Tras meses de preparar el viaje, por fin llegó el día. Volábamos con American Airlines a las 10:00 de la mañana del veinticuatro de abril y Madrid nos despidió con lluvia. Teníamos por delante más de nueve horas de vuelo, que no se nos hicieron pesadas, ya que llevábamos con nosotros entretenimiento suficiente como para ir distraídos durante todo el trayecto. Entre películas, juegos, comidas y alguna cabezada, se nos pasó el tiempo rápido.
Quizás lo peor fueron las cuatro horas de antelación que tuvimos que esperar antes de partir, que ahora es lo habitual cuando se viaja a U.S.A.
Y Miami nos recibió con un tiempo espléndido. Teníamos muchas ganas de abrazar a la familia, pero el sistema de seguridad del aeropuerto retrasó bastante el momento. Ya no se rellenan los consabidos papeles para aduana en el avión, sino que tuvimos que guardar una cola enorme para pasar nuestro pasaporte por una máquina, hacernos la foto y, otra vez, coger turno para pasar el control policial, cosa que nos llevó casi dos horas. Tras la entrevista con el policía de turno, muy amable por cierto, fuimos a recoger nuestras maletas, que en ningún momento fueron abiertas ni tuvimos pega alguna a la hora de salir.
Tras cambiar la tarjeta del móvil, llamamos a nuestro primo, que llevaba mucho tiempo esperándonos y por fin pudimos abrazarnos.
Nos encaminamos a la zona de Kendall, donde íbamos a quedarnos esos días y allí estaban esperándonos con tanta alegría como la que nosotros sentimos al verlos.
Comimos, descansamos un poco y, por la tarde, quedamos para cenar con parte de la familia.
En la foto falta José Tomás, que fue el fotógrafo.
De izquierda a derecha, Christian, el pequeño de la casa aunque por poco tiempo, ya que para finales de verano llegará un miembro más a la casa, su papá Mike al que tampoco conocíamos, Sheila, tan guapa y simpática como siempre, Amparo, a la que llevábamos unos años sin ver, yo, encantada y sin acabarme de creer que estaba allí, y mi Antonio, que recordaba mil situaciones que compartimos hace muchos años.
Una cena copiosa tanto de comida como de conversación y cariño.
Nos fuimos pronto a descansar ya que el día siguiente lo teníamos lleno de actividades, aunque en ningún momento sufrimos el jet lag.