Hete aquí que la madre, según costumbre de la época, palmó en el parto, volviendo a casarse su padre con una señora que era una víbora de mala persona. Guapa, pero mu mala.
Y la niña creció , tuvo su menstruación y se desarrolló que daba gusto verla, además de lo buena que era, al contrario que su madrastra, que viendo que Blancanieves era el centro de atención de todos los bailes a los que asistía, estaba que no le sentaba la camisa en el cuerpo y cogió un espejo que tenía para depilarse las cejas y le preguntó aquello que trascendió a través de los siglos: “Dime, espejito mágico, hay en todo el reino alguna mujer más guapa que yo? Y el espejo ni mu. Le repitió la pregunta, y ni mu. Llamó a su marido y éste le dijo que estaba desconectado. Lo conectó y entonces el espejo le dijo: “Mira, eres muy resultona, pero ya tienes tus añitos, que la menopausia no perdona. Blancanieves está bastante más buenorra que tú”.
Y entonces montó en cólera (donde montaba tanto la gente de antes) y llamó a un servidor al que ordenó matar a Blancanieves. Así, sin despeinarse siquiera.
El servidor se llevó a la moza al bosque y le explicó los planes que la malvada madrastra tenía para ella. Total, que la dejó allí entre los árboles y él se volvió al palacio.
Y la pobre se quedó sin saber qué hacer, porque en ese momento no estaba por allí Rapunzel, ni Caperucita, ni la Cenicienta, ni la Bella Durmiente, que ese día no les tocaba pasar por el bosque, y se sintió sola. Pensó que tenía que tomar una solución, porque tenía hambre y además necesitaba una ducha, pues aunque princesa, las glándulas sudoríparas las tenía al cien, como todas las adolescentes, así que empezó a andar hasta encontrar una casita diminuta y se dirigió allí.
Forzó la puerta, entró y encontró la mesa puesta con platitos y cubiertos pequeños y unas pechugas cordón bleue en una bandeja. Se sentó en el suelo, porque las sillas eran muy pequeñas para albergar el hermoso trasero con que la naturaleza le había dotado, y se comió todo lo que encontró. Después le entró sueño y juntando cuatro de las siete camas minúsculas que había en una habitación, se echó la siesta plácidamente.
Y aquí tenemos otra princesa confiada, creyendo que todo el monte es orégano.
Bueno, pues resulta que era la casa de unos enanos muy buenos (pero no tontos), que se habían ido a trabajar y volvían a casa a comer y a echarse un ratito. Cuando llegaron encontraron la puerta abierta y les extrañó, porque siempre la cerraban al salir, aunque dejaban todas las ventanas abiertas para que se airease la casa, cosa comprensible dado el tufo que desprendían las botas de los siete durante la noche.
Se dieron cuenta de que se habían comido todas sus viandas y también montaron en cólera, sin explicarse lo sucedido. Cuando el mayor de ellos fue a hacer pis porque ya tenía problemas de próstata, al pasar por la habitación dio un grito al descubrir allí tendida a una muchacha de uno ochenta (la midió a ojo), guapísima.
Llamó a los otros y juntos la contemplaron sin saber qué hacer. Entonces se retiraron a deliberar y acordaron lo que le iban a decir cuando se despertara.
Al abrir Blancanieves los ojos, encontró a siete enanos a su alrededor, con los ojos fuera de sus órbitas y poniéndose en pie dio un salto, pisando a uno de ellos que por suerte era mudo, y no pudo expresar de forma oral el recuerdo que le dio para su excelsa madre.
La niña les explicó su triste historia, y entonces a los enanitos se les encendió la bombilla: le damos casa y comida, y a cambio que trabaje para nosotros. Blancanieves aceptó, aunque no le gustaba ni un pelo el plan, pero no podía elegir, y firmó el contrato.
Por la mañana se iban a trabajar y dejaban una casa... las toallas por el suelo, los calzoncillos para lavar, los calcetines que andaban solos, toda la tapadera del water llena de gotas (a ver, siete y pequeños, que apenas llegaban, pues más fuera que dentro), la mesa del desayuno patas arriba y la cocina perdida de grasa.
Antes de marcharse acordaban la comida que tenía que hacer, buena y barata, que estaban en crisis y no era cosa de tirar el dinero. Le daban nada y menos para la cesta de la compra, y encima tenía que ir andando al super del bosque.
Volvían a mediodía muertos de hambre y se tiraban como fieras a la comida. “¡¡¡¡¡EHHHHHHH!!!!!!! Quietos”, les decía ella con una sonrisa encantadora. “Mis papás me enseñaron que antes de comer hay que lavarse las manos”. Gruñón mandó al rey a tomar por saco, Mudito pegó cuatro patadas en el suelo, Tímido se puso acogotado detrás de Bonachón, éste soltó una carcajada y miró a la muchacha como si fuera de otro planeta, Dormilón soltó un bostezo y dijo que o comía, o se iba a echar la siesta del borrego, Mocoso estornudó y llenó la sopa de tropezones, Perezoso sacó toallitas húmedas con tal de no ir al lavabo y por último uno dijo: “Es obvio, que nuestras manos están sucias, pero dado el tiempo que hace que no nos las lavamos, sin ningún perjuicio para nuestra salud, no veo la necesidad de quitar ahora las costras que los años han formado sobre ellas”.
“Habló el listo que todo lo sabe”, pensó para sí Blancanieves
Y la vida continuaba y todos eran felices, aunque unos más que otros, porque a la pobre muchacha la explotaban desde que amanecía.
Todo el día batallando con los enanos de las narices: ¿Has lavado mi ropa?, Echa esta carta al buzón, la casa tiene polvo, la comida está fría, dónde está mi sombrero, cómprame una revista, haznos una tarta, coge fresas y haz compota, recolecta hierbas medicinales… ¿Qué te pasa que ya no cantas? ¿No estás contenta con nosotros? ¿Pero dónde vas a estar mejor?. Y Blancanieves gritó: ¡¡¡¡¡¡CALLAD; ENANOS DE MIERDA!!!!!!! Y se quedaron todos petrificados porque no esperaban esa salida de tono por parte de una muchacha tan bien criada.
¡¡¡SE ACABÖ!!! A partir de ahora, ni guiso, ni plancho, ni lavo, ni hago compra, ni quito el polvo ni ordeno la casa. Lo vais a hacer vosotros, que yo me largo.
Viendo que se les escapaba el chollo, los enanitos se retiraron a deliberar y acordaron ayudar a la muchacha en las faenas domésticas.
Entre tanto, la madrastra seguía dándole la tabarra al espejo y cuando se enteró de que Blancanieves aún existía, montó otra vez en cólera, se disfrazó de vieja y se fue hacia la casita. Llamó a la puerta, pero no le respondieron y por una de las ventanas que estaba abierta apareció la niña, a la que dio mucha pena la viejecita y se entretuvo charlando con ella. Ésta sacó una manzana y se la ofreció, dándole Blancanieves un mordisco, consecuencia del cual quedó inconsciente. La bruja desapareció riendo(Qué joía).
Cuando los enanitos volvieron de trabajar, se la encontraron en el suelo y mudito hacía gestos ostentosos sobre la razón de su desmayo, creyendo que se le habría ido la mano con el porrón, pero poco a poco comprobaron que la cosa era seria: Sabio, que había hecho un curso de primeros auxilios, puso su dedo en la carótida de la niña y verificó: “Está muerta”
Todos lloraban a moco tendido, porque el roce hace el cariño, y porque a ver dónde encontraban ahora otra tonta para aprovecharse de ella.
Acordaron no enterrarla (sabia decisión) y la metieron en una urna de cristal que hicieron entre todos, pegando las paredes con silicona y allí la dejaron unas semanas.
Yo creo que no estaba muerta, sino descansando, y que entre las ropas se habría echado comida para no morirse de hambre. Seguro que cada vez que los viera llorando a su alrededor pensaría: “Jodeos enanos, que estoy descansando”.
Atraído por el olor de la silicona, un príncipe que paseaba por el bosque (faltaba más), llegó hasta la urna y al ver allí a la muchacha quedó prendado de su hermosura, y eso que iba sin peinar lo menos tres semanas y llevaba la diadema ya por el cogote.
No pudo contenerse y con su espada rompió la urna, con tan poco cuidado que llenó a Blancanieves de cristales, pero como total estaba muerta, qué importaba.
Entonces recordó que en algunas ocasiones, el aliento de la persona amada había devuelto la vida al otro y posó sus labios sobre los de ella. En ese momento es cuando se podía haber muerto porlo mal que olía la boca del doncel. Saltó de la urna antes de que se le ocurriera volver a besarla y como manda el cuento, se enamoró enseguida del príncipe.
Sí, sí… entre volver con los enanos, o estar en un palacio… yo tampoco me lo habría pensado mucho.
Blancanieves y su enamorado se fueron a ver a los enanos, que ya habían encontrado a otra muchacha perdida en el bosque (ese bosque era como la calle Preciados), y allí estaban repitiendo la historia.
Y como nuestra protagonista era tan buena, pero tan buena, se llevó a los enanos a vivir con ellos al palacio y todos fueron muy felices.
Y colorín colorado…
Ha pasado el tiempo y Blancanieves reivindica para su cuento:
1º.- Un padre que la busque cuando desaparezca.
2º.- Que los enanos tengan algunas nociones de las tareas domésticas.
3º.- Una habitación para ella sola, que estaba rodeada de voyeurs.
4º.- Camas tipo literas, para no tener que agacharse tanto al hacerlas, que tiene un pinzamiento.
5º.- Una lavadora de carga superior, por lo mismo del pinzamiento en la L5
6º.- Un forense que certifique su muerte, para que no la encierren en la urna estando viva.
7º.- Que el cristal sea de esos que al romperse forman como una red y no caen cristales sueltos.
8º.- Que alguien les dé a los enanos clases de tirar silicona, que apestaba la urna.
9º.- Que al príncipe no le huela el aliento.
10º.- No tener que llevarse los enanos al palacio, porque pierde intimidad con su esposo.