Durante nuestra estancia en Gijón, hicimos algunas excursiones. Uno de los días recorrimos Luarca, Cudillero y Salinas.
Luarca, llamada la Villa Blanca de la Costa Verde, es de los sitios más bonitos que he visitado, con unos paisajes marineros sacados de cuentos, fachadas coloridas, edificios majestuosos que edificaron los que volvieron de las Indias, calles recogidas y otras avenidas de gran ciudad. En fin, que fue el que más huella me dejó.
Es una localidad de paso en el Camino de Santiago.
Luarca significa "lugar de barcos" y está rodeada por el río Negro.
El día se presentaba bastante desapacible, pero poco a poco el sol se abrió paso y pudimos disfrutar a tope de nuestro recorrido.
¡No puede ser! Vuelvo a llevar la sudadera napolitana. Es el último viaje que la llevo en la maleta.
Llegamos por la parte de abajo, cerca del barrio de La Pescadería.
Junto a la carretera vimos estas casetas tan coloridas.
Al fondo, el Club Náutico, en un edificio de 1890. Parece una capilla. Vemos también por debajo del puente, la desembocadura del río Negro, con marea baja.
Un alto en el camino, en un lugar precioso.
Uno de los siete puentes.
Mi sudadera y yo, en el Puente del Beso. Según una leyenda, había un corsario llamado Cambaral que tenía atemorizados a todos los habitantes de este lugar. Un día, un hidalgo (no mi Capitán), lo apresó hiriéndolo gravemente. Como era buena persona, le dio lástima y se lo llevó a su casa para que lo curaran. Pero por esas cosas de las leyendas, la hija del hidalgo se enamoró de él. Como su amor era imposible, decidieron huir y quedaron en este puente. Al encontrarse se besaron, pero el padre, que era hidalgo pero no tonto, se olió el pastel y bajó con una espada bien afilada y les cortó la cabeza a los dos de un tajo. Según cuentan, las cabezas rodaron al mar, pero los cuerpos permanecieron abrazados. Y las noches de luna llena, se oyen procedentes del mar palabras de amor.
La parte alta de Luarca es un sitio al que hay que ir obligatoriamente, a gozar de las vistas tan maravillosas.
Siguiendo mi afición a los cementerios, este es de los más bonitos que he visto, por el lugar donde se encuentra.
Aquí está enterrado Severo Ochoa junto a su mujer.
Con esta foto tan bonita, nos despedimos de Luarca y nos vamos hacia Cudillero.
Tenía yo muchas y buenas expectativas puestas en este pueblecito, y tengo que confesar que me defraudó. Me encontré un sitio muy bonito para hacer unas cuántas fotos, pero sobre todo me encontré restaurantes volcados por completo al turismo. Bueno, pues al fin y al cabo, habíamos decidido comer aquí y es lo que hicimos. Como siempre, pedí queso de Cabrales con lo que fuera. Los demás comieron muy bien y en cantidad.
Marea baja. Con marea alta, llega el agua practicamete a la orilla de los restaurantes.
Aquí se puede ver la señal del agua.
Como se puede ver, restaurantes, restaurantes y más restaurantes.
Como ya hemos comido y no hay mucho que ver aquí, nos vamos volviendo a Gijón, pero antes haremos una parada en Salinas para ver el Museo de las Anclas. Faltaba más.
En un extremo de la playa de Salinas se encuentra este museo al aire libre, dedicado al oceanógrafo Philippe Cousteau, en la península de La Peñona, cerca del túnel de Arnao.
El Capitán sentado junto al ancla de garza, donada por el ayuntamiento de Palos de la Frontera.
Ancla del Velasco.
Playa de Salinas.
Ancla San Gabriel, uno de los primeros buques que acudió al rescate en el accidente en el que murió Philippe Cousteau
Aquí se puede ver el busto homenaje al oceanógrafo, y a la derecha, por una pasarela que confieso no me atreví a cruzar, se llega a esa mirador con forma de cuenco donde hay una rosa de los vientos.
Ancla balear y el Forner de Roselló, de dos metros de altura.
El busto tiene tres metros de altura y mil kilos de peso.
El grupo descansando en el ancla del Alfonso XIII.
Ancla del galeón Nuestra Señora de Atocha, que naufragó en Florida en 1622 cuando regresaba a España de Lima y Potosí cargado de tesoros. Fue rescatado 350 años después.
El ancla del Fortuna.
Los lugares son muchísimo más bonitos vistos al natural, y el museo merece mucho la pena, sobre todo para aquellos a los que les guste el mar.
Y como el día ha dado ya mucho de sí, pues nos volvemos a Gijón, que está muy cerca.
¡Aviso! ¡Me voy a quitar la sudadera.
A ver lo que nos ponen de cenar, que tanto andar estimula el apetito.
Y a programar otra excursión, esta vez por la parte oriental de Asturias.