6 de mayo de 2012

Mensaje para María Clara

Era mi madre. Una persona que sin merecerlo, fue muy desgraciada.

Cuando a mi padre lo eligieron para llevar una empresa importante, su día a día sufrió una mejora significativa y tuvo una vida normal, con altibajos, como todo el mundo, hasta que el veinticinco de agosto de 1968, cuando tenía 57 años y mientras sacábamos unas cosas del trastero, sus extremidades dejaron de moverse y de una manera fulminante pasó de ser una persona muy activa, a no poder valerse por sí misma.
Días en coma, angustias, nervios... pasó el peligro, pero quedó dañada para siempre.
Nos dijeron los médicos que ante cualquier contratiempo le podría repetir el derrame cerebral, pero se equivocaron. Aguantó como una jabata la marcha de mi hermana con tan solo 40 años, y la de mi padre. La muerte de ambos se produjo en el espacio de 20 días. Y ella siguió al pie del cañón.
Estando mi padre ya agonizando, la sacaron de mi casa para ir al entierro de mi hermana, y cuando volvió, para evitar que su marido sufriera, le ocultó la muerte de su hija, e hizo que en una casa vecina le quitaran el luto. Así, hasta que él también se marchó.
Vivió durante 35 años más, en el transcurso de los cuales sus problemas de salud se acentuaron debido a la edad.
Creo que tuve una madre muy valiente al decidir, que no resignarse, a seguir viviendo a pesar de que no tenía ninguna calidad de vida.
Nunca creí que me acordaría tanto de ella como me acuerdo. La tengo presente, le hablo, me río con ella... porque sé que está conmigo. Tenemos una complicidad difícil de explicar.
Su nombre fue María, pero en los papeles le ponían su segundo nombre, que nunca usó. Yo se lo decía a veces para intentar sacarle una sonrisa.
Siempre me rondó la duda de si mi comportamiento con ella fue el adecuado, si le di todo el amor que se merecía, porque la convivencia en esas circunstancias tan duras a veces era difícil. Me acuerdo mucho de ella y aunque ya no esté, vive en mi corazón.
Maria Clara, sabes que te quiero.