Esta foto es muy importante para mí, porque en ella estoy rodeada de unas personas a las que quise mucho: mis tías y mi abuela.
La vida les llevó tras fatales circunstancias, a vivir juntas en la misma casa, siempre bajo la atenta vigilancia de mi padre, que por ser el único hombre, se creyó siempre en la obligación de protegerlas.
Mi abuela quedó viuda muy joven, con cuatro hijos a su cargo y fue saliendo adelante como pudo, ayudada por algunos familiares. Cuando crecieron los hijos, mi padre se dedicó al cáñamo, como todos los habitantes de Callosa en esos tiempos, y mis tías se ganaron la vida como modistas, llegando a ser muy conocidas por su buen hacer. Rosi, soltera y la mayor (a la izquierda, con gafas), era la encargada de diseñar las prendas, cortarlas y probarlas, haciendo las demás el resto.
La fatalidad quiso que Luisa, la menor (en el centro, con gafas), perdiera a su marido en la Guerra Civil y que los dos hijos que tuvo fallecieran también.
Antonia, la que aparece sentada en la mecedora, se casó con su tío tras el fallecimiento de la primera mujer de éste, y tuvo una hija, también fallecida a temprana edad.
Junto con Reme, amiga común también soltera y mi abuela, formaron parte de mi vida durante muchos años porque fueron muy longevas, y mi padre nos enseñó a quererlas y respetarlas como a nuestra propia madre.
Vestían siempre de negro porque las pobres enlazaban un luto con otro, y no recuerdo haberlas visto de algún otro color; las traigo hoy aquí como un pequeño homenaje, en esta foto tan entrañable para mí, que a partir de ahora adquiere mayor protagonismo, ya que el viernes falleció la última de ellas, Antonia, a la edad de 104 años.
Mi recuerdo y mi cariño para ellas, que de nuevo están juntas.