11 de marzo de 2009

La Dama


Tercero de los cuatro relatos que escribí para La Taberna del Puerto, firmado por Marenostrum, que también soy yo.

LA DAMA

En el puerto pesquero, la gente se preguntaba a dónde iría cada mañana antes del alba, llevando cuidadosamente en sus manos un pequeño paquete.
A la hora en que las gaviotas aún eran mudos vigías y el sol estaba a punto de cubrir la arena, ella de dirigía al puerto en busca de su velero, y rápidamente como si el tiempo apremiara, largaba amarras.
Atrás dejaba un mundo que no le pertenecía y en el que se sentía extraña; donde todas las preguntas exigían una respuesta sin dejar lugar a los sueños, la ilusión o la fantasía.
Marta tenía treinta y dos años y a pesar de tener todo lo que deseaba no era feliz.
También hoy repitió los pasos de cada mañana y al primer guiño del sol en el horizonte soltó las amarras del noray y se dispuso a zarpar, no sin antes colocar el pequeño paquete en un lugar seguro.
El día se presentaba apacible, con la mar tranquila como un espejo devolviéndole complacida la imagen de su barco y esto le inspiró confianza; aspiró fuertemente la brisa que cimbreaba sus velas y fue hacia la bocana del puerto mientras pensaba en un problema que le había surgido en el trabajo y que no sabía cómo resolver.
Se acomodó en la bañera y agarrando con fuerza la rueda puso rumbo NE, pero cuando el agua salada salpicó su cara le vinieron a la mente los recuerdos en forma de un olor y sabor inconfundibles. Sonrió y recordó cómo hace años, una tarde se hizo a la mar de forma imprudente, desoyendo los consejos de un amigo.
La rabia y el despecho por la incomprensión de su pareja y el humillante trato recibido, la condujeron a esa situación.
Su marido era marino mercante y viajaba a menudo, mientras ella pasaba en soledad la mayor parte de su tiempo. El trabajo en una tienda de decoración y su pasión por navegar le ayudaban a superar la tristeza que le producía la separación y el sentimiento de vacío que con frecuencia la inundaba.
En el mismo pantalán y atracado el barco junto al suyo estaba Tomás con quien enseguida entabló amistad y su común afición hizo que pasaran horas charlando contándose sus respectivas singladuras, analizando a un tiempo sus vidas y dejando aflorar sus ilusiones.
Al oscurecer, en el club, tomaban una copa mientras veían las luces de los arrastreros deslizarse por entre los palos de los otros veleros atracados, pero esa noche sucedió algo inesperado: Carlos, su marido, se presentó de improviso y al verlos juntos, muerto de celos acusó a Marta de acciones que tan sólo existían en su mente. Ella asustada pretendía explicarle que no tenía motivo alguno para ofenderse porque su amistad con Tomás era limpia y él la había ayudado mucho en su ausencia, pero él continuaba insultándola sin atender a razones.
Marta ya no pudo más y sin pensarlo dos veces, en medio de una gran ofuscación, corrió hacia el barco y zarpó aunque ya era de noche, sola, sin rumbo y enloquecida, no pensando en las consecuencias que su estúpido comportamiento pudiera acarrearle.
Poco a poco la mar se fue encrespando al igual que su ánimo y en su cara se mezclaban las lágrimas con el agua que la azotaba.
En su loca huída hacia ninguna parte, obvió consultar el parte meteorológico que esa noche predecía en la zona tormentas y vientos de fuerza 7-8 que lentamente la fueron enredando sin que ella fuese capaz de evitarlo. En una maniobra precipitada, un golpe de mar en la bañera le hizo perder el gobierno del timón y la lanzó a estribor golpeándose en la cabeza con un winche quedando allí inconsciente. Gracias al arnés que la sujetaba su cuerpo no cayó al agua.
Pasó quién sabe cuánto tiempo y cuando abrió los ojos la tempestad había ya cesado, el sol brillaba de nuevo cegador en lo alto y encontró ante sí a una bellísima dama vestida de azules, tantos como la imaginación no alcanzaría a soñar y cuya melena blanca y espumosa se enredaba rizándose por su espalda de forma armoniosa produciendo un murmullo arrullador. Tras ella, cual cortejo, miles de velas blancas como las de su velero se deslizaban por el agua.
La dama la miraba incrédula y enfurecida y por fin le dijo:
_”¡Insensata! ¿De verdad pensaste en algún momento poder dominarme? ¿No sabes que si me lo propongo puedo ser invencible?”
_”¿Quién eres?”_le preguntó Marta asustada.
_”Soy LA MAR, dueña y señora de todos los barcos, a los que permito introducirse en mis dominios y por lo tanto aquí sólo valen mis reglas de juego. Exijo a los que se atreven a perturbarme su cumplimiento, y cuando no lo hacen las consecuencias pueden ser desastrosas para ellos.
¿Qué crees que son las velas que me acompañan? Pertenecen a las naves que arrebaté a sus capitanes, muchos de los cuales me llevé a mis entrañas y forman la espuma blanca que los mortales creen ver en la cresta de las olas. Bajo mi mando se vuelven furiosas e implacables con aquellos que desconocen mi juego.”
Marta se sentía aturdida y se preguntaba si lo que estaba viendo era realidad o visiones de una moribunda.
La dama continuó:
-“Ahora estás a mi merced y yo te ordeno que me entregues tu barco y que me sigas a las profundidades.”
Entonces Marta, angustiada, se decidió a hablar:
_”No, por favor déjame explicarte algo. Reconozco mi insensatez pero tienes que escucharme.
Siempre me he esforzado por comprenderte. Creo además que lo logré en muchas ocasiones.
Te he respetado desde el convencimiento de que tú no me habrías permitido lo contrario, pero lo hice además porque siempre he sentido por ti una atracción sobrenatural hasta el punto de que mi familia y amigos me tomaron a veces por loca. Deseo con vehemencia que llegue el momento de estar contigo, de contemplarte, de acariciarte, de seguir tu juego, dejo todo por ti, por salir a tu encuentro … y eso se llama amor.
Hoy te he fallado y lo sé, pero te pido que me comprendas. Ambas somos mujeres y sé que a pesar de tu aparente fortaleza, en tu interior debe de existir un rincón donde escondas los sentimientos y estoy segura de que también eres capaz de amar.
¿Acaso el roce del viento levantando tu espuma no despertó en ti sensaciones placenteras?
¿O esa luna a la que invitas cada noche a dejar la superficie y adentrarse en tu alma?
¿Cuántas noches te habrás dejado mecer en los brazos de Sirius?
¿Vas a negar que tu bravura se derrite bajo el sol ardiente como boca enamorada en los labios del amado?
Ya sé que eres muy poderosa, pero como al tiempo eres mujer, seguro que serás justa.
Me arrepiento de la locura que he hecho porque nadie en el mundo debe de ser lo bastante importante como para valer mi propia vida y me gustaría poder volver para resolver una situación que hace años debió de ser resuelta.
Por eso estoy dispuesta a hacer lo que me pidas”.
La dama sonrió.
_”Está bien_ le dijo _ tendrás una nueva oportunidad y espero que esta vez la aproveches, pero te pongo una condición: que luches por ti, por tu felicidad y que no dejes que otros decidan tu vida. Sé una roca cuando la ocasión lo exija o el mismo cielo cuando tú lo desees. Mírate en mí: los mortales me respetan y a la vez me aman profundamente. El amor y el respeto deben ir siempre unidos.
Voy a ayudarte a mi manera y al mismo tiempo cumpliré un deseo largo tiempo anhelado.
Plantarás en tu jardín un rosal de flores blancas y todos los días, cada vez que cumplas tu voluntad, cada vez que digas NO cuando los demás esperen el SI, cada vez que hagas lo que te apetezca hacer, cuando no dudes de lo que te conviene, cuando ames porque quieras amar o llores porque quieras llorar… en fin… por cada vez que seas capaz de ser tú misma, cortarás un pétalo y cada amanecer yo esperaré tu llegada. Los esparcirás sobre mi manto blanco, al tiempo que yo te veré crecer como persona”.
_”Está bien _ le dijo Marta _ pero… ¿Podría saber cuál es ese deseo del que me has hablado?”.
_”No te lo puedo decir, pero quizás la Luna, Eolo, Sirius o el Sol alguna vez lo sepan”.
De pronto Marta despertó y vio con alivio que la tormenta había amainado. Poco a poco volvió a hacerse con el barco y no sin dificultad logró llegar a puerto.
Tomás y Carlos la esperaban impacientes en el pantalán y enseguida se abalanzaron sobre ella para recriminarle su conducta, pero con un “Hasta mañana” zanjó la cuestión y esa noche se quedó a dormir sola en el barco.
Tuvo tiempo de reflexionar sobre su vida y sobre las cosas que realmente le interesaban. Cogió lápiz y papel y en dos columnas escribió sobre lo positivo y lo negativo de su matrimonio, y debajo y subrayado lo que no pensaba aguantar de nadie, fuera hombre o mujer.
En letras muy grandes puso las palabras RESPETO y DIGNIDAD y las pegó por los mamparos del barco. Así empezó a respetarse a sí misma.
Esta mañana, como todas, Marta esparce sobre las olas los pétalos blancos. Se está levantando el viento y el sol brilla rabioso ¿Por cuál de los dos se decidirá hoy la dama?