Es el segundo país más pequeño, detrás del Vaticano, y está situado en la Riviera Francesa. Tiene 1'95 kilómetros cuadrados y no es miembro de la Unión Europea aunque tenga el euro como moneda.
Se cree que su nombre deriva del que le puso la colonia de griegos que vivía en Marsella, Monoikos, en el siglo VI a C. Habían construído allí un templo, el de Herakles Monoikos.
A lo largo de su historia, ha estado bajo el dominio de varios pueblos.
Mónaco se divide en varios distritos, pero los principales son Mónaco, donde está el Palacio Real, la Catedral de San Nicolás, el Museo Oceanográfico y el Antropológico, además de los edificios de la administración pública. La Condomina, parte central, muy comercial, con el puerto grande. Montecarlo, llamado así en honor del príncipe Carlos III,donde se encuentra el Casino, grandes hoteles, tiendas de lujo y la Ópera de Mónaco. Anteriormente se llamaba Les Spélugues.
Por el tratado Franco-Monegasco de 1861, ayudó Francia a que pasara el ferrocarril por territorio monegasco (dos estaciones). En 1868 se inaugura el trayecto Niza-Ventimiglia.
Carlos III dedicó su vida a reconstruir y modernizar el país, y se inició una profunda reconversión industrial y empresarial. Entendió que la aristocracia decadente y la burguesía floreciente necesitaban un lugar donde mostrar su poder adquisitivo. Fundó "La Sociedad de los Baños de Mar", cuyos miembros crearon entre otros edificios, el Casino. Tuvo tal éxito, que en 1869 Carlos III eliminó los impuestos de bienes personales e inmobiliarios.
Mónaco es una monarquía hereditaria, gracias a la reforma de la Constitución que llevó a cabo Rainiero III.
No voy a escribir aquí nada sobre el príncipe y las "principesas", porque ya salen bastante en las revistas.
Y vamos a la excursión que es lo que más importa:
Aquí sopesando pros y contras de coger la lancha para desembarcar. Parecía que escampaba.
Y por fin nos liamos la manta a la cabeza (ojalá nos hubiéramos traido una) y nos fuimos en una lancha desde el barco hasta el puerto. Otra vez se empezó a cubrir el cielo.
Aquí ya se ve la estación. Las escaleritas están por donde las flores fuxia. El cartel lo han puesto para despistar, porque como no ande uno listo se lo pasa tranquilamente.¡Vaya una estación más chunga! Pues no entiendo yo que estando en la Costa Azul, con Niza y Mónaco a tiro de piedra, tengan estas instalaciones tan cutres. Sacamos ida y vuelta y validamos los tickets en las máquinas amarillas que hay en el andén. La jefa de estación nos hizo mucha gracia, pero no quisimos ser indiscretos sacándole una foto. Y el tren llegó, y anduvo y anduvo.............más lento que una tortuga. Nos dijeron que había estado lloviendo toda la noche y las condiciones de la via no eran las mejores. A veces daba vértigo mirar por la ventanilla.
Pero mi Antonio se empeñó en seguir a una señora, que según él estaba muy segura de por dónde iba, y allá que nos fuimos detrás de ella..............hasta la salida por Santa Devota. Ni más ni menos, que al lado ya de la rampa del circuito que sube hacia el casino. Vamos, al otro lado.
La Catedral de San Nicolás construída en 1875, y donde se encuentran las tumbas de RainieroIII y Gracia de Mónaco. La visita es gratuita. ¡Qué envidia de cielo tan azul!
En este letrero se pueden ver también los indicadores que ayudan a encontrar algunos hoteles. Lo pongo por si alguno se despista y no encuentra el suyo.
Conforme subíamos, las vistas de la ciudad eran más bonitas. Aquí se ve la Condomine, que debe su nombre a un explorador francés. Al fondo, a la izquierda, la fortaleza.
Un puerto con buenos yates, pero tampoco era la cosa para tanto. Al fondo, a la derecha, siguen las murallas.
Un coqueto jardín sobre la ciudad. Todo ésto es ya Montecarlo.
Seguimos subiendo y a la izquierda comienzan las tiendas de prestigiosas marcas y los grandes hoteles. Aquí arriba se ve El Hermitage..................y el nubarrón.
Ya con el lateral del Casino a la vista, tenemos a la izquierda el final de las tiendas. Parecián cuevecitas, pero si.........si.......
Al llegar a la plaza del Casino, nos sorprendimos con la majestuosidad del Hotel de Paris, creado por el grupo "La Sociedad de los Baños de Mar", al igual que el Casino.
A la derecha de la plaza, El café de París. Tampoco estaba mal por dentro.
Y aquí tenemos el famoso Casino. Inaugurado en 1863, lo construyó Garnier ( Ópera de París) a instancia del príncipe Carlos III de Mónaco, como medio para superar la crisis económica que produjo en el país la cesión de algunos territorios a Francia. Cuentan que se producían unos 200 suicidios al año, y sepultaba a los muertos con un número en "El campo infernal". La Sociedad de los Baños de Mar reservaba un fondo para trasladar a sus respectivos países a los suicidas. Tras el Casino se encuentra la Ópera de Mónaco.
A las puertas del Casino vimos lujosos coches, y empezó a chispear...........¡Cachis en la mar!......Y todo fueron ya carreras porque el chispeo dio paso al jarreo y bastante teníamos con proteger las cámaras de la lluvia. Nos metimos en el Café de París mientras esperábamos que parara (vano intento), y al final nos decidimos a abrir el paraguas y salir corriendo. Y qué pena correr por la calle de las tiendas guays, que a mí me habría encantado ver los escaparates.
Bueno, ¿Qué hacemos? ¿Vamos hacia el Palacio? Cuando quieran los Grimaldi les invitamos a comer a casa y que nos conozcan, que hoy no está el día de visitas.........¡Ahhhhhhh! Que se me da la vuelta el paraguas con el viento. Juerrrrrr, qué frío y yo con una chaquetita de nada, y llevo los pies helados, que en un alarde de confianza meteorológica me he venido con sandalias, y mi Antonio de manga corta. ¡Rápido, al tren!!!!!!!!
En la estación, ésta ya sin nada que ver con la de Villefranche, se agradecía el calorcito. Era muy moderna, pero................con las escaleras mecánicas paradas. Cómo se nota que tienen poco presupuesto. Volvimos a validar los billetes de vuelta y como era pronto nos subimos (¡andando!) a la cafetería y aprovechamos en unas tiendas para comprar recuerdos y ropa con el logo del Grand Prix.
Cuando llegamos a Villefranche llovía a cántaros, y el suelo no es que tuviera charcos, es que era todo uno. ¡Y yo con sandalias! Caladita y helada de frío, y con mi Antonio sin protestar, llegamos hasta el puerto sin poder ni levantar la vista para echar una ojeada al pueblo, pero como la desbandada de Mónaco por lo visto fue general, tuvimos que esperar una segunda lancha que nos trasladara al barco. Por fin, entre lluvia, truenos, frío y viento, embarcamos.
Después de la odisea, sobre las cinco de la tarde comimos. Y ya empezó a despejarse y la tarde se quedó preciosa. La madre que ...................