4 de octubre de 2010

Me gustan las moscas


No estoy diciendo ninguna tontería. De verdad que me gustan. ¿No os lo creéis?
He estado en la sierra este fin de semana, y en la siesta que se ponen pegajosillas, es una delicia que posen sus patitas en tu piel y correteen haciéndote cosquillas. Pierna arriba, pierna abajo; brazo arriba, brazo abajo, por la espalda... se puede uno abandonar al relajo extremo que proporcionan estos bichitos tan incomprendidos ellos.
Llegan al huequito de la axila... y alguien ¡PLAF! te la espanta creyendo hacerte un favor. A ver, si a mí no me molestan, por favor, que no me las asusten, que luego les cuesta volver a coger confianza.
Por la cara no me gustan porque se pueden meter en la boca o la nariz, pero me tapo con una gorra, y las dejo campando a su aire, aunque sólo consiento hasta cinco. Más de ese número, digamos que se escapan a mi control y ya no me va el tema, así que con el matamoscas quito las que me sobran... ¡Zas, zas, zas...! y dejo las justas, por supuesto de las negras que no muerden y son las buenas, porque a las verdes no las dejo acercarse.
Hace unos años, unos amigos que sabían de mis gustos, me dijeron que habían estado en una playa veraneando en la que había muchas moscas, y se acordaron todos los días de mí, pensando en lo que me estaba perdiendo, jajajajajajajajaj...
Pero tampoco es eso, porque ya digo que en grupo numeroso no me van. Pero una, dos, o tres... o cuatro...os aconsejo que no las espantéis cuando se os posen si tenéis necesidad de relajaros. Dan un gustirrinín... que me relajo ya sólo de pensarlo.
Todos me dicen lo mismo: a saber dónde habrán puesto las patas antes. Pero no me lo planteo, lo mismo que no me planteo muchas otras cosas al agarrarme de la barra en el metro o en el bus.
Son realmente encantadoras y cuando no las tengo a mi lado las echo de menos. Las siestas no son lo mismo sin ellas.
Acabaré abriendo un blog anónimo.