Yo, que soy tímida y que a veces incluso presumo de ello, en algunas ocasiones he querido que la tierra me tragara pero de forma literal.
Era verano y estábamos en un mercadillo de Torrevieja con unos amigos. Habíamos terminado las compras y nos dirigíamos hacia los coches que estaban aparcados algo alejados, cuando vi a un gitano con una furgoneta, que me ofrecía melones muy baratos. Los tenía allí delante de la puerta, en la carretera.
Mi marido y los amigos se fueron y allí me quedé yo con el hombre negociando el precio. Me dijo que era lo último ya que vendía y que si me los quedaba todos, me cobraba diez euros. Habría quince o veinte melones.
No me lo pensé y acepté el trato. Como no tenía dónde ponerlos, el gitano me regaló además el recipiente donde los tenía, que era algo parecido a un cubo grande, negro, de goma. Estaba yo más satisfecha que la mar con mi compra.
El hombre se marchó y entonces me vi allí con un montón de melones, que parecía que yo los estuviera vendiendo. La gente que volvía del mercado paraba y me preguntaba el precio, otros me tiraban los tejos, pero es que pasó la policía y me preguntó que por qué estaba yo vendiendo allí, que eso era ilegal. Yo a estas alturas ya no sabía si llorar o reírme. Les expliqué lo que me había pasado y se partían viéndome tan nerviosa.
En esas vinieron a recogerme con el coche y el cachondeo fue glorioso. Pero los melones estaban riquísimos.