29 de octubre de 2009

La Maison de Saint Vincent


En Argel había (y hay) una comunidad de religiosas agustinas que tenía su casa en el barrio de Bab el Oued, pero iban con mucha frecuencia a la Maison de Saint Vincent, que era una residencia eclesiástica, donde tenían lugar, entre otras cosas, diversos encuentros entre la comunidad católica de Argel.
A estas hermanas las conocimos a través del Padre Carmona, un sacerdote que con su ejemplo podría convencer al mismísimo diablo de que Dios existe. Este hombre era capaz de hacerse doscientos kilómetros nada más que para decir una misa, pero circulando por carreteras que de éso tenían sólo el nombre, porque realmente eran caminos de barro llenos de baches.
Con qué entusiasmo hablaba de las cosas en las que creía, pero sin rollos incomprensibles ni dogmas de fe, sino con el día a día de ayuda a todo el que le necesitara o no, y a mí me caló mucho este tipo de cristianismo más eficaz a mi entender que todo lo que me habían enseñado en mis tiempos de colegio de monjas.
Una tarde me preguntó si yo podría ayudarle a dar la catequesis a los niños que iban a comulgar ese año, entre ellos mis hijas, y de momento no supe qué decirle, pero él se adelantó a mis pensamientos y me dijo: "Si alguna vez tienes que explicarles algo de lo que tú no estés convencida, me lo dices y ese día estaré yo con ellos"
Y así lo hicimos, por lo cual cada jueves ( tengo que recordar que en los países islámicos es fiesta el jueves por la tarde y el viernes), hacía una pequeña ronda con el coche y me llevaba a los niños a la Maison de Saint Vincent, donde les daba la catequesis, además de pasar un rato muy agradable con las monjas que siempre andaban por allí.
A la hora del recreo me ayudaba con los niños Ester Paniagua, religiosa joven, cuya simpatía era de todos conocida, además de ser una gran trabajadora con las mujeres argelinas en la casa de Bab el Oued, y mientras los críos jugaban nosotras charlábamos y quedábamos para vernos otros días, porque allí, el trato que teníamos con las monjas era el mismo que con las seglares.
Bueno, pues esta religiosa, cuando yo ya estaba de vuelta en España, me enteré que fue una de las dos asesinadas por unos integristas argelinos, de un tiro en la cabeza.
Lo sentí muchísimo porque de pronto parecía como si se hubiera borrado de golpe parte de mi vida en Argel.
En alguna de las fotos que pongo, está ella, tan jovial como siempre.
Aparte de la catequesis, de vez en cuando venían el Obispo o el Cardenal y hacían una fiesta a la que nos invitaban, en la que disfrutaban nuestros hijos jugando por los jardines, o me llevaba la guitarra y cantábamos , o hacíamos grandes comidas o meriendas, ayudándonos estas celebraciones a pasar la estancia en Argel de forma más divertida y en buena compañía. Esta casa llegó a ser para nosotros un refugio donde siempre encontrábamos cariño y sonrisas sinceras.
Recuerdo una ocasión en la que se tuvo lugar allí una convención de católicos de distintos países residentes en la capital, y en el patio se celebró una fiesta, preparando cada país una actuación, contribuyendo de esta forma a cerrar de forma muy amena el encuentro, y yo, ni corta ni perezosa, representé a España con una canción de Roberto Carlos, en la que poco a poco iban saliendo niños de entre el público, hasta que vinieron todos hasta mí en el escenario. Hablaba la canción de la paz y fue muy emocionante cantarla con todos los críos.
He puesto algunas fotos de las cosas que he comentado, aunque la calidad de las mismas sea bastante mala, pero sobre todo quiero dejar constancia de la labor tan enorme que estas religiosas están desempeñando en Argel a favor de las mujeres argelinas, enseñándoles oficios para que puedan ganarse la vida, y alojando en su casa a muchas que no tienen techo, dándoles un plato de comida aunque se lo tengan que quitar de ellas. La verdadera razón de la religión la viví allí con ellas y con el sacerdote, porque no había lugar para discursos ni palabras grandilocuentes, sino para trabajar por todo el que necesitara de ellos.
Mi recuerdo especial para Ester allá donde se encuentre, y para el Padre Carmona y Ana.



Aquí estamos merendando una tarde. Se ve a mi niña pequeña agarrada a un árbol, feliz de corretear por allí.

Para variar, preparando una comida.

En la fiesta se me ve cantando con los críos. Otra de mis niñas, en este caso la mediana, a mi lado, con un jersey que le hice con un conejo ¡Qué tiempos!

Después de comer, cantando y pasándolo bien. Hay que pensar que en un país tan diferente del nuestro, la compañía de españoles en estas pequeñas celebraciones, nos cargaba las pilas.
En esta foto se ve a Ester Paniagua, a la derecha, sin toca, con el pelo corto y los brazos en jarras.
También a la derecha y al fondo del todo, con jersey amarillo, Ana, una religiosa compañera de fatigas y de algunas aventuras


De espaldas, con la chaqueta al hombro, el Padre Carmona, un hombre admirable.
La canción que cantamos fue ésta y en los la la la la... iban saliendo niños y uniéndose a mí en el escenario. Un poco ñoño, pero bonito porque a los críos les encantó.