3 de abril de 2013

El camuflaje, para la guerra


Estoy hasta los mismos ovarios de ver en los escaparates ropa con estampado militar. Aparte de que no me favorece, me niego en rotundo a comprar lo que a un iluminado se le ha ocurrido que debo de llevar este verano. Que se lo ponga su señora madre, que con un fusil como complemento, estará a la última. Encima dando ideas y sin cobrar. ¡Bolso cetme para ir a la última, oiga!
Y una granada de colgante, a juego con dos balas de pendientes. ¿Absurdo? Tan absurdo como la ropa. Y si queremos seguir sacándole punta, tengo otra objeción para llevarla: ya veo en la televisión bastantes usuarios involuntarios de esta moda, como para encima sufrirla en todos los escaparates.
Porque esto de las modas me parece la tontada del siglo. ¡Que se lleva el amarillo! Ale, todas vestidas de pollos. ¿Que se llevan los ácidos? Señoras andantes reluciendo fluorescentes por las calles. 
Recuerdo cuando se llevó el estampado cebra y me compré una camisa, que por cierto todavía está en el armario, porque las cosas llamativas de otras temporadas  cantan mucho. La cebra me favorecía, pero eran ya muchas rayas para dos primaveras. Yo me reía cuando entraba a una cafetería, que más parecía aquello el zoológico.
Eso de que alguien me diga de qué color tengo que vestirme, la forma, o que los tacones sean gordos o finos, me cabrea mucho. ¿Ahora qué hago con los zapatos de punta fina? ¿Se las corto y los reciclo en sandalias
Sinceramente me importa todo un egg. Recuerdo cuando vivía en Argel, lo feliz que me vestía yo todos los días sin calentarme la cabeza con lo que se llevaba o no. 
Como soy anti-compras declarada, me quedo con mi fondo de armario atemporal.
¡¡¡¡¡¡Un, dos, un, dos... Arrrrrrrrrrrr!!!!!!!!!!