Bienvenidos a El mirlo de papel

Soy Varech y ando por la Red desde hace un tiempo, lo cual me produce a veces quebraderos de cabeza aunque la mayoría de las ocasiones me satisface.

31 de agosto de 2009

Una foto

Esta foto es muy importante para mí, porque en ella estoy rodeada de unas personas a las que quise mucho: mis tías y mi abuela.

La vida les llevó tras fatales circunstancias, a vivir juntas en la misma casa, siempre bajo la atenta vigilancia de mi padre, que por ser el único hombre, se creyó siempre en la obligación de protegerlas.

Mi abuela quedó viuda muy joven, con cuatro hijos a su cargo y fue saliendo adelante como pudo, ayudada por algunos familiares. Cuando crecieron los hijos, mi padre se dedicó al cáñamo, como todos los habitantes de Callosa en esos tiempos, y mis tías se ganaron la vida como modistas, llegando a ser muy conocidas por su buen hacer. Rosi, soltera y la mayor (a la izquierda, con gafas), era la encargada de diseñar las prendas, cortarlas y probarlas, haciendo las demás el resto.

La fatalidad quiso que Luisa, la menor (en el centro, con gafas), perdiera a su marido en la Guerra Civil y que los dos hijos que tuvo fallecieran también.

Antonia, la que aparece sentada en la mecedora, se casó con su tío tras el fallecimiento de la primera mujer de éste, y tuvo una hija, también fallecida a temprana edad.

Junto con Reme, amiga común también soltera y mi abuela, formaron parte de mi vida durante muchos años porque fueron muy longevas, y mi padre nos enseñó a quererlas y respetarlas como a nuestra propia madre.

Vestían siempre de negro porque las pobres enlazaban un luto con otro, y no recuerdo haberlas visto de algún otro color; las traigo hoy aquí como un pequeño homenaje, en esta foto tan entrañable para mí, que a partir de ahora adquiere mayor protagonismo, ya que el viernes falleció la última de ellas, Antonia, a la edad de 104 años.

Mi recuerdo y mi cariño para ellas, que de nuevo están juntas.

Melocotones rellenos

Ésta es una de mis recetas "estrella", que me la pasó Gema, del foro de Arguiñano.

Como entrante es perfecto tanto si hace frío como si hace calor, tiene una buena presentación y es fácil.

Necesitamos una lata de melocotones en almíbar, que los pondremos a escurrir o secaremos con celulosa.

La crema lleva: una lata de atún "El Asalmonado" (de Albo), y otra de igual tamaño, de atún en aceite vegetal; una tarrina de filadelfia natural, dos o tres pepinillos según tamaño y unas gotas de limón.
Lo pasamos bien por la batidora y lo guardamos en una manga pastelera dentro del frigorífico hasta que sirvamos el plato.

Pondremos un fondo de lechuga de colores, ligeramente aliñada, encima los melocotones y por último la pasta. El contraste con el melocotón es de nota.

La ración es de dos melocotones por persona.

Éxito asegurado.

30 de agosto de 2009

Óleos 4

Algún óleo más. Éstos los pinté para la casa de mi hija hace unos años, y como se puede ver los estilos son muy distintos. En aquella temporada estaba bastante absorbida por la obra de Zóbel y en dos de los cuadros se aprecia de forma notable. Los cuadros de las flores no son precisamente de los que me siento más orgullosa, y si tuviera que elegir uno, con toda seguridad sería el de la casa en el campo, que es uno de mis favoritos.






26 de agosto de 2009

La mente, esa desconocida.


Hay hechos que nos muestran lo poco que somos o que significamos en este enorme mundo que nos rodea, no solo en el espacio exterior, sino dentro de nosotros mismos.

Nuestra mente es algo tan desconocido, que tememos la alteración de cualquiera de sus parámetros, y nos sentimos perdidos cuando actua de forma independiente a nuestras órdenes.

¿Que por dónde voy a salir?

Por peteneras, si no fuera porque la cosa es seria, o al menos no hay que tomarla a broma. Pero como soy de natural optimista y mi lema siempre ha sido no ir a por las enfermedades, y esperar que aparecieran para preocuparme, pues me lo he tomado con humor, que me gusta bastante más.

Hace unos días, mi marido se despertó con disnea y me asusté bastante. Llamé a urgencias y enseguida lo trasladaron al hospital, yéndome yo con él. Hasta aquí todo entra en la normalidad, si no fuera porque no me acuerdo de haber salido de casa ni de montar en la ambulancia, ni de haber entregado los papeles en la admisión del centro, ni de por supuesto la estancia en éste.

Empiezo a tener algunos pequeños "flashes" de cuando me encontré en la enfermería con una vía en la muñeca y un médico preguntándome por mi estado, pero todo muy desde la lejanía, como si hubiese sucedido hace veinte años.

Según me contó mi marido, al salir él de la consulta, vio que me llevaba cogida la responsable de atención al paciente del hospital y que yo, al verle, ni siquiera le pregunté el diagnóstico del médico, pero en cambio le hablé de que no sabía dónde me encontraba.

Parece ser, y digo parece porque no lo sé, que al llevarse a mi marido a la consulta, me fui a la sala de espera y me desorienté. ¿Qué significa eso? ¿Que andaba yo por allí con cara de zumbada, que decía incongruencias, que me puse a limpiar mi casita tra la rá la ri ta, que abordé a algún paciente de forma inapropiada? La cuestión es que al verme mi marido en tales circunstancias (que no me han aclarado), me llevó a enfermería y entonces me vio un médico del que tampoco me acuerdo, me hicieron análisis, un electro, diversas pruebas, me tomaron la tensión que se me había disparado, cuando siempre tengo 110 de máxima, y me dejaron una vía puesta por si hacía falta.

Ahí es cuando empiezo yo a retomar algo de conciencia de lo que me pasa y recuerdo vagamente estar en una salita sentada en unos sillones comodísimos, tomando unas pastillas que me dio la enfermera y con la famosa vía puesta, de la que ni siquiera pregunté el motivo. Estaba encantada de haberme conocido, con una sonrisa tonta y feliz rodeada de otras mujeres con diversos tratamientos.

En eso que viene un médico y me pregunta muy amable cogiéndome de la mano, que cómo me encontraba y lo primero que pensé fue: "Vaya confianzas que se está tomando este tío conmigo".

Se lo referí a a mi marido que aparecía por allí de vez en cuando, y me dijo que el pobre hombre llevaba horas intentando recuperarme, pero como yo era la primera vez que le veía, me pareció excesivo el trato. Pá matarme.

A todo ésto yo aún no tenía conciencia de quién era, y entoncen pusieron a mi lado a una señora que venía con un dolor de espalda horrible y al mirarme me dijo: "A tí te conozco yo". El alegrón que llevé, pero me duró poco, porque cuando empezaba a sacarle algo, le dio un dolor más fuerte y se la llevaron de allí.

Y allí seguí con mi vía y mi sonrisa tonta, hasta que nuevamente vino el médico y me llevó a la consulta del siquiatra, de la que no me acuerdo nada, aunque sí del lugar y de la sala de espera.

Total, que hasta que no pasaron unas horas, no fui consciente de lo que me había pasado: debido al susto que llevé por lo de mi marido, mi mente, como un mecanismo de defensa, se bloqueó y "me fuí". Tal cual. Por el mismo motivo se disparó la tensión y anduvieron toda la mañana estabilizándomela.

No recuerdo absolutamente nada de lo sucedido en seis horas de ese día, y entiendo perfectamente a los de las películas, que intentan por todos los medios recordar.

Lo que más me preocupa es lo que estaría haciendo yo para que "me recogieran" en el hospital, que tengo un gran sentido del ridículo y miedo me da de pensar que estuviera haciendo tonterías. Qué corte.

Me diagnosticaron amnesia global transitoria, y luego me vio el neurólogo, quien me mandó diferentes pruebas.

Parece una tontería, pero daría mucho por recordar esas horas. Palabrita. Que me da un poco de yuyu que mi mente vaya por libre.
Me voy a la playa, que ando otra vez por Levante, y me apetece bañarme.

15 de agosto de 2009

Atenas

Salimos de la Terminal del Puerto del Pireo, y nada más poner el pie en los aparcamientos, nos abordaron unos taxistas ofreciéndose para llevarnos a la Acrópolis. Y cuando digo “abordaron”, lo digo en el amplio sentido de la palabra, porque no podíamos deshacernos de ellos. Como nosotros sólo queríamos que nos llevaran hasta el metro, pues no hubo trato.
Decidimos hacer a pie el trayecto que nos separaba de la estación, aunque al final casi nos arrepentimos porque se nos hizo larguísimo el camino. Al pasar por las cafeterías, nos llamó la atención el que no hubiera mujeres sentadas en las terrazas. Pero ni una. Respeto las costumbres, pero me chocó bastante.
Llegamos por fin a la estación, donde compramos un billete de la línea uno, hasta Thisio, billete que tuvimos que validar una vez en el andén, y emprendimos el viaje. Un señor muy amable (el único que encontramos en todo Atenas), nos ayudó bastante.
Al bajar del metro, seguimos por una calle peatonal, la Avenida del Apóstol Pablo, llena de cafeterías, y empezamos la subida a la Acrópolis.
Se halla a 156 metros de altura sobre el nivel del mar. Sobre la altura de esta colina, hay versiones para todos los gustos: desde 300 metros, a 156.
Sacamos las entradas y nos dirigimos por la Vía Sacra hasta la Puerta Beulé. A la derecha pudimos ver el Odeón de Herodes Ático, que se utiliza para espectáculos teatrales. Luego, una escalinata nos condujo hasta los Propileos. Aquí tengo que hacer un inciso, ya que en medio de todo el gentío que subíamos, que no se veía ni el suelo, notábamos que en cierto momento la gente se separaba, como si hubiese algo en medio y se volvía a juntar una vez pasado el obstáculo. Pues era ni más ni menos que un perro enorme durmiendo plácidamente.
A la derecha de los Propileos se encuentra el Templo de Atenea Niké, del que no pude ver nada por encontrarse en restauración y lleno de andamios.
Admiramos como no podía ser de otro modo lo que teníamos ante nuestros ojos, imaginando a la diosa Atenea en el Partenon y nos pareció tremendo que alguien se pudiera llevar para su colección particular 56 paneles del friso, 15 metopas y varios trozos de los frontones, que hoy se exponen en el Museo Británico.
El Erectión me gustó siempre por las Cariátides, y esperaba ver las de verdad, pero casualidad, el Museo Arqueológico cerraba los lunes y no pudo ser. Sólo pudimos admirar desde arriba el edificio del nuevo Museo.
Una cosa que no me gustó es que el suelo resbalaba muchísimo y más que a los monumentos había que mirar al suelo para ir pisando en la gravilla que habían echado y no pegarse la gran culada, como les pasó a algunos.
En la falda de la montaña está el Teatro Dionisios, que tenía cabida para 16.000 espectadores.
Desde la colina pudimos fotografiar otros templos y monumentos, como el de Zeus, y muchos otros restos interesantes.
Llegamos a la Plaza Monastirakis y callejeamos por allí, yendo después por la calle Metropolios hasta la Plaza donde entramos en la Catedral Ortodoxa, también llena de andamios (parece que nos estaban esperando para empezar a restaurar) y otra Iglesia muy pequeña pero preciosa.
Seguimos por esta calle y llegamos a la Plaza Sintagma, donde se encuentra el Parlamento Griego, antiguo Palacio Real y en la Tumba del Soldado Desconocido presenciamos el cambio de la guardia de los Evzones, que se realiza a las horas en punto. ¡Qué pasada! Ya sé por qué vendían tantas zapatillas con borlas.
Como se hizo la hora de comer y los restaurantes que había alrededor del mercado estaban repletos de gente, elegimos uno en la calle Mitropoleos, que estaba en un jardín muy chic, hacía esquina y arriba se veía otra planta con sillones muy cómodos (lo describo por si algún iluso cae como yo caí), y no pudimos hacer peor elección, ya que el personal que nos atendió era de lo más antipático y más desagradable. Dimos la queja, les trajo al fresco, y ni el café nos tomamos allí.
Nos habían hablado de las calles comerciales, pero a estas alturas de crucero, estábamos cansados de andar y de gastar, así que las obviamos y cogimos un taxi para regresar al puerto, con la incertidumbre hasta que llegamos, del importe del viaje, porque el taxista no soltaba prenda, pero al final sólo nos llevó treinta y cinco euros, desde la Plaza Monastirakis.
No sé si será por la gente o por qué, pero fue la escala que menos me gustó. A estas alturas teníamos ya dominados el kalimera, efjaristó y parakaló, jajajajja (entre otras palabras), pero nos encontramos con unas personas cerradas como muros. Una pena que no nos dejaran practicar.
Por la tarde nos llevaron al aeropuerto, que está lejísimos, pero nuestro avión no salió por problemas técnicos hasta las once de la noche.
Y fin de nuestro crucero.
Conclusión: me gustó tanto que lo volvería a repetir.

Llegamos a El Pireo.
Al bajar del metro nos encontramos ésto: el Nescafé y la Acrópolis, de la mano.

Restos de un mosaico.
Los más listos eligieron coche de caballos o de motor, pero nosotros fuimos a patita.

Ésta era la Avenida.

Aquí estamos ante las taquillas de la Acrópolis. El billete vale también para el Museo Arqueológico, pero por ser lunes estaba cerrado.
A la derecha de los Propileos se puede ver entre andamios el Templo de Atenea Niké.

Parte del Odeón de Herodes Ático.

El aspecto magnífico del Odeón.

Y aquí estamos subiendo, o intentando subir, a los Propileos. El perro estaba justo enmedio.

La señora que se ve ahí subida, no se había escapado de una excursión. Estaba ahí para dirigir hacia la derecha a los visitantes que habían acabado la visita.

Sobre el pedestal de la izquierda, había una estatua de Agripa.

Parte de los Propileos dentro del recinto, como se puede ver, también en restauración.

El Partenón.

Detalle del Erecteion.

Aquí me estaba acordando mucho del inglés que hizo el agosto llevándose algunos recuerdos.

Desde arriba se veía la colina de Filoppapos, coronada por su monumento.

El Erecteion.

La fachada norte del Partenon.

Desde arriba de veía la Catedral de Atenas... con sus andamios correspondientes.

Al lado de la Acrópolis, el Teatro de Dionisios.

Se podía ver el Templo de Zeus.


Y ese edificio grande tan bonito que se ve, es el actual Museo Arqueológico.

El Partenón. Se aprecia perfectamente dónde le cayó el bombazo.

Estos capiteles jónicos me los quería llevar de maceteros a mi jardín, pero no me dejaron.

Otra perspectiva del Partenón.

El Erecteion, un poquito más alejado.

La entrada al Erecteion.

Detalle.

Las Cariátides del Erecteion. Una pena no poder ver las originales.

Parte opuesta a la entrada del Erecteion.

Detalle.

Otro detalle.

También se veía el Ágora griega con el Templo de Hefestos.

Cuando bajamos de la Acrópolis, vimos el Ágora Romana, con la Torre de los Vientos.

Otra vista del Ágora Romana.

Encontramos tiendas muy curiosas.

Estas rosquillas las vendían por todas partes.
El Parlamento Griego, antiguo Palacio Real, en la Plaza Sintagma. La Tumba del Soldado Desconocido está justo debajo de las columnas de la entrada.

En la misma plaza, el Hotel Gran Bretaña.

Antonio al lado de uno de los centinelas. Ni se inmutaban.

Había un militar para atenderles. Cuando alguien les molestaba, daban una vez en el suelo con el arma, y cuando tenían algún problema de vestimenta, o a lo mejor de rascarse la nariz, daban dos veces en el suelo y el asistente le solucionaba el problema.

Así empezaba el cambio de la guardia. Las pongo una detrás de otra para que se vea bien.


Aquí el militar les pasaba revista y los arreglaba bien.

No sé si he comentado que toda esta ceremonia se hace delante de la Tumba del Soldado Desconocido.







Y estos tres se van y se quedan los nuevos una hora sin momer ni un músculo, a pesar de ser el centro de atención de montones de turistas que se fotografían a su lado.

Esta capilla estaba a la entrada de un hotel, que no tenía nada que ver con ella.

La entrada a la Catedral Ortodoxa de Atenas.

Interior de la Catedral.

Por ahí ando yo mirando. No me había dado cuenta del culo que me hace esta falda. Ya no me la pongo más.

Es un sitio precioso.

Algo más de la Mitropolis.

Desde las calles se podía ver la Acrópolis.

Y volvimos al Puerto en taxi.
Llegamos a casa a las cuatro de la madrugada, pero muy felices por haberlo pasado tan bien y haber visto tantas cosas espectaculares.