Las previsiones meteorológicas eran pésimas para todos los días del crucero, incluyendo Barcelona, y nada más llegar, antes de coger el taxi ya empezó a llover, y mientras comíamos en un Wok al lado del hotel, vimos cómo jarreaba, y también cómo paraba y empezaba a salir el sol. Ya no tuvimos más lluvia, por lo que pudimos disfrutar paseando y viendo los edificios tan peculiares que hay en esta ciudad.
Como ya habíamos estado aquí en otra ocasión, nos apetecía ir de forma relajada, a nuestro aire, visitando las muchas cosas que nos quedaron pendientes, y empezamos por La Sagrada Familia. Si por fuera nos pareció magnífica, por dentro nos quedamos boquiabiertos antes semejante derroche de imaginación. Parecía un jardín repleto de flores en los techos, y las vidrieras le daban una luminosidad especial, ya que añadían más luz todavía a la natural que se filtraba por todas partes. Las escaleras, las barandillas, las columnas... todo parecía sacado de la naturaleza.
Pudimos contemplar los estudios geométricos de Gaudí para obtener estas formas, y hay que imaginarse lo que pensarían de ello sus contemporáneos. Sin duda fue un genio.
También vimos su despacho, ubicado ahora en la casita que construyó como escuela para los hijos de los trabajadores, por cierto muy austero.
Al igual que la vez anterior, me ratifico en que no me gusta cómo se ha planteado y construído la otra parte de la fachada. Entiendo la tremenda responsabilidad que le cayó a Subirach, sin duda son impresionantes sus figuras, todas con algún guiño a Gaudí, pero es como ver dos monumentos diferentes.
Bueno, pues después de recrearnos en La Sagrada Familia, nos fuimos hasta la Plaza de Cataluña, y de allí a la Catedral, contemplando los edificios tan preciosos en los que algunas tiendas se han ubicado. Cenamos y seguimos nuestro paseo por la Via Laietana y la Plaza de San Jaime. Nos fuimos a descansar, porque el día había sido completito.
La segunda jornada la empezamos con un suculento desayuno de pan con tomate y nos dispusimos ya recorrer otros puntos de la ciudad. Paseamos por las Ramblas, fuimos a la Plaza Real, al mercado de La Boquería, que me chifló, y donde me tomé un jugo de kiwi y coco que quitaba el sentido. Seguimos por el Born, luego el puerto, Nuestra Señora del Mar y nos fuimos a comer a un sitio que me habían recomendado en un foro de viajeros: La Paradeta. Está por la Ciudadela, en la calle Comercio, detrás de un mercado que hay en obras. ¡Dios mío, qué rico todo! Al entrar, lo primero que se ve es la pescadería-marisquería, y se compra uno lo que quiera. Te lo pesan y te lo cobran. Nosotros pedimos: cuatro ostras, dos paquetes de navajas, un buey de mar, una rodaja grande de atún, chopitos y choquitos. Te dan un número y cuando desde la ventana de la cocina te llaman, vas y coges el plato que te dan. Lo primero nos trajeron lo frío, que eran las ostras y el buey de mar, muy bien preparado con lechuga finita y salsa. Pedimos dos jarras de cerveza y una botella de Ribeiro que nos pusieron en el cubo de hielo. ¡Qué rico! Conforme íbamos comiendo, nos iban llamando para que nos enfriara nada. El atún nos lo prepararon con una salsa y estaba blandito y sabrosísimo. En fin, que comimos a base de bien y nos costó muy requetebién de precio. Por algo estaba lleno el local. Después fuimos a una pastelería y nos tomamos el café con un dulce.
A dormir la siesta, y luego a darle otra vez a la pata. En esta ocasión nos metimos por el Raval y el ambiente era muy distinto, pero todo hay que conocerlo. Luego fuimos otra vez a las Ramblas y a la Boquería, y nos quedamos ya por el Paseo de Gracia, sin prisa, para contemplar las casas tan bonitas que hay. Llegamos hasta La Pedrera donde me hice la última foto y a descansar, que el día siguiente se presentaba también espesito.
Barcelona es una ciudad que me gusta muchísimo por su arquitectura. Soy una enamorada de Gaudí.
La Sagrada Familia. Las vidrieras laterales están todavía inacabadas.
Un frontal.
La columna de la flagelación, delante de la puerta de las letras.