Pues también pasamos unas cuantas Navidades en Argel, y claro está, fueron muy diferentes a la que celebrábamos aquí en España.
Allí no había nada que recordara la llegada de estas fiestas, y todo teníamos que conseguirlo a base de mucho esfuerzo, para que los niños notaran lo menos posible la diferencia.
Los adornos no existían, como es natural, y la imaginación tenía que volar para fabricarlos y darles a las casas el ambiente navideño que tanto añorábamos, por lo que nos reuníamos las mujeres que nos quedábamos y preparábamos todos los detalles. ¿Que en qué consistían?
Pues en cintas de embalar, en cartulinas, cintas de regalo, papelitos de colores, lanas, celofán, cartón, pegamento, papel de aluminio, pinturas y recorrernos las tiendas buscando algún regalo, porque era lo más complicado: en la foto tienen las niñas un lego, una tortuga de trapo y un coche. Eran entonces y en aquellas circunstancias, unos regalos fantásticos.
El arbolito tenía su historia, ya que me trajeron una rama de pino, y cuando la estaba plantando en la maceta, noté que me cayó una cosa al pelo y era una procesionaria. Empecé a correr por la casa hasta que se me soltó y la maté, pero me di cuenta de que en la rama había algunas más, y como no tenía mas que esa, pues con todo el asco del mundo las fui quitando y esperé a las niñas para adornarlo con lo poco que teníamos. Mi vecina me trajo un espumillón blanco del año de Adán, que luego tuve que devolverle como si se tratara de un incunable.
Mención aparte merece el nacimiento: me lo curré muchísimo, y como no tenía nada de nada para hacerlo, pues lo hice con masa y vestí las figuritas. Me quedó monísimo, pero a la mañana siguiente cuando mi niña fue a verlo, no se explicaba la pobre qué había podido pasar, que estaban todas las figuras gordísimas, el niño desparramado por la cueva... un desastre. Es que no me fijé con las prisas en la harina que había puesto, y llevaba algo de levadura, por lo cual en la noche, fermentó la masa y parecía un belén de Botero.
Las cena fueron muy variadas en cuanto a gastronomía, y recuerdo que un año puse una coliflor rellena gratinada con bechamel y queso, cordero algo viejo, y los dulces que yo hacía. Otras veces, si encontraba langostinos grandes los congelaba y los guardaba, o si veía langosta la compraba y la dejaba también para estas fechas.
Por Nochevieja, como allí sólo hay la fruta del tiempo, pues ponía gajos de mandarina en bolsitas y era lo que tomábamos en las campanadas, que como es lógico, las daba mi Antonio con una cacerola.
En fin, que lo pasábamos bien y no echábamos de menos demasiadas cosas. Apreciábamos mucho lo poco que teníamos y nos sentíamos muy felices en estos días.