24 de julio de 2011

De verdad que no es promesa






¡¡¡¡¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!


Tengo las rodillas con callos de tanto arrodillarme, pero no ha sido por una promesa. Y además de pasar en esta posición un buen rato al día, encima sostengo entre las manos algo de bastantes kilos en forma de presente. Pero veo que no voy sola en esta procesión.


¿Alguien ha observado a las abuelas bañándose con los nietos? Con el agua por los muslos se hace difícil el baño, así que rodilla en tierra, mejor dicho las dos en el agua, vamos adelante y hacia atrás sujetándoles por la tripa para enseñarles a nadar. Bueno, esa es nuestra intención, pero lo único que conseguimos es que el infante en cuestión sacuda como un poseso pies y manos llenándonos de agua el pelo que ese día no teníamos pensamiento de mojárnoslo, y se nos pongan los ojos churretosos de la crema solar con protección 50.
La imagen es preciosa: andando tipo enana sorteando las dificultades que plantea el zamarrazo de una ola de vez en cuando, que como nos pilla con esa inestabilidad nos tumba, con el consiguiente regocijo del angelito. O cuando rodillandando encontramos un hoyo y nos vamos cayendo de cabeza, eso sí, disimulando para que no se note que el chapuzón ha sido involuntario, y encima sonriendo para que los vecinos de agua vean lo que nos estamos divirtiendo.
Y cómo se complica la cosa si encima somos masoquistas y nos metemos con "algo" para jugar dentro del agua. "¡Abuela, que se escapa!" Y allá que va una con ese grácil andar marino, carente de piernas.


¿Y qué abuela no se ha quedado de forma casual con una tetilla al aire porque el niño en su afán por fastidiarnos lo máximo posible, se nos agarra como una lapa a los tirantes del bañador para tirarse en plancha, sin haber tenido la precaución de soltarse antes?


Vuelvo de la playa con las rodillas como si hubiera ido dos horas detrás del Cristo de Medinaceli el día de Viernes Santo, aunque prefiero infinitamente más el momento agua que el momento arena. Otro día os lo cuento.