Llegamos a Portonovo, que era nuestro destino y nos acomodamos en el hotel, que tenía una magnífica vista sobre la playa. Anduvimos disfrutando del sol por el puerto y nos acostamos pronto ya que al día siguiente queríamos ir a Santiago de Compostela. Y aquí está ya mi Antonio en la Plaza del Obradoiro, que debe su nombre a los obreros que se instalaron aquí mientras se construyó la Catedral. Es el monumento más extraordinario de la Edad Media en España, y el más característico del románico. Frente a la Catedral, el palacio de Rajoy, de estilo renacentista, se ideó como residencia de los niños del coro de la Catedral y como sede del seminario de confesores. En la actualidad pertenece al Ayuntamiento de Santiago de Compostela. Sobre el frontón, la estatua ecuestre del Santiago Matamoros. En el lado norte se encuentra el Hostal de los Reyes Católicos, llamado también Hospital Real, por construirlo estos reyes como albergue de peregrinos. Es un parador de turismo de los más lujosos de España. La cadena enlazada con pilastras que hay delante significa que los reyes durmieron allí, y su aposento era el de la ventana que hay sobre el friso. En la parte sur se halla el Colegio de San Xerome, cuya construcción impulsó Fonseca, y que se utilizó como colegio menor de estudiantes pobres. En la actualidad es sede del Rectorado de la Universidad. La portada es de un hospital de peregrinos y por eso los santos tienen que ver con la salud. Uno de los órganos de la Catedral. Nos quedamos a la Misa, oficiada por sacerdotes de distintas nacionalidades, y tuvimos la suerte de que funcionara el botafumeiro. Aquí están preparándose para subirlo y volarlo. Y aquí el botafumeiro en pleno vuelo. Todo un espectáculo. Plaza de Quintana, por detrás de la Catedral. La parte de arriba se denomina de los vivos y la de abajo de los muertos. Al fondo Casa Parra. La estatua del arzobispo Fonseca, en el patio del colegio del mismo nombre. Aquí nos entran ganas a todos de cantar: "Triste y sola, sola se queda Fonseca, triste y llorosa, queda la Universidad, y los libros y los libros empeñados en el Monte, en el Monte de Piedad................................." Aquí una maldad de mi Antonio, haciéndose a sí mismo una foto. Es muy simpática. El mercado y las hortensias, que me admiraron por su tamaño. Una de las calles típicas de Santiago. Mi Antonio se compró aquí un sombrero y se empeñó en comprarme un Borsalino, pero a mí me sientan como un tiro y al final no me decidí. Placa en la Plaza de Quintana. Plaza de la Inmaculada, frente a la Puerta de la Azabachería, donde se ve el Monasterio de San Martín Pinario, sede del Seminario Mayor. Antonio frente a la Puerta Santa, en la Plaza de Quintana. Sólo se abre en años jubilares cuando el arzobispo la golpea con un martillo de plata. Ese día comimos de forma excesiva, como todos, porque a pesar de nuestros propósitos de andar comedidos en este tema, el tamaño de las raciones lo hacía imposible. De vuelta al hotel nos encontramos ya con los amigos guineanos. Al día siguiente nos fuimos a Vigo y desde allí cogimos un barco hacia las Islas Cíes, que nos parecieron un verdadero paraíso. El comienzo de la playa de Rodas. Arena blanca, con textura de sal y multitud de gaviotas acostumbradas a los seres humanos y sus comidas. Eran capaces de quitarte un bocadillo. Antonio en el puente que separa el lado de la ría, de aguas tranquilas, de la agitación de la parte que se abre al Atlántico. El contraste era asombroso. Por aquí íbamos admirando el paisaje. Una bellísima fotografía hecha por mi Antonio. Y otra más digna de concurso. En este restaurante comimos, por cierto muy bien. Está en el cámping. Marisol, Julia y yo, disfrutando del entorno. Al día siguiente emprendimos viaje a Cambados. ¡Ay el alvariño! Qué bien entraba y qué mal se quedaba. Tan fresquito, tan rico.....................pero cómo se subía el condenado. Lo primero que hicimos fue ir al centro de información turística, con pensamientos de contratar una visita guiada, pero desgraciadamente ya no había esa posibilidad, así que la señorita que nos atendió nos explicó sobre el plano todo lo que había que ver en la ciudad y nos aconsejó el recorrido que teníamos que hacer. Plano en mano seguimos sus consejos y nos dirigimos hacia la parte marinera donde está el puerto viejo, luego al centro de la ciudad y por último al puerto nuevo. En Cambados es muy corriente que las fachadas estén protegidas por conchas de vieiras. Las tres delante de una de las fachadas. Luego veríamos que era lo habitual. La Capilla del Nazareno, donde una amabilísima señora nos contó la historia de unos profanadores de la imagen, que murieron habiendo sufrido en sus carnes lo que hicieron con el Nazareno: el que le mutiló las manos las perdió..................y así todos. La capillita es la de la derecha e impresiona bastante. Algo que me chocó de todos los santos de esta zona es la cantidad de pelo que tienen las imágenes. Pazo de Montesacro, barroco, del siglo XVIII, con un gran escudo de armas en cuya parte superior hay una corona de la que sale un brazo armado con una espada. Actualmente es un asilo de ancianos. Al lado está la capilla de la Virgen de Valvanera. Bueno, pues aquí las tres Marías frente al puerto. El día fue espléndido. Otra fachada de vieiras. Pazo y Plaza de Fefiñáns, también conocido como el palacio de Figueroa. De aquí parten los trenes turísticos, pero ya no funcionaban cuando llegamos. De Cambados nos fuimos a O'Grove y nos metimos al cuerpo una mariscada estupenda. En la foto estamos a punto de empezar a sacrificarnos. Comimos en O'Cruceiro, y naturalmente la regamos con alvariño. De postre unas filloas, que estaban riquísimas, pero a mí me parecieron como los crèpes. De O'Grove nos marchamos hacia La Toja, pero no me gustó, así que no he puesto ninguna foto. El museo del jabón me pareció bastante cutre en comparación con el nivel de vida que se respiraba allí. Y ya nos volvimos a Portonovo a descansar.