Se marchó un amigo, de forma rápida... sin avisar... sin despedirse... y a estas horas se entremezcla la pena con las lágrimas y los recuerdos. Ricardo, eso no se hace, que parece que te estoy viendo con esa sonrisa que tenías tan socarrona, cuando me decías: “Carmen Pi, que eres muy mala y vas a ir al infierno”. Nos has arrancado un trozo de corazón, y el de tu brother ya no está para muchos trotes. Quién te iba a decir que el tuyo fallaría primero, y sobre todo tan pronto… La palabra amigo era y será siempre, sinónimo de tu persona, porque antes de tener un problema, ya te ofrecías, por si surgía y nos hacías falta. El cariño era recíproco, y ahora no sabemos qué vamos a hacer cuando pasemos por delante de tu casa y no te veamos, y cuando al asomarnos a la ventana no estés tú paseando cigarrillo en mano. No es momento de pensar el porqué, pero sí que andamos muy descolocados a pocas horas de tu muerte. Me parece mentira que esté escribiendo sobre ti, pero la realidad es así de cruda, por mucho que me rebele y me duela, y lo cierto es que ya no nos veremos esta Semana Santa como teníamos previsto, en la casa de la playa, esa que tan poco has disfrutado. Me dicen que no podemos ir a verte hasta que no se pasen unas horas, que tienen que arreglarte antes, pero yo no quiero verte así, sin mirarnos, sin sonreírnos. Yo quiero guardar la imagen de la maravillosa persona que fuiste, con tus ojos azules llenos de bondad, porque se te salía la buena persona que llevabas dentro. No sé a dónde te habrás ido, pero tienes que saber que te quisimos mucho.