13 de junio de 2010

¿Te gusta mi sonrisa? Jajá jejé, jijí

Me acabo de levantar, me he lavado los dientes con una pasta que me ha dejado los dientes blanquísimos, y me he enjuagado con un colutorio que automáticamente me ha lanzado a la cara un roción de mar. Y aquí sigo tan contenta, porque gracias a la fibra que tomo por la mañana, ya he hecho mi caquita, como puede adivinarse por lo feliz que me encuentro. Mi desodorante marino me ha llevado en una ola y he sentido el frescor del agua salada en mis axilas, previamente depiladas y a las que le han salido unas plumas, que no sé si soy un ave o un mamífero. Y seguro que a juzgar por la vitalidad que emano, no siento escozor en mis muslos, porque soy precavida y me he puesto Labocane, con lo cual ya puedo abrir y cerrar las piernas las veces que quiera sin miedo al roce de mi amplio pantalón... pero no creed que estoy navegando, no, que me veis así porque me he tomado una leche que te lleva inmediatamente a un barco, y en unos momentos saltaré desde la cofa al agua, sumergiéndome en las cristalinas aguas del Mediterráneo. Y todo ello sin temor a que la regla me estropee el día, aparte de por edad, porque llevo un tampón supersónico que huele a nube, y ni se nota ni traspasa, pero se siente, porque es ponérmelo y empiezo a volar y a dar gracias a la naturaleza por haber nacido mujer y tener cada veintiocho días esta bendición del cielo, que es la menstruación. ¡Que se jodan los hombres!

Cuando miro los anuncios me quedo pensando muchas veces, hacia qué colectivo de personas van dirigidos, y yo misma me contesto: a una legión de idiotas abducidos por unas imágenes y unas palabras que pocas veces tienen que ver con el producto que presentan. Y si ese colectivo es de mujeres, entonces se nos supone ya un grado de idiotez mucho más alto y se nos intenta tomar el pelo de forma descarada, porque se piensa que estamos locas por escapar de nuestra cotidiana realidad. Esta última frase me ha quedado tan cursi, que sería digna de un anuncio de lavadoras, por lo menos.
Ese campo, con el trigo acamado por el viento, a cámara lenta, con el sol filtrándose y la señora corriendo con falda ibicenca vaporosa, y mejor con pamela florida... eso sí, siempre delgada y rubia.
O esa mujer con el ceño fruncido, esta vez con el pelo corto y castaño, señal de su anodina vida, que trapo en mano lo suelta enfadada y de pronto se queda extasiada ante un señor que se le aparece prometiéndole que a partir de ese momento él va a encargarse de todo.
Por no hablar de lo guapísima y delgadísima que me voy a quedar si mi tránsito intestinal se aligera, influyendo también en mi carácter. Dónde va a parar si salgo a la calle habiendo visitado ya el WC. El cambio que se me nota es bestial y todos sabrán por mi cara si hice o no caca. Ahora entiendo por qué en el metro va la gente tan amargada por las mañanas: están estreñidos.
¿Y las bebidas que te transportan a otros lugares con sólo beber un sorbo? Viajar más barato es imposible y encima la diversión está asegurada por lo felices que se ve a todos los que van saltando y corriendo a mogollón. Incluso te dan tabla de surf.
Hasta la señora de la hemorroides, que las sufríe en silencio, cambia de cara cuando le encogen y se siente mucho más activa y generosa con los seres humanos que se encuentra por la calle. Con qué poco se puede alcanzar la máxima felicidad.

Y es que la publicidad es el mundo de Pumby: todos seremos mejores, más felices, más delgados, más guapos; y nuestro entorno, si consumimos los productos que nos meten por los ojos, será más verde, con todos los días soleados; nada más abrir las ventanas veremos las montañas, oiremos el murmullo del agua del río, que casualmente pasa por delante de nuestra casa, oleremos el aroma de las flores, y un perrito perfectamente peinado vendrá ladrando a nuestro encuentro. Mientras, nuestra pareja, que estaba esperando a que nos despertáramos, nos habrá hecho un desayuno equilibrado, nutricionalmente hablando. ¡Qué bonito! Y sobre todo, qué fácil.

¡Qué gilipollez!

Muy bien por la campaña que está llevando a cabo un centro comercial, y que deja en un absoluto ridículo toda la parafernalia que montan los publicistas para vendernos sus productos.