En el mes de Agosto de este año, mi hermana y yo nos decidimos a irnos solas, sin maridos, a París. Era un viaje organizado que todos los años hacen en mi pueblo después de las fiestas, y tras mucho pensarlo nos liamos la manta a la cabeza y allá que nos fuimos.
Lo peor era el medio de transporte, porque un autobús como no sea muy confortable, convierte el viaje en una odisea, pero teníamos tantas ganas que no nos importó. Sólo decir que si vuelvo, que volveré, viajaré en avión.
Salí por la tarde en tren hacia Callosa, y al otro día, a las 11'30 emprendimos la marcha que habría de ser larga, incómoda, a veces desesperante y a veces divertida, hacia nuestro lugar de destino. Subimos hasta Zaragoza, luego Pamplona, y en Irun cambiaron los chóferes, ya que el trayecto era muy largo y creo que las normas así lo exigen.
Nos dijeron que el autobús era de última generación, pero a juzgar por los extras que llevaba (ninguno), yo calculo que como poco era de la del 27, jejejejeje................
La noche fue.................pues como se esperaba: baile de almohada de un lado a otro del cuello, cruces y descruces de piernas, que por más vueltas que les dábamos no nos cabían de tan estrecho que era el espacio entre los asientos. Culete a la derecha, culete a la izquierda............
Y cuando por fin lograbas algo parecido al sueño, entonces paraban porque tocaba hacer pis, que éramos muchos y más de la mitad en edades de próstatas difíciles y señoras alguna que otra ya con incontinencia. Otra de las razones de parar tan a menudo era por estirar las piernas, porque yo creo que se temían que cuando llegáramos a París, tuvieran que recogernos en sillas de ruedas de lo entumecidas que las íbamos a tener.
Y como todo llega, pues se hizo de día y desayunamos en Tours, ya muy cerca de París. Cuando digo cerca, quiero referirme a unas tres o cuatro horas, pero si llevábamos ya en el cuerpo veinte de autobús, lo que quedaba ya no era casi nada.
Llegamos a París a las 12 del mediodía.
Nos repartieron las habitaciones y ¡SORPRESA! La ventana daba al cementerio de Gentilly. Bueno, había que sacar el lado positivo de todo y pensamos que no nos molestarían los ruidos nocturnos.
El hotel estaba en la Puerta de Italia. París está rodeado por una periférica con distintas entradas llamadas puertas.
Nos aseamos un poco y comimos en el hotel bastante bien.
Tuvimos unos guías estupendos: Mario y Eva, que debieron de terminar de nosotros hasta el moño de tanta lata que les dimos.
Por la tarde, la primera visita fue a Los Inválidos, que era el antiguo hospital militar, donde se encuentra la tumba de Napoleón. Nos llevaron en autobús, nos pararon en la plaza y nos dijeron que teníamos diez minutos para estar allí. A mí me recordó el anuncio del micralax, pero a toda pastilla hicimos alguna foto por fuera, y al autobús otra vez
Aquí, posando aceleradísima. Así he salido de sofocada, pero no dió el tiempo para más. Con la cámara grabé cuatro cosas y por lo menos me acordaré de algo, porque fue visto y no visto. Por cierto, vaya ventolera que nos pilló.
Y de Los Inválidos nos llevaron a la Torre Eiffel, por el Campo de Marte. Aquí ya tuvimos mucho tiempo, aunque desistimos de subir por la gran cola que había.
Es una estructura de hierro diseñada por Gustave Eiffel para la Esposición Universal de 1889, en París.
Es el símbolo de Francia. Mide 325 metros contando la antena y consta de tres pisos: el primero a 57'63 metros, el segundo a 115'73 y el tercero a 276'13.
Estaba hasta los topes de gente y de policía por todos los lados.
Teníamos la intención de coger el metro en Trocadero, pero con tanta gente ni se veían las entradas, y tampoco pudimos coger taxis porque todos estaban ocupados. Así que nos fuímos en el de San Fernando (un ratito a pie y otro ratito andando)
¿Y por qué nos fuimos de allí tan rápido mi hermana y yo? Pensaba que en una excursión a París habría programada alguna visita al Louvre o al D'Orsay, pero no era así, según el guía, porque a la gente que iba no le interesaban esas cosas, así que como esa tarde era miércoles y cerraban a las diez de la noche, todo mi empeño era llegar a tiempo porque no quería venirme de París sin ver tres cosas del Louvre, además que no era imposible ya que las tres están muy próximas. Por supuesto no pretendía ver el museo en dos horas, pero sí que estaba decidida a ver esas obras en concreto.
Y nos fuimos andando por la orilla del Sena hasta el Louvre. Aquí estamos pasando por el puente de la Concordia. Aún nos quedaba bastante para llegar. A mi pobre hermana le pedí perdón en la noche, porque sé el esfuerzo tan grande que hizo con lo cansada que estaba.
Dedicaré una entrada a los puentes de París, que lo merecen.
Y llegamos al museo. Aquí la entrada para la posteridad. Entramos por la pirámide
Como ya era tarde, nos dispusimos a buscar un sitio donde tomar algo, pero a las diez de la noche, en París la gente ha cenado ya y nosotras nos dirigimos entonces a una de las muchísimas cafeterías que hay por toda la ciudad. Cafeterías, cuya disposición de las sillas es muy particular, al estar muy juntas y todas mirando hacia la calle, como si esperaran ver pasar por allí un desfile. Según dicen ellos "El espectáculo está en la calle".
Bueno, pues me fui con mi hermana a una que hay cerca del museo, y nos sentamos. Ella se levantó "a ver lo que había en la barra dentro", y salió despavorida, señalando a un señor que venía detrás. Me decía toda nerviosa que le explica al hombre que sólo queríamos cenar. Se lo dije, y el señor muy amablemente llamó a un garçon para que nos atendiera. A todo ésto mi hermana intentando contarme lo que le había pasado dentro de la cafetería. Según ella, tres hombres le hacían indicaciones para que subiera por una escalera y la miraban con ojos libidinosos, por lo que salió disparada de allí. Yo me partía de risa.
Entonces llegó el garçon y le dije que queríamos unos sanwiches, pero mi hermana, que es lo más difícil que yo he visto en cuestión de gustos de comida, empezó a especular con el tipo de queso que le iban a poner, tanto, que el garçon, por cierto muy enjuto él, se largó aburrido y nos dejó allí, momento que aprovechamos para irnos a toda prisa. Además, se habían sentado a nuestro lado otras personas y apenas nos podíamos mover, pegaditas unas con otras. Prefiero las cafeterías españolas.
En la puerta del museo nos fue fácil coger un taxi que nos devolviera al hotel. Vimos que curiosamente todos llevan en el asiento de delante una maleta para no montara a nadie en él.
Sólo pueden subir tres personas por taxi. Y hay muy pocos para lo que es París.
Llegamos al hotel, nos comimos un croque-monsieur, y nos fuimos a la cama no sin antes darle las buenas noches a todos los que teníamos al otro lado de la ventana.