Hace ya muchos años, que por razones laborales y matrimoniales, fijé mi residencia fuera de Callosa, aunque he seguido al corriente de todos los acontecimientos, que tanto los amigos como los familiares, se han encargado de transmitirme.
En una de mis frecuentes estancias en el pueblo, tuve ocasión de comprar el libro "Diccionario Callosino" escrito por Dn. José María Rives. Pasé un rato muy agradable leyéndolo y evocando las vivencias que esas palabras y frases traían a mi memoria. La última parte está dedicada a los apodos propios de Callosa, y llevé una gran decepción al no encontrar entre ellos el de mi familia paterna, que seguramente por un olvido involuntario, no se encontraba allí escrito. Yo, que desde la distancia llevo a gala ser callosina y que he propagado por los distintos sitios en los que he vivido las costumbres de mi pueblo, sentí la necesidad de subsanar ese olvido y de ese estado de ánimo surgió la idea de sacar a la luz el apodo de "los Carreteros".
Mi padre Francisco Canales Pamies, ocupó un lugar destacado en la industria del cáñamo como apoderado-delegado de la empresa Hilaturas Caralt-Pérez, conservando en todo momento la dignidad, la independencia y la equidad , desde un puesto de trabajo en el que a menudo resultaba difícil mantener estos principios. Era capaz de conjugar su orgullo personal, con una humildad casi infantil para reconocer sus errores.
Coherente en su trayectoria, amó por encima de todo la verdad, la justicia y la honradez, virtudes que le acompañaron hasta su muerte.
En alguna ocasión me llamaron "la carreterica" y eso entonces me exasperaba, pero con el paso del tiempo se ha convertido en un honor. Me siento tan orgullosa del padre que tuve, que hasta su apodo lo considero como un bien hermoso. Mi vida se ha regido siempre por los principios de integridad moral que él me inculcó, y lo mejor que me ha podido pasar en este mundo es haber sido la hija de Francisco "el Carretero".
Y junto a él, estaban ellas: sus tres hermanas, o lo que es lo mismo, "las Carreteras".
Estoy segura de que en estos momentos, muchas personas tendrán en su mente un taller de costura en la Calle Nueva, compuesto por Rosi, Luisa, y Antonia Canales Pamies. A él acudían las muchachas para aprender a dar sus primeras puntadas. Todas vestían un babi blanco con un gran lazo azul en el cuello. La educación, genialidad y buen hacer, fueron el trípode en el que asentó su éxito como maestras de la aguja, y de sus manos salían los diseños más originales, siendo conocidas como modistas en toda la región.
Rosi ideaba el modelo, cortaba la prenda y la probaba; Luisa cosía a mano y a máquina, y Antonia era la encargada de hacer con esmero y paciencia la flores, cenefas o cualquier otro adorno que llevasen los vestidos. En muchas ocasiones sus creaciones se catalogaron de alta costura y, las callosinas, se disputaba el honor de llevar un vestido confeccionado por "las Carreteras".
Para ellas los días transcurrían muy parecidos unos a otros, pero tenían el aliciente de las visitas, a las que atendían como si fuese lo más importante en ese momento. Por la noche, en invierno alrededor del brasero y en verano en la puerta de la casa, bajo una tenue luz, comentaban los sucesos acaecidos en el pueblo, entre sorpresas y risas.
Ya mayores y una vez jubiladas, el cuarto de estar era una sala permanente de tertulias, al punto de que la misión de Rosi consistía en atender con sumo agrado a los amigos que se acercaban a verlas; todos eran bien recibidos y, por las tardes, muchos de ellos se deleitaron saboreando en la merienda las tortas de Luisa. Los paladares que tuvieron el privilegio de degustarlas, las recuerdan como algo exquisito.
Pasó el tiempo y Rosi murió, pero en el corazón de su familia y amistades permanecerá siempre el recuerdo de su forma de ser, de su simpatía y de su especial trato.
Antonia y Luisa todavía nos alegran la vida a sus noventa años cumplidos. Ni el paso del tiempo ni los achaques les han borrado la sonrisa. Nunca demostraron, a pesar de las muchas desgracias familiares que sufrieron, amargura ni resentimiento, y le dieron a la vida una lección de valor, de amor y de dulzura.
Los Carreteros, irremediablemente se acaban con ellas, ya que actualmente a sus descendientes no se nos conoce por el apodo, pero con mi escrito he querido dejar constancia de su existencia y de su valía, aunque temo que mi pluma no haya sido tan ágil y expresiva como mi memoria.
De izquierda a derecha: Remedios Amat, Marta Ferrer, Antonia Canales, Remedios Ribes, Rosi Canales, Luisa Canales, María Aguado, Antonia Manresa y Concepción Amorós.
NOTA: Este texto lo escribí en el año 1.999.
Luisa y Antonia fallecieron a la edad de 95 y 104 años respectivamente.