9 de enero de 2012

Arrebato pos-navideño

Como creo que sigue vigente, rescato esta entrada.

Con qué calma, con qué cuidado y atención preparamos la casa para Navidad: compramos el papel de sierra para suplir los sitios a los que el corcho no nos llega, retocamos algunas figuras que el año anterior resultaron perjudicadas, recogemos musgo, hacemos un río lo más creíble que podemos, componemos un firmamento, en el que no falta de nada (¿Siempre era denoche?) y con nuestra buena dosis de serrín y nieve artificial, emprendemos la tarea de montar el Belén.
Armados de pistola de silicona caliente, ensamblamos las cajas que darán lugar a la sierra, y nos esmeramos en lograr una perspectiva que nunca conseguimos, porque siempre hay algún animal que se sale de tamaño. Este año fue un pato junto al portal, que no se sabía muy bien si la misión que tenía era ver al Niño, o hacer guardia para impedir que nadie pudiera salir del portal por miedo a que de un picotazo les quitara la cabeza. Más lo segundo. Y por arriba, el ángel, que más que volando parecía que lo habían ahorcado.
Ahora la tela roja bordeando todo, bien grapadita con la Petrus, y la guirnalda para que no se vean las grapas.
Quedó monísimo de la muerte.
¿Y qué decir del arbolito? Como era de los chinos, hubo que meter por enmedio alguna guirnalda verde para que abultase un poco más. Con qué cuajo separamos ramita por ramita para que luzca bien. Lo primero las luces, enredándolas convenientemente para que el efecto sea el esperado, pero... ¡No nos llega al enchufe! Otra vez a quitarlas y a estirar un poco más el cable. Le ponemos todo ponible, que para eso es un arbol de Navidad, y lo rematamos con un lazo, que se nos rompió la estrella y no vamos a bajar ahora a los chinos otra vez.
¿Y la casa? Mi Antonio, todo un clásico: "No pongas más trastos, que con un par de guirnaldas ya vale, que siempre está muy recargado" ... Pero todos los años le toca aguantarse, porque no me quita nadie de poner mi guirnaldón enorme a la entrada del salón, en plan bandó, con unos ángeles carísimos que compré una vez, y que los tengo que amortizar como sea.
Escalera para arriba, escalera para abajo, agujeros de chinchetas, cello, y así se queda toda la casa tan preparadita y mona esperando la Navidad.
Entre unas cosas y otras tardé unos tres días en hacer todo ésto, porque lo hice a ratos.
En la Nochebuena, el Belén parecía ya un escenario de combate, con todas las figuras por el suelo, la sierra a medio arrancar, los reyes por el río, la lavandera dentro del portal (le dejó entrar el pato), el caganet dentro de la fuente, y el puente arriba de la palmera. El agua del río ya no se veía del serrín que tenia.
Se pasaron las fiestas y yo me pregunto a dónde quedó toda esa paciencia en montar la parafernalia navideña, que parece que nos van persiguiendo para quitar las cosas.
Cogemos la cueva, echamos dentro todas las figuras (son de plástico), y a la bolsa, con la palmera ya sin dátiles, (por cierto, el Niño andaba desaparecido y estaba arriba de la palmera) y los cuatro adornos "vegetales" que compusimos con tanto esmero.
Tirón a la sierra, que ya el año que viene Dios dirá, y va con las cajas a la basura. Tanto que he luchado con los críos, que se empeñaban en cambiarla de sitio. Le parecía a los de mi pueblo, con el eslogan "La sierra no se toca". Pues nada, a la basura. El corcho lo guardamos, que es lo único serio que tenemos. El firmamento, se va a hacer puñetas, que ya estamos hartos de tanta noche.
Pero todo ésto lo hacemos como poseídos, a toda pastilla.
El serrín... me cago en el serrín, que están los sofás por debajo llenos. ¡Hala, a hacer gárgaras el Belén!.
Agarramos la tela roja de un extremo y ... tra ca tra ca tra ca!!!!!! Todas las grapas a hacer puñetas, pero doblamos bien la tela para que no se arrugue aunque se haya quedado llena de agujeros.
Vamos al árbol: el lazo, sin deshacer ni nada, a la bolsa; los adornos, que se nos parecen muchísimos (cuando lo ponemos se nos antoja que tenemos pocos), y juramos que el año que viene, pondremos menos. Tiramos de las guirnaldas, que no salen tan fácilmente, ya que nos esmeramos mucho en sujetarlas bien. ¡Qué bien agarrada está la condenada! Ya salió... con un manojo de verde del árbol, pero nos da lo mismo. ¡¡¡¡A la bolsa!!!!!
Separamos los tramos y chafamos en un plis plas, lo que nos costó tanto separar. Traemos la caja, pero si quieres arroz, Catalina. ¿Venía en esta caja, no? ¿Y por qué no entra? Requerimos la ayuda de otro miembro de la familia para meterlo a presión y con cinta de embalar nos aseguramos que el alien no se va a salir.
En todo lo que hemos hecho llevamos empleado más o menos media hora.
Nos toca la casa. ¿Quién dijo escalera? Desde abajo damos un salto, pescamos la punta de la guirnalda-bandó, y tiramos de ella, cayendo sobre nosotros los angeles carísimos y las bolas acompañantes, sin contar las chinchetas que a estas alturas tenemos por el suelo.
Aquí entra mi Antonio, el clásico: "¿Pero no ves que se han quedado los agujeros de las chinchetas en la pared?" Lo reconozco, pero no lo digo.
Ya tenemos todas las bolsas en el recibidor, esperando a que algún voluntario las baje al trastero, cosa que no se produce con mucha frecuencia, y se tiran ahí tres dias.
Ahora limpiamos el salón. Traemos la escoba, porque nos da miedo el aspirador, no vaya a ser que se nos haya caído algo debajo del sofá y lo aspiremos. En un aserradero no sé yo si habrá tanto serrín junto. ¡Otro pato! Más serrín. ¡Más patos! ¿Pues cuántos patos había en el Belén?
Ya está todo recogido, y los patos que vayan saliendo... ¡A la basura! El año que viene, si hay que comprar otra tanda de animales, pues se compra, pero éstos, por mi madre que los tiro.
Pero digo yo, que por qué tenemos que hacer esta tarea contra reloj, como posesos?