Salimos de la Terminal del Puerto del Pireo, y nada más poner el pie en los aparcamientos, nos abordaron unos taxistas ofreciéndose para llevarnos a la Acrópolis. Y cuando digo “abordaron”, lo digo en el amplio sentido de la palabra, porque no podíamos deshacernos de ellos. Como nosotros sólo queríamos que nos llevaran hasta el metro, pues no hubo trato.
Decidimos hacer a pie el trayecto que nos separaba de la estación, aunque al final casi nos arrepentimos porque se nos hizo larguísimo el camino. Al pasar por las cafeterías, nos llamó la atención el que no hubiera mujeres sentadas en las terrazas. Pero ni una. Respeto las costumbres, pero me chocó bastante.
Llegamos por fin a la estación, donde compramos un billete de la línea uno, hasta Thisio, billete que tuvimos que validar una vez en el andén, y emprendimos el viaje. Un señor muy amable (el único que encontramos en todo Atenas), nos ayudó bastante.
Al bajar del metro, seguimos por una calle peatonal, la Avenida del Apóstol Pablo, llena de cafeterías, y empezamos la subida a la Acrópolis.
Se halla a 156 metros de altura sobre el nivel del mar. Sobre la altura de esta colina, hay versiones para todos los gustos: desde 300 metros, a 156.
Sacamos las entradas y nos dirigimos por la Vía Sacra hasta la Puerta Beulé. A la derecha pudimos ver el Odeón de Herodes Ático, que se utiliza para espectáculos teatrales. Luego, una escalinata nos condujo hasta los Propileos. Aquí tengo que hacer un inciso, ya que en medio de todo el gentío que subíamos, que no se veía ni el suelo, notábamos que en cierto momento la gente se separaba, como si hubiese algo en medio y se volvía a juntar una vez pasado el obstáculo. Pues era ni más ni menos que un perro enorme durmiendo plácidamente.
A la derecha de los Propileos se encuentra el Templo de Atenea Niké, del que no pude ver nada por encontrarse en restauración y lleno de andamios.
Admiramos como no podía ser de otro modo lo que teníamos ante nuestros ojos, imaginando a la diosa Atenea en el Partenon y nos pareció tremendo que alguien se pudiera llevar para su colección particular 56 paneles del friso, 15 metopas y varios trozos de los frontones, que hoy se exponen en el Museo Británico.
El Erectión me gustó siempre por las Cariátides, y esperaba ver las de verdad, pero casualidad, el Museo Arqueológico cerraba los lunes y no pudo ser. Sólo pudimos admirar desde arriba el edificio del nuevo Museo.
Una cosa que no me gustó es que el suelo resbalaba muchísimo y más que a los monumentos había que mirar al suelo para ir pisando en la gravilla que habían echado y no pegarse la gran culada, como les pasó a algunos.
En la falda de la montaña está el Teatro Dionisios, que tenía cabida para 16.000 espectadores.
Desde la colina pudimos fotografiar otros templos y monumentos, como el de Zeus, y muchos otros restos interesantes.
Llegamos a la Plaza Monastirakis y callejeamos por allí, yendo después por la calle Metropolios hasta la Plaza donde entramos en la Catedral Ortodoxa, también llena de andamios (parece que nos estaban esperando para empezar a restaurar) y otra Iglesia muy pequeña pero preciosa.
Seguimos por esta calle y llegamos a la Plaza Sintagma, donde se encuentra el Parlamento Griego, antiguo Palacio Real y en la Tumba del Soldado Desconocido presenciamos el cambio de la guardia de los Evzones, que se realiza a las horas en punto. ¡Qué pasada! Ya sé por qué vendían tantas zapatillas con borlas.
Como se hizo la hora de comer y los restaurantes que había alrededor del mercado estaban repletos de gente, elegimos uno en la calle Mitropoleos, que estaba en un jardín muy chic, hacía esquina y arriba se veía otra planta con sillones muy cómodos (lo describo por si algún iluso cae como yo caí), y no pudimos hacer peor elección, ya que el personal que nos atendió era de lo más antipático y más desagradable. Dimos la queja, les trajo al fresco, y ni el café nos tomamos allí.
Nos habían hablado de las calles comerciales, pero a estas alturas de crucero, estábamos cansados de andar y de gastar, así que las obviamos y cogimos un taxi para regresar al puerto, con la incertidumbre hasta que llegamos, del importe del viaje, porque el taxista no soltaba prenda, pero al final sólo nos llevó treinta y cinco euros, desde la Plaza Monastirakis.
No sé si será por la gente o por qué, pero fue la escala que menos me gustó. A estas alturas teníamos ya dominados el kalimera, efjaristó y parakaló, jajajajja (entre otras palabras), pero nos encontramos con unas personas cerradas como muros. Una pena que no nos dejaran practicar.
Por la tarde nos llevaron al aeropuerto, que está lejísimos, pero nuestro avión no salió por problemas técnicos hasta las once de la noche.
Y fin de nuestro crucero.
Conclusión: me gustó tanto que lo volvería a repetir.
Llegamos a El Pireo.
El Erecteion.