Por fin la reina dio a luz a una niña de la que no sabemos el nombre, y sus papás hicieron una fiesta enorme, a la que a Dios gracias no me invitaron porque el cubierto debía de valer un huevo.
Se invitaron a siete hadas que eran nacidas en el reino y pusieron una mesa que era como el escaparate de una joyería: tenedores, cucharas, cuchillo de carne, pala de pescado, y el conjunto de postre, todo en oro y como detalle no dieron jabones, ni bombones, ni la foto de la niña ni nada de eso, sino una caja de oro macizo para guardarlos y que luego les sirviera a las hadas para meter allí sus cosas de costura o sus colecciones de llaveros.
Después de ponerse morados de comida, vinieron los regalos de las hadas:
La primera le regaló el don de ser la más bella del mundo.
La segunda, tener el alma de un ángel.
La tercera, que tuviera una gracia admirable.
La cuarta, que supiera bailar muy bien.
La quinta, que tuviera una voz preciosa y supiera cantar.
La sexta, que supiera tocar todos los instrumentos musicales.
Aquí voy a hacer un inciso: ¿A esta niña la preparaban para ser reina el día de mañana, o para entrar en Operación Triunfo? Ninguna le dio inteligencia, intuición, dignidad, facilidad para estudiar alguna carrerilla, que entonces no había selectividad…………………no, no……………..directa a la Academia de OT.
Bueno, pues ahora entra en escena el hada vieja y mala que hay en todos los cuentos, y como no la habían invitado, se pilló un rebote del quince y dijo lo que todos ya sabemos del huso. Por más que le pusieron un cubierto de oro, ella quería el detallito de la caja y ya no había más. Muy mal hecho por el que organizara la fiesta, porque qué menos que comprar algún regalito de más por si surgía algún compromiso.
Entonces el hada que quedaba por concederle el don, apareció y dijo aquello de que no moriría, sino que dormiría cien años, hasta que (se admiten apuestas), viniera un joven príncipe y con un beso la despertara.
Cuando la niña (sin nombre) cumplió quince añitos, subió a una torre y encontró a una anciana que como tenía demencia senil no se había enterado de la prohibición, hilando con un huso que la niña tocó por atolondrada (vaya, sería culpa de la niña), se pinchó y como consecuencia cayó desmayada.
Como los de primeros auxilios estaban de permiso, le echaron agua en la cara, la desabrocharon, le golpearon las manos y le frotaron las sienes con agua de Hungría, que era un agua estupenda que le traían a la reina para que no le doliera la tripa cuando tenía el periodo.
Nada de nada, allí estaba roncando como una descosida.
La pusieron sobre una cama de oro y plata y esperaron a que llegara el hada con las órdenes pertinentes, porque no sabían qué más podían hacer.
El hada, que había vuelto de hacer unas compras en Mataquín, ordenó que todos durmieran igual que la princesa, menos los reyes, que se marcharon a otro país y se murieron de viejos. Ni una vuelta le dieron a la pobre.
Pasaron cien años y un día que un príncipe paseaba por allí, vio entre la maleza la torre del castillo y preguntó a un aldeano, el cual le contó la historia de que allí dormía una princesa que sólo sería despertada por el hijo de un rey a quien ella estaba destinada.
Y el chaval dijo: “Pues ese soy yo” Y allá que se fue tan joven y tan valiente hacia la fortaleza.
Conforme se acercaba, los ronquidos eran atronadores: más de quinientas personas roncando al mismo tiempo (y luego nos quejamos porque UNO ronca a nuestro lado).
Bueno, pues la encontró toda llena de polvo, de bichos durmiendo por allí, de telarañas, y pensó en irse, pero haciendo de tripas corazón le dio un beso en la boca y entonces se despertó la niña y le dijo: “¿Eres tú el príncipe mío? Creí que no llegarías nunca” (¿Pues no estaba durmiendo?) Y cuando abrio los ojos y lo vio, se preguntó si había valido la pena esperarle durante cien años, porque era un calco del Fari. Llamó a su hada madrina y le preguntó si se lo podía cambiar por otro o dejarla soltera, que ya se buscaría ella la vida, a lo que el hada le contestó que no, que el cuento era así y que ella tenía que sentirse feliz de que un príncipe quisiera hacerse cargo de ella, porque a ver qué iba a vivir si sólo la habían preparado para O.T. y aún no se había inventado.
Se atusó los cabellos, que después de cien años sin lavárselos más que una melena tenía rastas, y el príncipe se dio cuenta de lo antigua que iba vestida pero no le dijo nada porque no se sintiera mal. Se dirigieron al comedor donde había una mesa puesta (¿Cien años?) con ricos manjares, se hincharon a comer porque tenían el estómago muy vacío, y la misma noche les casó el capellán del palacio, porque entonces la mayoría de edad de las mujeres sería a los diez años más o menos.
Y el cuento de los Hermanos Grimm termina aquí, pero Perrault sigue y sigue con sus cosas, que hay que ver lo morboso que era el hombre.
Al otro día, el príncipe se marchó a su palacio y no le dijo a sus padres que estaba casado, por lo cual aprovechaba cuando se iba de caza para ver a su mujer y así pasaron los años y tuvieron una niña a la que pusieron Aurora y un niño al que pusieron Dia (menos mal que no le pusieron Carrefour), pero la reina, mala, mala, mala………………intuyó que algo pasaba, que no es mucho intuir después de un montón de años, y preguntó a los aldeanos, quienes le contaron la historia.
La reina que era ogresa, salía todos los días al bosque a comer carne fresca y le dijo a un sirviente que le cocinara a la niña Aurora en salsa, pero al hombre le dio cosa y mató un conejo y se lo puso al ajillo diciéndole que era la princesita. Como a la reina la habían preparado de pequeña también para Operación Triunfo, no se percató de la diferencia de huesos entre un humano y un conejo y ni lo notó.
Otro día le dijo al mismo sirviente, que estaba ya hasta los cataplines de los gustos de la reina, que se quería comer a Dia, y el buen hombre mató una paloma y se la puso con salsa inesperada de primer plato. La reina, aunque le vio las alas, no dijo esta boca es mía. Debió de pensar que eran los dedos. ¿Y el pico? Lo mismo pensó la mujer que para tener esos nietos tan feos mejor se los comía.
En esas, el rey se fue a la guerra y se quedó el hijo de guardia en el palacio (y su familia en el otro).
En todo este tiempo no había tenido el príncipe tiempo de hablar con sus padres? ¿Se avergonzaba de tener una mujer tan dormilona y tan antigua? La madre sería ogresa y el padre un panoli, pero este chico estaba para darle una patada en sus partes y mandarlo a la mierda.
La reina necesitaba otra vez comida fresca y mandó al sirviente a por la princesa, pero éste cuando la vio le contó lo que pretendía hacer la madre de su marido y le llevó un ciervo ya entrado en años y despedazado, para que viera que estaba igual de dura la carne que la de la chica y no notara el engaño, pero esta vez lo notó y montó en cólera (otra vez), ordenando que se la trajera viva.
Cuando llegaron al palacio, ya estaba la olla puesta con el caldo de serpientes, escarabajos, arañas, sapos y lagartos, y cuando la reina se disponía a echar allí a la princesa, en eso llegó el príncipe, que se asombró de ver a su madre haciendo esas cosas tan feas y entonces se enteró de que era ogresa. Luchó con ella y en un descuido se cayó la reina en la olla, entre gritos por las quemaduras de tercer grado que le estaba causando el agua hirviendo.
A partir de entonces, ya sin padres que estorbaran, se trasladaron a vivir al palacio del príncipe y vivieron muy felices.
Han pasado los años, y la Bella Durmiente reivindica los siguientes regalos de las hadas
1º.- Un nombre como todo el mundo.
2º.-Que no duerman a sus padres para no sentirse sola al despertar
3º- Inteligencia, que ha salido muy cortita.
4º.- Un colchón de Lo Mónaco, que la plata y el oro son muy duros para tantos años.
5º.- Un peluquero y un estilista para cuando despierte.
6º.- Un robot de limpieza, que tiene alergia al polvo del palacio.
7º.- Que su hijo tenga otro nombre, porque da lugar a chascarrillos.
8º.-Tiritas de la nariz para no roncar, porque le da corte.
9º.- Una suegra vegetariana.
10º.-Un príncipe que no sea un panoli.