3 de enero de 2012
¿Existe la llamada de la sangre?
Dicen que sí, pero yo creo que no. Me explicaré:
Hay familiares con los que se mantiene una relación regular y su vida corre pareja a la nuestra. Hay amigos que conviven con nosotros, a veces más estrechamente que nuestra propia familia, y que forman parte de nuestro día a día.
Para mí, la familia debe de ser una piña, y como tal, todos juntos para lo bueno y para lo malo......pero siempre juntos, y solucionando rapidito los malentendidos que se puedan producir por el roce de la convivencia.
Cuando por las circunstancias que sean, la piña se rompe y la persona que la ha roto no hace nada por volver a juntarse, por muy familia que sea... puente de plata para que se marche, porque demuestra que le importo un pimiento.
Y ahora voy al grano: cuando las personas, a pesar (qué pena tener que utilizar esta palabra) de estar emparentadas, se fueron por ese puente y transcurrieron los años, por desgracia se puede hacer bien poco para integrarla en esa piña que todos queremos conservar por encima de todo. Ni la llamada de la sangre puede hacer que los años perdidos se recuperen porque cada quien ha evolucionado de un modo distinto y se tienen pocas cosas en común. El tiempo pasa una factura implacable y personas que antaño significaron mucho en nuestra vida, ahora son unos completos desconocidos para nosotros.
Viene esto a cuento, porque en Navidad siempre al sentarme en la mesa, me acuerdo de la gente que inevitablemente me va faltando. Unos se fueron físicamente y otros se marcharon con sus sentimientos a otra parte, así que como si no los tuviera. Así de crudo, pero real.
La sangre también hay que trabajársela, porque si no lo hacemos, a lo mejor se pudre.