24 de marzo de 2013

Estambul: Sultanahmet




Nos alojamos en un hotel muy céntrico y bien temprano ya estábamos desayunando para no guardar muchas colas en los sitios que pensábamos ver. Esa mañana nuestro objetivo era la Plaza Sultanahmet. Cogimos el tranvía en Laleli y allá que nos fuimos.
Cuando llegamos, las taquillas de Santa Sofía estaban todavía cerradas, así que nos tocó esperar una media hora, pero entramos de los primeros.
Aquí ando ya por los jardines.


Santa Sofía no es un lugar dedicado a esta santa, sino que se llama Agia Sofia, que quiere decir Casa de la Sabiduría. Ha sido catedral ortodoxa, cristiana y mezquita, estando hoy dedicada a museo. Lo que se puede ver ahora fue edificado en tiempos de Justiniano, quien quiso hacer un templo que dejara pequeño al de Salomón y lo consiguió. La riqueza de los materiales con los que fue construida llama la atención, a pesar de que ya no tiene el esplendor de antes.


Fue durante muchos años la catedral más grande del mundo. Cuando los turcos conquistaron Estambul la transformaron en mezquita, tapando con yeso los mosaicos bizantinos y cualquier imagen, porque el islam prohíbe en sus templos estas representaciones. Esa fue la clave de que se hayan podido conservar en tan buen estado. Este Pantócrator es bellísimo y está a la entrada.


Corredores a ambos lados de la entrada. A lo largo de su historia ha sufrido incendios, terremotos y saqueos, pero ahí sigue como espléndido testigo de las diferentes culturas que han pasado por ella.


Otro mosaico precioso que nos da la bienvenida.


La primera impresión al entrar es de asombro. Un espacio tan grande y a la vez tan cálido, donde se mezclan el arte bizantino y el musulmán.


Además de la luz natural que entra por las numerosas ventanas, cuelgan del techo lámparas con multitud de bombillas. 


Cualquier rincón es digno de ser fotografiado.


El piso superior.

El Capitán buscando encuadres la próxima foto.


Aunque parezca que iba sola, él me acompañaba.


El mihbar, donde se ponía los viernes el imán a predicar.


El mihrab, siempre mirando hacia La Meca.





Desde el piso superior se aprecia mejor la belleza de esta catedral.


Aquí estoy fotografiando... todo, porque todo era precioso.


Una foto curiosa: hay arriba unos ventanucos, que están demasiado altos para poder ver lo que hay detrás, pero levantando la cámara por encima de la cabeza, se puede tomar esta vista de la Mezquita Azul, que está enfrente. 


Vamos ya saliendo, que todavía tenemos que ver muchas cosas.

El la plaza se podían ver a muchos limpiabotas, todos con el mismo artilugio dorado para guardar los utensilios de trabajo.


Nos encaminamos hacia la Mezquita Azul. Patio central.


Alrededor se sitúan piletas para lavarse antes de la oración.


Esta mezquita es la única que cuenta con seis minaretes en Estambul. En su día esto provocó muchas protestas, ya que la de la Kaaba, en La Meca, tenía también seis, pero se solucionó el problema añadiéndole otro, por lo que pasó a tener siete la de la Kaaba.
Las ventanas son venecianas y fueron un regalo de la Signoria. Muchas se han roto, y están siendo sustituidas por otras parecidas. 


Nosotros no entramos porque estaban en la oración, y teníamos el tiempo muy justo. En el interior hay más de veinte mil azulejos hechos a mano en la ciudad de Iznik, con diferentes diseños de tulipanes. Estas flores están por todas partes en la ciudad y nos explicaron que el primer sitio donde florecieron fue en Turquía, y que de allí las mandaron a Holanda. Hay varias leyendas sobre esto.


Las lámparas tienen dentro un huevo de avestruz para que no aniden arañas. La inmensa alfombra se va renovando con el dinero que dan los fieles.


Vista desde el patio parece una cascada de cúpulas.


Nos marchamos, y podemos ver desde una de las salidas, Santa Sofía.


De allí nos fuimos a ver la Basílica de la Cisterna, que era un depósito de agua.
Parece realmente una basílica, con sus hileras de columnas. Hay agua en el suelo, y se ven los peces. Tuvimos que llevar cuidado con las cámaras, ya que del techo caían gotas de agua, que en algunos lugares resultaba incómodo.


Los techos.

Entonces nos fuimos al Palacio Topkapi, a sabiendas de que no tendríamos mucho tiempo para verlo, pero no teníamos otra opción, así que nos metimos en las mil y una noches. Está construido justo en la punta del Serrallo, con el mar de Mármara a la derecha según se entra, enfrente el estrecho del Bósforo y a la izquierda el Cuerno de Oro. Un lugar privilegiado desde el que se divisa toda la ciudad de Estambul.


Primero vimos el Harem que era la zona privada de los sultanes, donde vivía la madre, las esposas, las concubinas, los hijos... Era en sí un lujoso palacio, dentro de otro. Imposible poner todas las fotos que hicimos.


Azulejos, frescos, bronces, mármol, nácar... todo para el deleite de los sentidos.


El patio de la Sultana.


Estos edificios se encuentran en el segundo patio y es donde se llevaba la parte administrativa.


los azulejos son para pasarse horas mirándolos.


No tenía mala terraza el Sultán. Abajo se puede ver la muralla marítima.


 Los techos y las paredes compiten en belleza.


Mi Antonio descansando.


Desde la terraza se ve la parte asiática de Estambul, con la Torre de Leandro enfrente.


La clásica foto, aunque con caras ya muy cansadas.


Una fuente preciosa dentro de una piscina, junto al Pabellón de Bagdad.


Aposentos de la Sultana.


Mi Antonio, como loco fotografiando, y es que no era para menos.


Otro de los patios, que como el resto, tenía las ventanas con celosías.


La cámara del Sultán.


La biblioteca.


Yo no he visto preciosidad de tulipanes como los que hay aquí.


El Pabellón de Bagdad.


Desde aquí se ve el Cuerno de Oro, con el Puente Gálata en primer término.


Al salir de los jardines, se puede ver la iglesia de Santa Irene.
Este palacio necesita una mañana para él solo. Es maravilloso y las estancias son una pasada, así como el tesoro. Los edificios convergen en cuatro patios.
Luego cogimos el tranvía hasta Beyazit para comer cerca del Gran Bazar y dedicar la tarde al deporte nacional turco: el regateo.