Como soy de libros viejos, hoy he estado ojeando el Miranda Podadera que rescaté de la casa de mis tías. Una de ellas estaba casada con un maestro de escuela, que se ayudaría, como otros profesores de la época, de este tratado de ortografía a la hora de impartir sus clases.
Es una séptima edición, que corresponde aproximadamente a 1930.
Lo encontré a falta de alguna hoja, pero recompuse o reconstruí la mayoría y logré restaurarlo. Hoy luce en mi biblioteca entre mis libros más preciados, por la antigüedad y por el valor emocional que supone tener algo que perteneció a un familiar al que por la maldita Guerra Civil no tuve oportunidad de conocer.
Si bien es cierto que en la ortografía española muchas reglas han cambiado, no por ello deja de ser una joya.
En la foto está el autor, quien ganó mucho dinero con la venta de estos libros, así como con los de análisis gramatical.
Voy a poner aquí uno de los dictados, porque me parece genial.
Cuando era Cervantes un humilde alcabalero que erraba por esos pueblos exigiendo la exacción de diversos tributos y gabelas, osó dirigir un honesto requiebro a cierta joven, extraordinariamente bonita, al tiempo que salía de la iglesia de Argamasilla de Alba. La dama, en cuestión, era hermana del señor feudal de la Villa Don Rodrigo de Pacheco, por lo que Cervantes fue preso en una cueva de la casa del Alcalde Medrano. En aquella inmunda zahurda, sin más luz que la de un pequeño intersticio o claraboya, escribió los primeros capítulos de Don Quijote, cuya edición primera fue impresa en Madrid en la imprenta de Juan de la Cuesta.
Se puso a la venta en enero de 1605. Contaba entonces Cervantes 58 años.
Esta novela española es quizás la obra literaria más grande que ha engendrado el entendimiento humano, porque es la única en que se unieron en grado sumo, la más fecunda imaginación, la razón más equilibrada y el estilo más acabado. Es el libro que originó mayor número de traducciones sin que ninguno le aventaje. Los ejemplares se arrebataron con fruición, divulgándose las hazañas de sus antagónicos personajes.
Echad una ojeada al libro y veréis la originalidad de Cervantes que pone de relieve los humanos vicios y virtudes, personificando la incesante pugna del realismo con el idealismo, en sus dos héroes simbólicos, Don Quijote y Sancho.
Don Quijote es un insano visionario que se esfuerza en idear un mundo inexistente, y Sancho un hobachón y bahuno palurdo, cuyas materiales inclinaciones le lleva solamente a satisfacer sus apetitos.
Don Quijote corrige a su escudero la bajeza del modo de pensar, mientras que el ígnaro Sancho se ríe de lo ridículo de la romántica y caballerosa exaltación de su amo.
Don Quijote discute embebido en la doctrina y erudición de una constante lectura; Sancho basa sus argumentos en la experiencia de la vida y los expresa en refranes o máximas, que son la filosofía del pueblo.
De la manera expuesta enseña Cervantes cuán lejos de la perfección están ambos extremos.
Sus áureas páginas son inagotable venero en que se saborea abundante filosofía, lecciones de política, sana moral, fábulas ingeniosas, interesantes aventuras y motivos de alegría y de tristeza; todo ello sahumado por la prestancia de un mágico lenguaje.
En bellas descripciones desfilan ante nuestros ojos en abigarrado torbellino, todas las clases de la sociedad.
Es, en suma, la empírica novela de un Genio que vino a dar al traste con las enrevesadas extravagancias de los libros de caballerías.
El 12 de abril de 1605 vendió Cervantes el privilegio del Quijote a Francisco Robles, librero del Rey.
La segunda parte de esta novela se publicó en 1615.