9 de enero de 2012

Palermo




En principio no era este nuestro destino en la última escala del barco, pero Túnez, que era lo que la naviera había previsto visitar, se encontraba bastante revuelto y no aconsejaba desembarcar, así que decidieron que fuéramos a Palermo.
Lo primero que nos llamó la atención en Sicilia fueron los colores de su bandera, que nos eran bastante familiares, fruto de los años de la dominación española. En el centro tiene una trinacria: cabeza de medusa con tres piernas dobladas por la rodilla, como representación de la forma geográfica que tiene la isla.
La agencia con la que habíamos hecho las anteriores excursiones no podía ofrecernos esta, debido a la poca gente que la había solicitado. Muchos la hicieron por libre, y los menos contactamos con otra agencia.
Palermo es fácil de visitar. Tiene dos ejes, que son la Via Vitorio Emanuelle, y la Vía Maqueda que sirven de estupenda referencia. Por otra parte, el puerto está en la misma ciudad. Sin embargo, queríamos ir a Monreale y a las Catacumbas de los Capuchinos, para lo cual ya teníamos que andar cogiendo autobuses, así que decidimos contratar la agencia.
Es inevitable recordar la Mafia estando en este lugar. Ellos mismos la nombran con frecuencia.
Primeramente fuimos a las Catacumbas. El estómago me hacía cosquillas y estaba bastante nerviosa, porque es algo muy desagradable, pero estar ahí y no verlo, no me parecía normal. Hicimos cola en esta acera, y hubo alguna baja hasta que nos tocó entrar.
Unos monjes se dieron cuenta de que las condiciones de sequedad y aire que tenía el lugar donde enterraban a los muertos, hacía que no se descompusieran, así que contando con eso y los sistemas de embalsamamiento que fueron perfeccionando, construyeron unas galerías donde los cadáveres eran colgados en las paredes. Al principio, eran solo los monjes, y luego ya fueron también otras gentes ajenas a la orden, las que dejaron escrito el lugar donde querían que reposaran sus restos, incluso la ropa que deberían vestir y otras para cambiarlas de vez en cuando.
Hay unos 8.000 cadáveres, algunos increíblemente bien conservados, clasificados por hombres, mujeres, niños, militares, vírgenes, profesionales...
Cuando llegó la hora de entrar, empecé a notar un olor raro, que mientras descendíamos se acentuaba, como de humedad, y que no me sentaba nada bien en el estómago, pero ya no había marcha atrás. Entramos.

Hay un pasillo por donde pasan los visitantes, con los muertos a los lados.

Yo ni los miraba. Iba con la vista fija en el otro extremo del pasillo.
Lo de esta niña es algo increíble: Se llamaba Rosalía Lombardo y murió hallándose su padre de viaje, por lo que los familiares pidieron que se la embalsamara para que cuando éste regresara la pudiera ver. Murió la niña en 1920 y conserva el pelo, la piel, la ropa... hasta su lazo amarillo.
Hay para todos los gustos. Fue una visita mucho más larga de lo que me hubiera gustado.
Subimos al autobús, y nos dirigimos hacia Monreale, a 8 kilómetros de Palermo. Aparcamos abajo y subimos hacia la plaza de la Catedral.
En esta catedral confluyen estilos arquitectónicos y decorativos normandos, árabes y bizantinos.
La mandó edificar Guillermo II y fue construida en 10 años. Es el edificio normando más importante de Europa. Aquí están enterrado Guillermo I, su mujer y sus hijos.
Guillermo II ofreció la Catedral a la Virgen, y queda constancia de ello en el atrio del Templo. La Virgen está en el otro extremo. No se puede pasar sin mangas, y si no tienes nada con lo que taparte te dan una especie de capita de papel para que te la pongas por encima.
Tiene 102 metros de larga por 40 de ancha. Lo más llamativo al entrar es el asombro que muestra la gente porque es como estar sumergidos en oro. El ábside lo preside un Pantocrátor.
Son 600 metros cuadrados de mosaicos, para los que se utilizaron 2.200 kilos de oro.
El Pantocrátor. Es imponente.
En las columnas se puede ver desde la Creación hasta la Pasión de Cristo.
La parte de atrás.
No hay palabras para describir tanta belleza.
Y yo estuve allí. (Antonio también)
Las sepulturas reales.
Detalle de los mosaicos.
El Trono Real.
Plaza del Ayuntamiento de Monreale.
Bajando compramos en una tienda una trinacria y una marioneta, que aquí son muy típicas.
Otra vez al autobús y aquí estamos pasando por la Puerta Nueva, mandada construir para celebrar una victoria de Carlos V. Había manifestaciones, por lo que no pudimos pasar por algunas de las calles que nos habría gustado.
Palermo es una ciudad bastante sucia, decadente y con un tráfico caótico, pero tiene un encanto especial. Alguien dijo una vez que las ciudades tienen que "oler". Está llena de vida, pero cuidado con las motos, que te cepillan en un plis plas.
La Puerta Nueva por el otro lado.
Al lado de la Puerta Nueva, el Palacio Real. Aquí bajamos y fuimos andando hasta la Catedral de Palermo.
Edificio de los Caballeros de la Orden de Santiago, en la Vía Vitorio Emanuelle.
En Palermo son muy típicos estos carritos tan adornados.
Plaza de la Catedral de la Asunción.
Me gustó mucho más por fuera que por dentro.
Hay un heliómetro. Por un agujero en la cúpula, entra el sol, que según el solsticio, manda el rayoa uno u otro signo del zodíaco.
Aquí, la mediana con los signos del zodíaco.
Con Fran y Paula, frente al Museo Diocesano.
Hay edificios preciosos, pero están pidiendo a gritos una mano de limpieza. Es el Seminario. Volvimos para coger otra vez el autobús.
Y nos llevaron hasta el Teatro Massimo. Había muchos carruajes para turistas.
Fran y Paula.
Mi Antonio y yo.

Tenía muchas ganas de probar los bocadillos de helado. ¡¡Riquísimos!!
Fuimos a dar una vuelta por la Vía Maqueda y nos encontramos con algo parecido a un mercado. En Palermo es fácil ver las tiendas en la calle.
Bueno, pido disculpas si os dejo sin palabras.
Qué forma tan bonita de exponer la mercancía. Dan ganas de comprar..............
Más. Por aquí ya había rebasado mi capacidad de asombro.
Seguimos paseando por la Vía San Agostino. Cada puesto mejor que el anterior. Era como retroceder 100 años.
Una cosa muy graciosa: Unos cuantos alquilaron dos motocarros y les llevaron por muy poco dinero a ver la ciudad, incluso a la playa. Sus caras lo dicen todo. Imaginarse con semejante modo de conducir, a las motocarros a toda pastilla, es de película.
Y volvimos a donde habíamos dejado el autobús, para regresar al barco. ¿Palermo? Bueno... una ciudad para recordar, pero creo que no para volver.



¡Ah! Se me olvidaba decir que aqui el culto a los muertos es algo impresionante. Les tienen siempre presente. De hecho, lo equivalente para nuestros niños del día de los Reyes, aquí es el 1 y el 2 de noviembre, que se celebra la fiesta de difuntos, y los críos escriben sus cartas a los muertos de su familia.

Bueno, pues aquí acabó el crucero, porque fue la última escala, ya que el día que faltaba fue de navegación hasta Barcelona. A mí, sinceramente, me gusta más cuando todos los días se puede salir del barco.
En general, un viaje muy bonito y lo que es mejor, en muy buena compañía.