6 de enero de 2010

La Cagonlaleche Cap V




Cagoleta:


Iñigo............mi fiel amante que me acompañó en mis horas postreras....... Lo nuestro fue más de alma que de cuerpo, de paz y sosiego, que de viscerales pasiones, pero no por eso menos profundo.
Recuerdo cuando me recitabas:
"¡Siéntate y bebe!
Gozarás de una felicidad que Mahmud nuca conoció.
Escucha las melodías que exhalan los laúdes de los amantes.
Ellos son los verdaderos salmos de David.
No busques ni el pasado ni el porvenir.
¡Que tu pensamiento no vaya más allá del momento!
Es el secreto de la paz".


Aquellos versos de Omar Kayyâm nos acompañaron siempre. Ese libro, que compre a unos traficantes persas, me hizo conocer la verdad y razón de la existencia. Como aquel otro Rubaiyyat:
"La aurora ha llenado de rosas la copa del cielo.
En el aire de cristal se agota el canto del último ruiseñor.
El olor del vino es más ligero.
Y pensar que en este momento los insensatos sueñan con gloria y honores.
Que sedosa es tu cabellera, mi bien amada".

Permaneciste conmigo en Villa Fiore durante cinco meses y cuando estabas ya presto a partir, conociste lo grave de mi enfermedad. Ni un instante la duda pasó por tu mente y decidiste acompañarme para compartir los últimos días de mi vida. Todo se terminaba, y mientras cerrabas mis ojos, leías en voz baja:
"Has recorrido el mundo palmo a palmo y todo aquello que en el mundo viste, es nada, nada.
Has sentido pasar como un ensalmo músicas y palabras; cuanto oíste, es nada, nada.
Al Universo todo lo has medido y el Universo en su infinita anchura, es nada, nada.
Por fin en el rincón te has escondido de tu alcoba ¿Y qué vió tu desventura? ¡Nada, nada nada!".


Ahora permanezco en lo infinito, donde la razón y la lógica no tienen cabida. Cuando desde la popa miréis la estela que deja vuestro barco, pensad en mí. Siempre seré un recuerdo que a la par que se diluye.....renace.

Rapperr:
Yo te juro, mi querida Cagoleta, que la Cagonlaleche emanará cada noche tus perfumes trayendo tu presencia a mi alcoba, que vacía de tu cuerpo, se llenará de tus risas, barriendo con tus labios los más bajos prejuicios que tenía contra tí y tu forma de ver la vida.
Era la primera vez que experimenté la cama caliente y no fue nada fácil admitir que estaba enamorado perdidamente de una mujer insaciable, y que al salir yo de tu lecho, ocupabas rauda el vacío que yo había dejado, enredándote en besos y abrazos con Iñigo o Altair.
Incluso creo que N'Guebo y M'okele gozaban también de tus favores.
Cagoleta de mi vida, no sé cómo podías con tanto.
Y no te preocupes, que en nuestra Cagonlaleche, jamás nadie pondrá macetas, aunque sea una corsaria de rancio abolengo.

Cagoleta:
Rapperrrr.... mi cómplice, mi fornido corsario, mi desmemoriado amante. Desde aquella vez que te vi luchando entre las olas, aferrado a tu gallardete, pero hundiéndote irremisiblemente, supe que tendría contigo una relación especial. Tu sombrero, cual aleta de escualo, pasaba de las cumbres a los valles de aquel infierno de agua. Gritabas para llamar la atención de mi tripulación y lo conseguiste.
Fuiste huésped de honor en mi CAGONLALECHE y el resto de la singladura te aferraste al timón de mi goleta y de mi cuerpo. Tú eras el más embravecido por los calores del vino y los ardores volcánicos que expelías sin tregua. Y heme ahí, henchida de sublime gozo, abandonada a los placeres carnales, disfrutando con los cinco sentidos ( los de N'Guebo), de lo que la vida había venido a ofrecerme de forma tan fortuita.
Tuviste que compartir con el resto de los náufragos los favores de tu capitana y eso nunca fue de tu agrado. Al ser el mayor, llevabas todavía grabados los principios que te inculcaron a propósito de que las mujeres no se comparten; pero a mí me gustaba recordarte a quello de "cuando un piano ha sido ya usado, suena infinitamente mejor". Y si son varios conciertos diarios, mejor para el piano y para el pianista.
Por fin reconociste todo lo que yo te enseñé de la vida y de la cama, y espero que alguna pirata lo sepa reconocer.
Recuerda lo que te dije: "En la goleta, ni una maceta".
¿Recuerdas nuestra semana en Favignana?. Allí pasamos los momentos más bellos que soy capaz de recordar. Nos adentramos con la Cagonlaleche en la Gruta Azul, cuyas aguas de un añil intenso acogieron nuestros cuerpos desnudos. . Luego seguimos por la del Suspiro y Los Enamorados, con sus dos rocas gemelas. Ahí, ya estábamos algo sobrados de Marsala, y nos hicimos una foto que seguro andará perdida por algún cajon de la Cagonlaleche. ¿Te acuerdas, rapero?
Al ser conocedora de mi enfermedad, quise donarte la Cagonlaleche, que tantos buenos momentos nos había deparado, pero tú, todo un caballero, no aceptaste mi propuesta y decidimos jugárnosla al chinchón.
Te dejé ganar y alejándote por esos mares, no volví a tener noticias tuyas; sólo las que Iñigo o Altair me traían: me contaron que te habías establecido con una corsaria en una taberna de piratas, y que nuestra goleta estaba amarrada en un puerto al otro lado del estrecho de Gibraltar.
En este corazón mío tan re"partío", mi corsario, mi viejo corsario, tendrá siempre un lugar de honor.

Serviola:
Jamás pensé que un humilde obsequio a Altair, provocara tal derroche literario.
Yo había oído a hablar de Lucía, hace ya muchos, muchos, años, quizás demasiados. Una tarde gris, dejaba vagar mis ojos por el Mar, cuando un viejo velero de madera, atracaba en el alto espigón. Un marinero enjuto, de edad indefinible y rostro triste desembarcó.
En un mal Español con fuerte acento Francés, me preguntó sobre la existencia de alguna taberna, donde mitigar su sed. Lo invité a una copa de cognac (hoy brandy) y me contó su historia.
Tiempo atrás, el padre de Lucía convino el matrimonio con un ilustre y anciano jerarca de la región (el actual marinero). Este pacto alivió sus finazas y procuró una vida desahogada para la hija.
La misma noche que declaró su amor a Lucía, el padre les comunicaba el evento. El viejo Marinero describía así la tempestad de su alma: "Cuando salí de la casa, la voz de Lucía aún vibraba en mis oídos; su belleza me seguía como un espectro y sus lágrimas se iban secando en mi mano. Mi vida fue como la salida de Adan del Paraiso, pero la Eva de mi corazón no estaba conmigo, para hacer del Mundo un eterno Edén. Aquella noche, en que había yo nacido por segunda vez, sentí también que había visto el rostro de la muerte por vez primera." El Marinero embarcó y años después, tras circunnavegar Mundo sin destino, se enteró de la Muerte del Jerarca y de la vida disipada que Lucía seguía. Le conminé a buscarla, pero el contestó "Mi tiempo ha pasado". Días después abandonó el Puerto en Solitario, como llegó, y jamás supe más de él.

Cagoleta:
Mi amado Iñigo: espero volver a disfrutar de tus poemas en el nuevo velero, por aguas menos bravías que las que antaño recorrimos. La fantasía hace posible cualquier deseo imaginado. Mientras esa ocasión llega, voy a pagar una ronda a la buena gente que llena esta taberna, en forma de soneto:

Sorpréndame la noche amanecida
en brazos de mis amores laudados,
con capitanes y peres osados
en lecho de espuma blanca mecida.

¡Ay goleta, de fama merecida!
con dos palos hacia el cielo apuntados,
dos falos de recuerdos añorados
y un mascarón ganador de salida.

Tabernero, sirve a mis invitados;
llénales esa copa desmedida
y que aflojen sus cabos amarrados.

Pues tan bueno es volar en la partida
con buenos vientos a favor alados,
como gozar del placer y la vida.

N´Guebo:
Ama Lucía, estrella de las noches y luz de las oscuras montañas donde mora el león del Serenghetti... mujer misteriosa como la bruma en la selva... guía de nuestros maltrechos espíritus... ¡ cuántos recuerdos trae a mi mente oir la música de tus poemas !.
Nunca antes te referí nuestra historia, nunca preguntaste mi pasado. Me alimentaba de tus miradas y tus negros ojos y sólo eso me bastaba mientras Mo'Kele y yo fuimos tus sirvientes. Me haces recordar las estrofas del célebre poeta Ubeng D'aio, que por las noches, a la luz de la hoguera, nos recitaba el hechicero de la tribu mientras expulsaba los demonios de algún poseído:

" No te sientas cautivo, ni aún cautivo.
No te sientas esclavo ni aún esclavo.
Trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete con furor, ya malherido.

Ten el tesón del clavo enmohecido,
que aún viejo y ruin vuelve a ser clavo
y no la cobarde intrepidez del pavo,
que amaina su plumaje al menor ruido..."

Sorprendentemente, estos versos que riman en vuestra lengua, en la nuestra no, por alguna extraña paradoja del destino, ya que fueron escritos en Fang, lengua en la que los poetas son poco proclives a la rima musical, y más a la belleza conceptual.
Cuando Mo'Kele y yo llegamos al Gran Azul, en cuyas orillas moran hombres vestidos con largas túnicas y turbantes que viven en casas de barro, decidimos buscar una gran canoa que nos permitiese surcarlo. No entendíamos su lengua, hablaban rápido y gesticulaban, no me queda duda de que eran poseídos y deseé que el hechicero hubiese venido con nosotros para ayudarles. Por unas calles estrechas llegamos a un gran claro, donde muchos hombres (y mujeres, que cubrían su rostro), gritaban y ofrecían frutas, pollos, verduras y diversos utensilios. Lo cierto es que, ahora que lo pienso, si Ghanga se hubiese tapado un poquito como ellas, no estaríamos aquí. Pasamos cerca de un hombre que nos gritaba y nos ofrecía un pollo...Mo'Kele y yo aceptamos su amabilidad y lo cogimos. El hombre pareció excitarse de felicidad por haber aceptado su regalo, y chilló aún más cuando nos marchábamos. Pobrecillo, quizá pensó que éramos sordos. Enseguida muchas personas nos rodearon gritando para celebrar que dos príncipes como nosotros hubiésemos aceptado el presente y nosotros les hicimos la señal de agradecimiento de nuestro pueblo, que consiste en imitar el gruñido del jabalí en celo, señalando al que nos ha honrado con el regalo mientras alzamos el pollo en señal de aprobación.
Esto fue en aumento, la verdad es que la hospitalidad de estos hombres no tiene límite. Tanto es así, que en seguida vinieron los guerreros de su tribu, tantos como dedos tienen nuestras manos, y nos tomaron por el brazo a Mo'Kele y a mí, para llevarnos a algún sitio para el agasajo. Como es costumbre en mi pueblo, eructamos seis veces cada uno en el oído del guerrero que nos acompañaba, como muestra de nuestra aprobación por el banquete que, seguramente, nos depararían al llegar y como indicación del hambre que teníamos. Esto pareció gustarles aún más , pues lo celebraron con grandes alaridos, y finalmente nos llevaron a la casa de los guerreros. Allí nos prestaron una habitación donde dormir y mi primo y yo no cabíamos de agradecimiento, tanto es así que al llegar, les deparamos el mayor honor que un príncipe puede regalar a un guerrero, expulsamos con sonoridad los gases de nuestro cuerpo mientras reíamos a carcajadas en señal de amistad. Y allí caímos finalmente rendidos, en esa habitación cuyas paredes son unas barras que te permiten ver dormir a todos los invitados y así poder hablar y departir todos juntos. Charlamos por señas con los invitados de al lado mientras Mo'kele y yo, en cuclillas, deponíamos algunas bulakas, que llevábamos ya un día entero sin parar y no tuvimos tiempo antes. Fue algo inolvidable. Al día siguiente, con gran sorpresa, vimos como nos habían conseguido una gran canoa para cruzar el Gran Azul, donde subimos muy temprano por la mañana escoltados por los guerreros, junto con muchos otros hombres de tribus de la selva que pude reconocer. Nuestro viaje fue muy extraño, pero no puedo relatarlo ahora por estar escaso de tiempo.

Cagoleta:
N'Guebo: Sigue contando a los blancos tus andanzas por el mundo. Tu ama Luccia siempre te tendrá en su recuerdo.
Muy bonito el poema de Ubeng D'aio. Me ha gustado tanto, que te devuelvo otro del mismo autor:

Puede una gota de lodo sobre un diamante caer,
puede también de este modo su fulgor oscurecer.
Pero aunque el diamante todo se encuentre de fango lleno,
el valor que lo hace bueno no perderá ni un instante,
y ha de ser siempre diamante por más que lo manche el cieno.

Recostada entre los nimbos veo pasar los avatares de aquellos que todavía luchan por conseguir lo que yo logré. No quisiera que me recordáseis únicamente por mi faceta de amante; decir que fui buena en ese tema sería redundar en lo obvio. Pero mi vida estuvo presidida sobre todo por el amor a la mar , que pude compartir durante muchas horas con grandes amigos.
El cielo y el viento fueron mis verdaderos compañeros de viaje: besos de dulce brisa en mi cara o un Eolo celoso enredando mis cabellos; techo añil cálidamente bañando mi cuerpo o miles de perlas de agua sobre mi nave escanciadas.
Esencialmente he sido MUJER de MAR, y mi condición como tal me condujo a sublimes pasiones en los dos ámbitos: a bordo de mi goleta no tuve rival y las sábanas de raso de mi cama conocieron las mayores tormentas y los más apacibles lagos de tranquilas aguas.
Pero también hubo noches a la luz de una lámpara de gas en la cubierta del barco entre rostros de plata. El viento acariciaba las velas, que a dúo con las olas que rozaban suavemente el casco de la nave, componian la música más maravillosa que se puede escuchar en la soledad del mar. Allí contábamos historias, imaginábamos situaciones, reíamos, recitábamos poemas, jugábamos a las cartas, nos sincerábamos hablando de la vida, del amor y de la muerte y seguíamos navegando.....navegando.....navegando......

Continuará