Las mujeres árabes tienen una piel extraordinariamente fina, o como diríamos aquí para expresar tanta suavidad, la tienen como el culito de un bebé, así que un día nos dispusimos un par de amigas y yo a probar los beneficios de estos baños y allá que nos fuimos a unos muy conocidos en Argel. No es el de la foto, que pertenece a Marruecos.
Dependiendo de que en la puerta hubiera o no un pañuelo, ese día lo utilizaban hombres o mujeres. Nos aseguramos de que podíamos entrar y comenzamos nuestra experiencia
La ropa interior que llevábamos era corriente tirando a dada de sí, y con el blanco inicial convertido ya en blanco roto por el uso, pero era lo que había, así que en la recepción dejamos las faldas y las blusas, quedándonos con la combinación para que no se nos viera mucho lo de abajo y nos aconsejaron que contratáramos un masaje para quitarnos las células muertas, que según nos dijo la señora, las teníamos a puñados.
Qué exagerada, no? Si nos duchábamos a diario tampoco era para tener tanta porquería suelta.
Y entramos. Lo primero que percibimos fue un ambiente cálido y húmedo. Era un recinto bastante grande y por arriba de las paredes salía agua que deslizándose corría por el suelo, siendo muy complicado ver con nitidez a causa del vapor.
Y nuestra primera sorpresa: todas en pelotas y de color verde. Había mujeres de todas las edades y algunas de ellas con maletas de las que sacaban comida y ropa de repuesto, y le comenté a una señora cuán precavida me parecía por ir a los baños antes de viajar, a lo que me contestó que ella no se iba a ningún sitio, que estaba allí para elegir a la novia de su hijo, y como semejante misión llevaba su tiempo, pues echaba a la maleta bocadillos y fruta para pasar el día.
Fue también la que me aclaró lo del verde: las argelinas van depiladas completamente y aprovechan cuando van a los baños para ponerse la crema depilatoria, que es de color verde y que se la ponen en todo el cuerpo menos en la cabeza.
Nos miraban como si fuéramos extraterrestres, todas tan monas y nosotras con la combinación, que no era muy glamurosa, pero siempre mejor que la ropa interior que llevábamos. Y empezamos a sudar, y a sudar, y a sudar... y como no aguantábamos nos quitamos la combinación dejando a la vista un sujetador y unas bragas que nos quitaron de cuajo la autoestima, frente a la lencería parisina que llevaban las chicas, que sabedoras de que eran observadas para posibles matrimonios, estrenaban allí la mejor y más cara que tenían.
Y seguíamos sudando… y nos quitamos el sujetador, y luego las braguitas, pero nosotras íbamos sin depilar porque era invierno, y vinieron a ofrecernos la crema verde, que rechazamos en un alarde de amor propio reivindicando nuestra costumbre de conservar el pelo en según qué sitios.
Madre mía qué pinta llevábamos más infame.
Terminamos y salimos a las tablas de recuperación donde casi me mato con una caca que se le había escapado a un niño, y allí nos estaba esperando la masajista, señora enorme que llevaba una especie de scotch brite tamaño gigante, y que nos invitó a ponernos en el suelo boca abajo.
Recuerdo que se puso a horcajadas sobre mí y que empezó a pasarme el estropajo en seco por la espalda con un entusiasmo como si le fuera la vida en ello. Y empezaron a salirme unas tiras como si fueran espaguetis, que según la masajista eran las células muertas. ¡Qué horror y qué vergüenza, tan limpia que yo me creía!
Cuando terminó conmigo pasó a mi amiga y luego a la otra, pero como estaba bastante gordita pidió el doble por pasarle el estropajo. Se lo pagó, pero qué corte nos daba ver el montón de tiras que estábamos dejando en el suelo. La señora nos tranquilizó diciéndonos que con las extranjeras le pasaba siempre lo mismo porque no nos lavábamos bien.
En fin, que quedamos en los baños como una guarras y unas cutres, pero nos llevamos una piel sonrosadita y suave que sorprendió a nuestros maridos.
Prometí seguir haciéndolo, pero me da una pereza…