4 de junio de 2011

Turquía mágica: Capadocia


Capadocia es una región de Anatolia Central. Hace millones de años se produjo la erupción de los volcanes Erciyes, Hasandag y Malendiz, cubriendo toda la zona de ceniza, barro y lava, a muchos metros de altura. El tiempo y la erosión consiguieron moldear las rocas como las conocemos actualmente. La parte inferior es toba y tufa, y la superior es basalto, mucho más dura. Como la toba es blanda para excavar, las múltiples civilizaciones que han pasado por aquí, han construido ciudades, habitadas hasta hace cuarenta años. Todavía hoy, muchas de estas casas trogloditas, lo están.

Hay hoteles y tiendas que también las siguen utilizando.
A riesgo de repetirme tengo que decir que la elección de fotos de esta entrada ha sido dificilísima, por la cantidad de ellas, repartidas en tres tarjetas, y que la más importante, que es la de la cámara de Antonio, las tiene en RAW, lo que me ha dificultado muchísimo a la hora de reproducirlas y de guardarlas. Espero que el fotógrafo lo tenga en cuenta para la próxima vez.
En el aeropuerto nos esperaba el guía con el autobús y nos llevó hasta Kaymakli, donde teníamos contratado el hotel.


  1. El hotel era de la cadena Cristal y no estaba mal. Un cinco estrellas bastante pasable. Enseguida nos sentamos en estos sillones para contratar la excursión del globo, que a mi Antonio le hacía muchísima ilusión. Luego nos fuimos a cenar, y aunque había muchas cosas, todas eran muy, pero que muy picantes. Eso sí, me puse las botas con los dulces.
Como teníamos que levantarnos pronto, especialmente Antonio, nos fuimos a la cama rápido. A las 4'30 sonó el teléfono y se marchó en el autocar.

Aunque yo no fui porque me daba un poco de miedo la subida, aquí están las fotos, que me hicieron tener una envidia enorme por no haber disfrutado de estas vistas tan bonitas. En cada cesta iban de 15 a 20 personas.

El día era espléndido.

Volvieron a las nueve y nos fuimos a desayunar. Nos esperaba un día muy completo. Fuimos lo primero al museo al aire libre de Göreme. Patrimonio de la Humanidad en 1985.

Aquí estoy a la entrada del parque. En esta roca vivían 300 monjas.

En este valle se encuentran las iglesias excavadas en las rocas, que utilizaron los cristianos para protegerse de los enemigos.

Vimos las iglesias de La Manzana, La Serpiente y otras, de las que por desgracia no tenemos ni una foto porque estaba prohibido hacerlas. Hay alguna, como La Oscura, en la que hay que pagar aparte de la entrada general.

Los rincones son dignos de ser fotografiados sin excepción.

Del Valle de Göreme nos fuimos en el autobús al Mirador de las Palomas, desde donde se divisaba la ciudad de Üchisar con su castillo. Una ciudad troglodita muy bien conservada. Al otro lado de la carretera visitamos una tienda de ónix y turquesas, donde me compré una pulsera "trabzón".

Aquí, mi Antonio yo disfrutando mucho con esta visita.

En estas mesitas nos tomamos un té de manzana riquísimo.

Como se hacía la hora de comer, nos llevaron a un kervanseray transformado en hotel. Aunque la foto no es buena, merece la pena ver el techo y los suelos. Comimos bastante bien, con unos pinchitos primero y kebab después. ¡Y helado!

Un comedor con una decoración preciosa de columnas y azulejos.

Después de comer nos fuimos hacia Avanos, pueblo que se dedica en pleno a la alfarería, pero no entramos, ya que nuestro destino era el kervanseray Sarihan.

Fachada del edificio. Eran unas fortalezas dispuestas para el descanso de las caravanas que seguían la ruta de la seda. Este kervanseray es de piedra amarilla.

Tenían establos, camas, lugares donde rezar, comedores...  Antonio disparando a todo.

Una fuente central.

Arriba también tenían estancias.

Esta es la entrada al recinto donde bailan los derviches.

Sedat, nuestro guía, explicándonos los pormenores del sitio. Fue el último kervanseray construido por los selyúcidas.

En esta imagen de Google se ve muy bien la planta del Sarihan.

Y de esta maravillosa posada nos fuimos al Valle de las Chimeneas de las Hadas.

Se encuentra al lado de la carretera y enseguida se pueden ver las extrañas formaciones, originadas hace millones de años.

Se llama también el Valle de los Monjes, porque aquí vivía una congregación de estos religiosos.

La erosión ha modelado los cuerpos de estas chimeneas, que son de cenizas volcánicas, y arriba quedó la capa de basalto que es más dura. Algunas tienen hasta cuarenta metros de altura.

Muchas de estas formaciones están excavadas y servían de viviendas.

En la parte baja se guardaban los alimentos perecederos, por ser un lugar más fresco.

Este lugar está rodeado de viñas, y los monjes las cultivaban antaño, obteniendo un vino de mucha calidad.

Seguimos jugando al escondite por los huecos.

Muchos puestos de souvenirs al pie de las chimeneas.

Yo fotografiando.

Y de este sitio tan mágico, nos fuimos hacia Kaymakli.

Estuvimos en la ciudad subterránea de Kaymakli, y nos quedamos asombrados de cómo podían vivir aquí las personas.
Fue abierta al público en 1946, y se construyó entre los siglos VI y X. Tiene una profundidad de cuarenta y cinco metros, divididos en ocho niveles, con un total de dos mil quinientos metros cuadrados. Sólo se visitan cuatro niveles. Entra aire por unos huecos y no se nota calor en ellas, pero la sensación de "encierro" es bastante grande. Todo lleno de agujeros, que no me explico cómo contendrían aquí a los críos.

Debido a su situación geográfica, esta zona sufrió numerosas invasiones de pueblos extranjeros, y los habitantes de Capadocia construyeron auténticas ciudades subterráneas para guarecerse. Existen más de treinta y algunas se comunicaba entre ellas por túneles de varios kilómetros.
Hay lagares, cocinas, salas de reuniones, establos, habitaciones, despensas, bodegas... Los corredores se cerraban con una ruedas de piedra enormes como la que se ve abajo, y así ya no entraban los enemigos.
El recorrido por ellas no es apto para claustrofóbicos, porque hay que pasar por unos túneles bajísimos, en los que hay que ir en cuclillas. Según nos contaron, se han hecho algo más altos para que puedan pasar los turistas... ¡Increible! Las flechas rojas indican la salida. No quiero pensar en la posibilidad de perderme aquí.

Como esta ciudad está muy cerquita del hotel, nos fuimos a cenar. Probé otras cosas, pero hasta las patatas fritas picaban. Seguí comiendo dulce.
Después de cenar nos marchamos a la sala Harmandale, una cueva, a disfrutar de un espectáculo turco, y no nos defraudó en absoluto, ya que se lo curraron muchísimo y fue muy vistoso.

Primero salieron los derviches, con mucha ceremonia, las luces apagadas, y todo el ritual correspondiente, pero fue lo único que no me gustó, porque se veía claramente el montaje. Lo demás estuvo muy bien, especialmente esta muchacha que sin ser musulmana baila todas las danzas orientales de maravilla, e interpretó una danza de los derviches femenina, con gran recogimiento, que nos puso los pelos de punta. Cada movimiento y cada gesto parecía elevarla a un estado de trance.

Como fue lo que más me gustó, pues otra foto más.

Y aquí la falda se empieza a dividir... Algo que ya vi en El Cairo.

Y la parte superior la tapó por completo. Y girando... girando... girando... mucho tiempo sobre la misma loseta del suelo.

Y lo más esperado, que era la danza del vientre, empezó.

Cómo se movía esta mujer. Y encima resulta que es brasileña. La misma de la falda anterior. Hizo el número del sable y se ganó al público con su simpatía.

Y después de más de dos horas nos volvimos al hotel. Andaba yo mosca con este grifito del WC, y le di a la llave, se ve que con demasiado ímpetu y me saltó un chorro de agua a toda presión a los pantalones, que me tuve que cambiar. Menos mal que no le di estando sentada, porque lo mismo me habrían tenido que llevar a urgencias. Vaya grifo más agresivo.

Y a la cama, porque el día siguiente teníamos que salir temprano hacia Estambul.