el primer edificio fue la Casa de la Panadería.
Sufrió tres incendios importantes, y finalmente Felipe III encargó su remodelación a Juan Villanueva, y se rebajaron las alturas de los pisos, de cinco, a tres plantas nada más, con buhardillas, cerró las esquinas e hizo grandes arcadas para su acceso.
Se utilizaba, además de mercado, para grandes festejos, corridas de toros y autos de fe.
En las corridas, los que toreaban eran los nobles, acompañados de su séquito, y la guardia permanecía formada impertérrita en la plaza, pasara lo que pasara. Si el toro les embestía, le hacían frente con sus lanzas, y si el animal moría ahí, se lo podían llevar.
En las ejecuciones públicas, se colocaba el patíbulo delante del portal de pañeros si era pena de garrote, frente a la Casa de la Panadería si era de horca, y en la Casa de la Carnicería si era cuchillo o hacha.
Alrededor de la Plaza se establecieron los gremios de los oficios que dieron nombre a algunas calles aledañas: Plaza de Herradores, Botoneras, Tintoreros, Latoneros, Cuchilleros, Plateros, Esparteros... ect. Los gremios que tenían oficios molestos por olores o ruidos, fueron desplazados a las afueras de la ciudad.
En la última reforma, de los años sesenta, se cerró al tráfico.
Es muy popular el mercadillo de Navidad que se celebra en Diciembre, así como el de numismática y filatelia que tiene lugar todos los domingos.
Empezamos en la calle Postas, donde nos encontramos ya una mezcolanza variopinta de comercios. En el nº 16 hay una de las tiendas más pequeñas de Madrid, en la portería del edificio.
Subiendo por la calle Postas, nos encontramos a este señor que hacía una música preciosa con los bordes de las copas.

Justo detrás de él, una tienda que hace las delicias de los super golosos. Cualquier tipo de caramelo, se puede encontrar aquí. El sol impidió que la foto fuera mejor.

Enfrente está una de las joyas del Madrid antiguo: La Posada del Peine, ahora remodelada y convertida en un hotel: Le Petit Palace. Se llamó del peine porque era lo único que el dueño ponía en las habitaciones para asearse, y además atado con una cuerda para que no se lo llevaran.
El ambiente siempre es magnífico, y sentarse a tomar el sol en una de las múltiples mesas de los restaurantes, es una delicia.

Una de las entradas, con su característico arco de medio punto.
Este hombre hacía unas pompas inmensas con dos palitos y un cubo de agua jabonosa. Detrás, donde están las banderas, se ubicó la Casa de la Carnicería, que era el depósito general de carnes para abastecer la Villa. Actualmente es la Junta Municipal del Distrito Centro de Madrid.
Como se puede ver, toda la Plaza está porticada, y por el centro hay unas farolas con asientos alrededor, para descansar.

Al ser domingo, las tiendas estaban cerradas, pero se pueden encontrar cosas curiosísimas, como estos efectos militares.

Había mucha gente que montaba su numerito para sacarse unas perrillas. Se trata de una caja, con un agujero en medio por el que saca la cabeza un señor disfrazado de monstruo, y cuando te acercas a echar una moneda, se mueve y te pega el susto padre. Los de los lados son de pega.

La Casa de la Panadería con el escudo de España, en tiempos de Carlos II.
Albergaba la tahona más importante de la Villa, con los despachos del Peso Real y del Fiel Contraste. Luego estuvo aquí la Real Academia de las Artes de San Fernando, más tarde la de la Historia, y a finales del XIX pasa a ser propiedad del Ayuntamiento.
Actualmente es la sede del Patronato de Turismo de Madrid.
Las pinturas mitológicas son de Carlos Franco.
Todo se compra y se vende.

Aquí se dan cita pintores, caricaturistas, y otros artistas.

Vista general de la Casa de la Panadería, con la estatua ecuestre de Felipe III.
Una de las tiendas típicas es la de gorras. También hay otra de sombreros de todo tipo. Para lo que quiera, como lo quiera... lo tienen.
Este hombre se sacaba unos euros tocando su trompeta.
¿Y este fotógrafo?

La numismática es junto con la filatelia, la estrella de los domingos en la Plaza Mayor.

La estatua de Felipe III se realizó en 1614 por Juan de Bolonia, año que aparece en las cinchas inferiores de la silla de montar. Antes estaba en la Casa de Campo, pero la reina Isabel II ordenó su traslado aquí, ya que fue durante el reinado de este monarca, cuando la Plaza adquirió su aspecto actual.

Un hombre sin cabeza. ¿?

Componentes de una excursión, que para no cansarse en la visita, iban montados en estos vehículos.
Curiosísima cámara de fotos, que las hacía preciosas, por cierto.

El paraíso de los coleccionistas.

Los soportales albergan, además de restaurantes, tiendas de souvenirs con todo lo necesario para que el turista se lleve un pedacito de Madrid a su tierra.
Una curiosidad: no es bazar el pulpito, sino el púlpito. ¿Por qué?

Pues porque está al lado del Arco de Cuchilleros, y se puede ver a la derecha, donde está la reja, una especie de púlpito. Mucha gente viene a comer pulpito y se lleva el chasco. Se puede ver la calle Cuchilleros, con la casa Botín al fondo.

Yo, en el púlpito.

Zona típica de tabernas, donde se ve con claridad cómo soportan los edificios la estructura de la Plaza.
Estos mesones son como cuevas, y la más famosa, la de Luis Candelas.

El Arco de Cuchilleros, la entrada más importante de la Plaza.

En la calle Cuchilleros se hacían los cuchillos que se utilizaban en la Casa de la Carnicería. También hay aquí un negocio de reparación de radios antiguas, famoso en todo Madrid, creo recordar en el nº 5.

Un tablao flamenco para los guiris.
El mercado de San Miguel, en la Cava de San Miguel, única estructura de hierro que queda en Madrid, precioso tras su remodelación y que merece capítulo aparte.

Taberna típica.

El restaurante más antiguo de Madrid. Calle Cuchilleros.

La calle de Toledo, con la Sacramental de San Isidro a la izquierda.

Entrada a la Plaza por la calle de Toledo.

Plaza de Puerta Cerrada, al bajar por la calle de Cuchilleros, desde la Plaza Mayor. Aquí estuvo una de las puertas de la segunda cerca, y se llama "cerrada" porque la cerraban antes que las otras, debido a los maleantes que andaban por la zona.

Seguimos en Puerta Cerrada, y en una de las fachadas puede verse el lema de Madrid :"Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son".

Toda la zona está poblada de restaurantes y tabernas típicas. Las tabernas antiguas de Madrid están pintadas de color rojo.

Compiten en belleza y cromatismo.

Casa Paco, en obras. Aquí fue donde se trajeron por vez primera las sardinas que dieron lugar al entierro, por haber llegado estropeadas. En Puerta Cerrada.

Cruce con la calle Concepción Jerónima, donde se puede ver la trasera del Ministerio de Asuntos Exteriores.

En el mismo cruce, un comercio de toda la vida: zapatillas de todo tipo. Estaba cerrado, pero es impresionante la cantidad que hay. Yo creo que no hay nadie que no haya comprado algún par.

Calle Tintoreros, para que veáis lo importantes que fueron estas calles, cuando la Plaza Mayor era un gran mercado.

Subida de la calle de Toledo hacia la Plaza Mayor.

Taberna de San Isidro.

Un artista callejero con su marioneta.

Y como colofón, no nos podíamos ir de allí sin tomarnos lo más típico de la Plaza, que son sus bocadillos de calamares con una caña. Me gustan especialmente los de Rua. Aquí estoy entrando. Mmmmmmmmm....qué olorcillo más rico!

Pues sí, uno para mi Antonio y otro para mí con una cañita. A vuestra salud.

Ya de vuelta, rodeando la Plaza, pasamos por el Palacio de Sta. Cruz, antigua Cárcel de Corte, y actualmente Ministerio de Asuntos Exteriores. Es un edificio tipo Austria, con dos patios. De aquí parten todavía las carrozas que llevan a los embajadores, por la calle Mayor, hasta el Palacio Real, a presentar al Rey las cartas credenciales. Se encuentra en la Plaza de las Provincias.

Un comercio muy arraigado en la Plaza Mayor era "El Gato Negro", una tienda de lanas enorme, donde venían a comprar de todos los sitios de España. Me he llevado la desagradable sorpresa de verlo cerrado. Si es que ya casi ni se cose, ni se teje, ni se arregla la ropa...

Espero que os haya gustado ir de mi mano por la Plaza Mayor, y os espero dentro de poco en el Mercado de San Miguel para comernos unas ostras.