14 de abril de 2009

Rapunzel


Rapunzel se siente triste porque es la protagonista de un cuento no sólo sexista, sino de una crueldad extrema.
Su madre se encontraba embarazada de ella y tenía antojos como todas las mujeres en ese estado, pero es que debía de ser una plasta de narices y además sosa, sosa, sosa, porque tener antojos de fresas con nata, de dulces o de berenjenas en vinagre, como es el caso de la que escribe, entraría dentro de lo normal, pero antojársele a la mujer en cuestión un manojo de canónigos, que es lo que son los rapunzeles, tiene tela.
Vivían en una especie de chalé lindando con una bruja y ésta tenía plantados en el jardín semejantes matojos, por lo que desde la ventana los veía todos los días y ponía al marido en un brete para que entrara y le trajera para la ensalada unos cuantos.
Y pasó lo que tenía que pasar, que la bruja lo descubrió y le hizo prometer al calzonazos del marido que cuando naciera el hijo, se lo daría a cambio de todas las ensaladas que su mujer se habría comido en todo el embarazo.
Y le dijo que si, con un par. ¿Y su esposa no protestó? ¿No defendió el fruto de su vientre? Pues no. Siguió comiendo.
Saber que tu madre te ha cambiado por unos canónigos, te debe marcar la existencia, y no me extraña que la pobre no lo haya superado.
Pues nada, cuando nació se la llevó la bruja y le puso de nombre Rapunzel, o sea, canónigo, que es como si a una le ponen lechuga o rábano, y eso sí que te persigue el resto de tus días. Lo que tuvo que pasar la pobre en el cole.
A los doce años la encerró en una torre que no tenía ni puertas ni escaleras. Como era bruja, la coló por la ventana en un plis plas. Encima no se le ocurrió otro modo para subir y bajar, que las trenzas de la niña. Hasta que el pelo le llegó al suelo, debieron pasar unos cuantos años. La pobre cepillaba cada día medio metro y así lo mantenía brillante, porque en la torre no había agua y no podía lavárselo, y le seguía creciendo.
Cuando la vieja iba le decía desde abajo: “Rapunzel, échame las trenzas que voy para arriba” Y la niña se asomaba a la ventana y soltaba el melenón para que subiera. Al principio le dolía mucho el cuello, pero luego los esternocleidomastoideos se le desarrollaron mucho y tenía una fuerza capaz de aguantar el peso de una persona.
¿Y no hubiera sido mucho más fácil haber hecho una puerta de obra y unos cuantos escalones? Vamos, digo yo, porque la escalada agarrándose a los pelos, también tendría su dificultad.
Bueno, pues un día que Rapunzel estaba cantando, pasó un príncipe y la escuchó. Cuando llegó y vio a la bruja subir, pensó que él también podría hacerlo. Para eso era príncipe ¿No? Seguro que ella le estaría esperando, como esperan por los siglos de los siglos las muchachas casaderas la aparición de un mozo a lomos de un corcel, que dé sentido a sus vidas.
Desde abajo dijo: ”Rapunzel, échame las trenzas que voy para arriba”, y ella, sin cerciorarse de quién era, tiró las trenzas por la ventana. Estaba un poco fondón y le costó trabajo subir, que la pobre niña estaba con el cuello ya fuera de su sitio de aguantar tanto peso, y de pronto se asustó al verle allí arriba con ella. ¡Oh! ¡Un desconocido!.
Dios mío, ¡Qué susto! Pues hija, haber mirado antes, que luego nos quejamos.
Como pasa siempre en estos casos, enseguida le pidió relaciones y ella se las concedió, que parece que estaba desesperadita por concedérselas a quien fuera y salir de allí. Así que quedaron en verse otro día, pero la bruja los descubrió.
Después de lo que le había costado dejarse crecer las trenzas, la vieja se las cortó y la dejó en medio de un bosque sin naíta que comer. La chica se encontraba rarísima, con el pelo a lo garçon y se dedicó a cazar animales a cabezazos para sobrevivir, porque su cabeza estaba muy fuerte después de tanto ejercicio, y cada vez que la sacudía, conejo que se llevaba por delante.
¿Y qué pasó con el príncipe? Pues que la bruja le puso una trampa y cuando subió por las trenzas esperando ver a su amada, se encontró con ella y del susto se tiró por la ventana, quedando ciego a causa de la caída.
Vagó por los bosques hasta que un día la oyó cantar y reconoció su voz. La llamó y ella corrió a sus brazos, descubriendo su ceguera y lamentando que él no pudiera verla con su nuevo loock.
Aún así vivieron juntos para siempre, él a costa de ella, porque como era príncipe y no sabía hacer nada, pues era lo normal y además ciego para acabarlo de arreglar.
Y nunca, nunca, nunca… comieron canónigos.

Reivindicaciones de Rapunzel:

1º.- No llamarse canónigo.
2º.- Tener unos padres normales.
3º.- Hacer una escalera en la torre.
4º.- Que en el cuento salga Rúpert.
5º - Mirilla en la ventana.
6º.- Más príncipes para poder escoger, que uno y ciego, ya es mala suerte.
7º.- Quitar la maleza de alrededor de la torre y poner suelo blandito para cuando se caigan los pretendientes que no se estropeen.
8º.- Que la bruja y los príncipes sean delgados.
9º.- Un botiquín con ibuprofeno y mantita eléctrica para las contracturas musculares del cuello.
10º.- Que los medios de comunicación se hagan eco de que el príncipe vive, para que su padre le pase una pensión, que todo se lo está llevando su cuñada Cenicienta.