Sin llegar a lo de Marcel Proust, una también las tiene y muchas veces sirven de cachondeo entre mis hijas: "Ya está mamá con sus comidas-mito". Lo sé, lo sé que tengo en la mente y en las papilas gustativas los sabores de las que hacían mi madre y mis tías y, que me resisto a abandonarlos.
Montones de veces le dije a mi tía Luisa que me diera la receta de su sopa de sémola, y se limitaba a decir que era muy fácil, hasta que poco antes de morir me la dio, como si me diera el secreto de la coca cola. Me la hacía en muchas ocasiones, tan amarillita, espesa, con algo rojo en el centro, que ahora no sé si era tomate o pimiento... Probé a hacerla pero me llevé una gran desilusión. ¿Seguro que era la misma? Mito abajo.
Mi madre hacía una ensalada de hierbas del campo, que se llamaban lizones, o algo así, y cuando la ponía en la mesa, para mí era un festín, con su ajito, su aceite y su limón, que me hartaba de hacer barquitos. Años más tarde la volví a comer casa de mi suegra y llevé una alegría enorme cuando vi, pero... pensé que aquello no era lo que a mí me gustaba tanto. ¡Puag! Hala, otro al suelo.
- ¿Y eso qué es?
- Hierbajos. Mamá a vueltas con sus mitos.
¡Qué bueno le salía a mi madre el guiso de cabezote! Más de treinta años sin comerlo, y yo que veo en el metadona el susodicho, lo compro toda emocionada. De sabor estaba bueno, pero ni lo probé por la cantidad de espinas que tenía. ¡Si me encantaba y era el mismo pescado! No lo entiendo. Adiós cabezote, adiós.
- Antonio, por favor, no te lo comas que vamos a tener que ir de carreras.
¿Y los paparajotes? Cuando en casa salía algo buenísimo, siempre se decía: "Parecen paparajotes", y una se creía que ese plato estaba a la altura de las tres estrellas Michelín actuales. Están buenos, pero no dejan de ser una especie de buñuelos, que no merecen ser la referencia de algo sublime. Hace como cinco años hice dos fuentes, y ya no creo que vuelva a hacerlos. Lametones para arriba y para abajo a las hojas de limón.
- ¿De verdad te compensa tanto trabajo para unos buñuelos?
- Pues... ¡¡¡No!!!
El verano pasado vi en el mercado de Torrevieja coca de mollitas y me acordé de que cuando estaba en el colegio y nos sacaban de paseo, era lo primero que me comía porque me chiflaban. Me la compré y me fui con mi hija dando un paseo, hasta que me vio atascada y tuvo que ir a toda pastilla por una botella de agua, porque tenía toda la boca pegada con las dichosas mollitas y no podía ni hablar. Anda que no es peligrosa la puñetera coca.
- Papá, esta mañana casi se asfixia mamá. ¡No podía respirar porque tenía la boca llena de polvo!
En mi pueblo hay costumbre, o la había, de ir a visitar a algún enfermo con un bizcocho de la pastelería de turno, o casero, pero con un denominador común, que era la sequedad. Una que es algo rarilla, lo mojaba directamente con agua del grifo y así lograba que pasara, pero la tos venía de forma inevitable y chivata, con lo que el resto de los habitantes de la casa se enteraban de que estaba metiéndole mano al bizcocho, y venían solícitos a darte un golpe en la espalda, no se sabe si para que saliera o, para que se metiera definitivamente. Es preciso hacer este preámbulo para entender lo que significó la llegada de la torta boba: un bizcocho que no se atragantaba, o bastante menos, que el otro. En mi casa fue como si hubiera cambiado la era y se convirtió en un referente bizcocheril. Ahora, cuando la como en algún sitio, veo que es un bizcocho de yogur normal, pero con leche. Está buena, pero tampoco es para ponerle una calle.
- Ahhhgggg, ahhhhhgggg... (Cagüen el bizcocho)
- Carmen Pilar, ¿tú no estabas a dieta?
La tortada de pan (tarta) que hacíamos en casa, siempre oí decir que parecía de almendra. Mi madre rallaba los panecillos duros y los utilizaba en lugar de harina. Yo la encontraba exquisita. Sí, sí... de almendra. Anda que no se nota el pan.
- Mamá, ¿qué le has puesto a la tarta?
- ¿Está rica?
- Está rara.
Chao, tortada de pan.
Aquella comida con trigo que hacían mis tías, de la que me podía comer dos platos de tanto que me gustaba, menudo cachondeo el día que la hice, con mis hijas trinando muertas de risa. Una y no más, Santo Tomás.
- Prrrrriiiiii, ppprrrriiiiii,
- Ya os vale, que no está tan malo.
- Pppprrrriiiiiii... ppprrrriiii...
¿Por qué las cosas que de niña me volvían loca, ahora no me gustan, o no las encuentro tan buenas? Antes, la necesidad hacía que en las casas fuera la imaginación el ingrediente principal de las comidas. La variedad era muy limitada y valorábamos mucho lo que teníamos, que era más bien poco; sin embargo ahora, están a nuestro al alcance los sabores más exquisitos, que han hecho nuestros paladares mucho más exigentes.
- "¡Mamá, por favor, no nos hagas más comidas-mito!"