21 de julio de 2010
Cómo cambiaron las cosas...
Cómo han pasado los años...
Cómo cambiaron las cosas...
Esta canción se la oía cantar a Rocío Dúrcal, y siempre me gustó. Ahora viene a cuento de que he cumplido 38 años de vida en común con la misma persona e inevitablemente echo la vista atrás, a nuestro primer encuentro de inocente adolescencia, lleno de tabues, pero también lleno de ilusiones y espectativas. Seis años de noviazgo al uso, de caricias y besos robados en oscuros rincones, testigos de nuestro despertar a las pasiones de unos cuerpos jóvenes y en plenitud de facultades.
Entonces apenas se hablaba de relaciones sexuales, porque se daba por hecho que eso pertenecería a otra fase de nuestra vida, ya como marido y mujer, y algún que otro familiar nos decía: "El matrimonio es un arca cerrada, y hasta que no se abre, no se sabe lo que hay dentro".
Y esperábamos con ilusión que llegara el momento de abrir ese arca tan misteriosa.
Nos casamos un 15 de julio a las cinco de la tarde (qué calor), y tantas ganas tenía mi Antonio de verme de novia, que me recogió antes de hora y llegamos los primeros a la iglesia, teniendo que esperar en la puerta a los invitados.
Nos marchamos a pasar la noche de bodas al hotel La Zenia, porque hasta el día siguiente no salía el avión para Mallorca, y fue realmente una noche mágica, en la que varias veces pedimos al servicio de habitaciones que nos subieran champán.
Ya en Mallorca, nos sucedió una anécdota: yo por aquel entonces estaba de muy buen ver y me fui a meter al agua, en la playa de Illetas. Antonio se quedó en la sombrilla cuidando de las cosas que llevábamos.
De pronto, noté que alguien me abrazó por la cintura, y al darme la vuelta vi a mi flamante marido a puñetazo limpio con el que me estaba abrazando, y con los amigos, que salieron despavoridos del agua, ante la lluvia de guantazos que les estaba cayendo. El pobre llevaba los dedos sangrando y yo me sentí muy orgullosa de él.
Han pasado los años, unos más fáciles que otros, pero aquí estamos. Tenemos tres hijas maravillosas y cuatro nietos que son nuestra felicidad, ahora ya con la calma y la templanza suficiente para disfrutar de las pequeñas cosas, y de vivir plenemente cada día sin grandes metas por lograr, porque afortunadamente nuestros sueños de juventud se cumplieron.
Y cambiaron las cosas...
Claro que cambiaron. Mis hijas, como todos los de su generación, han tenido mucho más fáciles las relaciones con sus parejas, han ido y venido por donde les ha dado la gana, y las arcas cerradas las tiraron al fondo del mar. Todo es más limpio, más claro, sin tapujos, pero... yo no cambiaría mi inocente adolescencia por la permisividad de estos tiempos.
La foto es del día de mi petición de mano.
Cómo han pasado los años...
Las vueltas que dio la vida...