21 de mayo de 2012

Triste historia de una patología lela

De forma brusca se encendió la luz y desperté del profundo sueño en el que me hallaba sumido. Hacía mucho frío, pronto sentí el contacto húmedo de una cebolla atravesando mi piel, ya a estas alturas, muy débil. Miré a mi alrededor y encontré una gran desolación: Cherry, con su cuerpo reventado, llegó hasta Carlota, que como podía luchaba por zafarse de su cruel destino. Clementina, con un más que evidente deterioro, se apoyaba en Navelina, cuya tristeza ya no se esforzaba en disimular. Flora, desde lo alto, nos miraba con infinita piedad intuyendo el cruel desenlace que nos esperaba, pues sabía que nuestra enfermedad no tenía cura. Don Simón aguardaba impasible el paso de los días, observado de cerca por alguien de Burgos, cuya cuenta atrás había comenzado.

¡Y alguno mutaba! A un paquete de aluminio le salieron ramas, transformándolo en una extraña criatura. ¡Qué pesadilla!
¿Quién me iba a decir a mí, hermoso calabacín, que acabaría abandonado en el cajón de una nevera? Me compraron con gran ilusión, me eligieron gordo y brillante, y ahora estoy junto a mis compañeros, aquejados de alelopatía. Sí, feo nombre, y encima cruel, porque es tan contagiosa que ni el abrazo del amigo o el hermano puede consolarnos. ¡Hortalizas y frutas... os quiero!
Somos pocos en la estancia y el eco devuelve nuestros lamentos.
El pájaro ha abierto la nevera tras un largo viaje, y su primera frase ha sido: "¡Huele mal!" Nos ha pasado revista uno a uno, y hemos sido lanzados sin miramiento al cubo de la basura desde el cual estoy escribiendo. Ha lavado con ahínco los cajones para que no quede rastro de nuestra enfermedad, y otros compañeros tersos y brillantes ocupan ahora el sitio que nosotros dejamos. Pero ¡Ojo! Que no se hagan ilusiones, porque en cualquier momento el pájaro volverá a viajar y se repetirá la historia.
La cruel y triste historia de un calabacín podrido.