20 de noviembre de 2010
Me cago en los hijos de puta que me han robado.
Ayer nos llamaron unos vecinos de cámping, y nos dijeron que nuestra puerta, al igual que la de otros vecinos, estaba abierta. Comimos y nos vinimos pitando temiéndonos lo peor, y efectivamente nuestros temores se cumplieron.
La casa estaba revuelta y nos robaron todas las cosas que podían venderse en mercadillos o en otros sitios donde los que compran ya saben de donde procede la mercancía: una motosierra, un cortasetos, un aparato de radio que lo habíamos instalado la semana anterior, la caja con las herramientas, otra caja de herramientas que contenía productos de botiquín, una central meteorológica, una navaja Letherman que valía una pasta, unos prismáticos, otra navaja y...un spray de aceite ¿?
Forzaron la ventana y registraron todo lo que les dió la gana.
Fueron diez casas las que abrieron, y algunos propietarios salieron bastante peor parados que nosotros, y se les llevaron hasta los edredones de las camas, además de daños materiales en las viviendas.
Avisamos a la Guardia Civil que vino enseguida, y hoy por la mañana nos hemos personado en el cuartel a poner las correspondientes denuncias, total para nada, porque no vamos a recuperar lo que estos hijos de puta se han llevado.
Cogieron también todas las botellas de bebida que encontraron, que fueron muchas, e incluso vasos de plástico para bebérselas. Hoy deben de andar todos borrachos y lo único que siento es no haber llenado una de las botellas con matarratas, para que les hubiera dado bastantes retortijones.
Los cabrones se bebieron también mis cervezas "Legado de Yuste" y se llevaron un pack de 24 Heineken.
Se necesita ser rastreros para robar en un cámping, donde se sabe que nadie va a dejar cosas de valor, y que lo único que pueden causar son desperfectos.
Lo que es menester que tengan un accidente cuando vayan con la mercancía y se rompan la cabeza.
Les voy a echar mal de ojo, les voy a hacer vudú y me voy a cagar en la madre que los parió.