Sigo metida en una nube de aturdimiento que me impide pensar en otra cosa que no sea los momentos tan desoladores que he vivido las últimas horas y las caras de desconsuelo de los amigos al contemplar a la mujer y los hijos de Ricardo, que ahora sí se marchó del todo. Fue incinerado ayer por la tarde, y en la capilla repleta de gente que le quería, sólo se oían los sollozos de Carmen, aunque todos teníamos los ojos llenos de lágrimas y hacíamos lo imposible por contenerlas. Cuando salimos dimos rienda suelta a nuestro llanto sin que nos importara mostrar nuestro dolor ante los demás, y luego partimos cada uno de nosotros hacia nuestras casas, pensando en la soledad tan grande en la que se queda ella. Los hijos estuvieron en todo momento consolándola, pero tienen su vida con sus parejas, y la que se ha truncado para siempre es la de ella, que en cada rincón de la casa querrá revivir lo que ya no puede ser, deseando que el tiempo corra deprisa para aliviar la pena. La vida sigue... Y si es verdad eso de que sólo mueren definitivamente las personas que son olvidadas, Ricardo seguirá viviendo entre nosotros, porque sus amigos le recordaremos siempre.